Carolina Comaleras, abortos seguros

La Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito cerró el año 2020 alcanzando su razón de ser: la sanción en Argentina de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Carolina Comaleras es una de las protagonistas de esta conquista del movimiento feminista. La licenciada en obstetricia y madre de cuatro varones fue una de las expositoras ante el Congreso de la Nación a favor del aborto legal. Aquí, algo de su historia de vida y de su trabajo garantizando la práctica.

Por: LUZ ALCAIN

Fotografía: Raúl Perriere

Con el índice desplaza hacia arriba la lista de contactos en el celular. Los ha marcado para no perderse en vidas ajenas, o tal vez para no defraudar. “¿Ves? Son todas estas mujeres”, muestra girando la pantalla del teléfono sobre la mesa. “Son todas a las que les puse WW por Women on Waves. Pero también tengo agendadas como AB, de aborto. Todas. Las que supieron que yo las podía ayudar”. Pasa y pasa contactos, decenas, decenas, decenas, con WW, con AB.

Las que tienen junto a su nombre un par de doblevé son argentinas que recurrieron a Women on Waves, una organización holandesa fundada en 1999 por la médica Rebecca Gomperts con el fin de dar servicios de salud reproductiva, consejería y facilitar el aborto no quirúrgico. “Mujeres sobre las olas” actúa en un barco de bandera holandesa, convertido en una clínica móvil. Navega en aguas internacionales, adonde no llega el peso de la ley de los Estados que prohíben la práctica.

“Me escriben de todo el país. Para mí es natural. Enseguida contesto y empiezo a preguntar: de cuánto estás, tenés ecografía, fecha de última menstruación. Alguien les pasó mi número. Y yo estoy”, confía Carolina Comaleras.

Está también todos los viernes en la guardia del Hospital Materno Infantil San Roque. Ya se sabe que está los viernes y la derivación funciona. Está los viernes. Siempre. Por eso cada viernes los antiderechos se concentran frente al nosocomio con sus salmos y su virgen. Persignándose porque Comaleras está de guardia, prendiendo velas por el país que conquistó el derecho a la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) cuando se despedía el pandémico 2020.

 

Placa con luces led

 

¿Cómo es que llegó ahí? ¿Cómo es que se convirtió en uno de los rostros más visibles de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito en Entre Ríos? ¿Qué la llevó a enfocar su vida profesional –y su vida– en lograr que las mujeres tengan la opción de elegir cuando un embarazo no deseado les amputa el presente, los planes, la propia subjetividad?

¿Quién es Carolina Comaleras? ¿Quién es la licenciada en obstetricia que fue al Congreso para fundamentar en favor de la legalización del aborto?

“Garantizo desde 2016 interrupciones de embarazos a personas que lo solicitan voluntariamente. No las vamos a buscar, no vienen a preguntarnos qué nos parece o si estamos de acuerdo. Es nuestra responsabilidad, como profesionales de la salud, no dar la espalda a las mujeres y personas con capacidad de gestar que quieren ejercer su autonomía y sus derechos”, dijo ante los legisladores.

Se debatía en comisiones el aborto legal y en ese ámbito conmovió con datos y verdades: “Dos mil trescientos cincuenta niñas y adolescentes, de entre 10 y 14 años, tuvieron un hijo en 2018, un promedio de seis por día. Más del 80 por ciento de ellas fueron víctimas de violación en su contexto intrafamiliar. Ochenta y dos niñas en Entre Ríos tuvieron un hijo en 2018. Niñas invisibles que cada tres a cuatro horas ingresaron a una sala de partos porque fueron obligadas a gestar y parir. ¿Se lo pueden imaginar? Eso no es una bendición. Es tortura. ¿Quién de ustedes puede aceptar que el destino de una niña es maternar a los 10 años, a los 12, a los 14 años?”.

Trabajó años como partera, en guardias intensas, extensas, en hospitales de la populosa provincia de Buenos Aires. Vio demasiadas muertas por abortos clandestinos. Vio muchas mujeres internadas con custodia policial. Si salvaban la vida les tocaba en suerte un proceso judicial. Vio demasiado para dudar: “No se extrañen que un día tenga acá colgado un cartel con luces led que diga abortera”.

 

Claroscuros del amor

 

Nació en Buenos Aires un poco de casualidad. Pero siguió atada a ese puerto. Hoy tiene un pie en Paraná y otro allá. Acá, su casa amplia, con jardín, pileta, en el corazón del barrio La Floresta; allá, su trabajo en ENIA (Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional) en el que se inició como coordinadora del Programa de Salud Sexual en la provincia y continuó en Buenos Aires.

Es madre de cuatro hijos varones, dos pares de dos matrimonios. Hija de un funcionario municipal de carrera que se jubiló como jefe de Parques y Paseos. Ese puesto la llevó a vivir parte de su adolescencia en una casona ubicada dentro del predio del Camping Toma Vieja.

Ya no cree en el amor romántico. Lo repudia. La lastimaron feo, la engañaron, la llevaron a hacer mil y un estrategias para revelar mentiras, para poner en escena la verdad junto a un corazón en pedazos. Rota, se reconstruye con su trabajo y siendo parte protagónica de la marea verde que la oxigena, la renueva, la compromete y la vuelve indispensable.

Impulsiva –intuitiva, mejor– huyó del dolor en avión. Compró un viaje a Egipto una de las tantas veces que volvió a caer en la cuenta de que la habían engañado. Ya había sucedido otra vez, antes, cuando en la huida llegó a México: “Fue maravilloso ese viaje. Fui a capacitarme en Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en la Ciudad de México, el lugar del país donde la interrupción es voluntaria hasta las 12 semanas”.

“Hay clínicas de ILE en México. Estuve en un edificio como el Domagk nuestro. En un sector, las mujeres hacen la cola con una botellita de agua, la ecografía, pasan por la consejería, reciben la medicación y a las 12 todo el mundo se va a su casa”, resume y describe bien una práctica institucionalizada que habrá que construir en la Argentina.

Prende un cigarrillo. Había dejado de fumar pero volvió. Alta, delgada, sonrisa generosa, el infaltable color verde, esta vez en la cinta que lleva en el pelo recogido. Detesta las ojeras debajo de los ojos. Reclama que no se vean en la foto. Le molesta posar “como una boluda delante de estas plantas”.

Se le humedecen los ojos derritiendo la fortaleza que ostenta a primera vista. Le sucede cuando habla de su papá, el funcionario de Parques y Paseos, testarudo, al que llevó a vivir a su casa, al que prometió dejar morir “sin que lo jodan”. Se le murió en sus brazos, acunado, “cómo él quería”.

Sólo después encontró “los cuadernos” de un municipal obsesivo: “Tenía anotados los litros de cloro en cada pileta, dónde había comprado, a cuánto, dónde cambió un foco. Tenía a cargo la Toma y los Arenales, entre otros espacios públicos. Iba de acá para allá en un rastrojero. Era muy querido por los empleados. Un tipo muy derecho, muy justo”.

Hay otros ancestros que la han marcado. Una abuela, Sofía Uranga, hermana de quien fuera gobernador, a quien tuvo siempre muy cerca hasta el día en que se negó a hacerse presente en la fiesta de casamiento, impugnando la unión de su nieta con un divorciado.

Otra mujer es muy importante en su vida. Una tía y madrina, Lidia Stella Mercedes Uranga, Taty Almeida, conocida por su historia de lucha como Madre de Plaza de Mayo. Pasó todo 2020 sin verla por la pandemia. “Tiene 90 años. La llamé para decirle que ya tengo la segunda dosis de la vacuna así que vuelvo a Buenos Aires y por fin la voy a poder visitar”.

Su niñez se cuenta en “una casa hermosa” en calle Salta; en un par de años en La Carlota; en un retorno a Paraná. La Escuela Del Centenario para la primaria, el Colegio del Huerto en el nivel secundario. Después, su firme decisión de irse de Paraná, la convicción de que acá se estaría perdiendo algo. Se fue a Buenos Aires y por insinuar un rumbo se inscribió en la carrera de  Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina (UCA).

“A la UCA me mandó mi abuela Sofía, que con sus contactos con la curia me consiguió el banco. Yo era muy pegada a ella, era mi ídola. Tremenda chupacirios. Lo puedo decir ahora, con mucho revisionismo histórico”, se ríe.

“Me fui a vivir a lo de Taty. Estuve unos meses en su casa. Ella no era todavía una Madre de Plaza de Mayo. Me mudé después a una pensión de chicas. Empecé la carrera imaginándome hacer algo tipo diplomacia, qué sé yo. Pero no era precisamente la diplomacia lo mío. Sólo cursé unos meses”, cuenta. Enseguida rumbeó bien para otro lado: “Me llamaron para un trabajo topísimo en una agencia de publicidad. Me encargaron uno de los stands de las exposiciones de la Rural. Un trabajo tras otro. Promotora era. Pagaban súper bien. Yo era linda, flaca, alta, todo lo que me ponía, me quedaba. Trabajé dos años en eso. Después me llamaron de una agencia de publicidad para hacer el verano en Villa Gesell, para promocionar los bronceadores Copertone. Todo el día en la playa, paseando con la remerita con la marca, organizando partidos de vóley, con el hotel y la comida pagada, un buen sueldo. Dos veranos hice eso. Con lo que me pagaban podía vivir todo el año, no te digo de arriba, pero bien”, relata con distancia pero con alegría esa etapa de su vida.

Vino luego su primer matrimonio; un trabajo que apreció mucho, en Editorial Hyspamérica, y seguiditos, uno tras otro, sus dos primeros varones, Federico y Mariano.

 

Parir una vocación

 

Uno tras otro, Federico y Mariano. Se llevan un año y 26 días: “Parecían mellizos. Ni ahí tenía yo idea de lo que era ser feminista. Pero sí descubrí lo que era el puerperio, del que nadie habla. Nació Mariano y tenía dos bebés en casa. Tardé un mes en salir a la puerta de mi casa”.

Fue en el curso de preparto de su primer hijo cuando se despertó una inquietud por su trabajo de hoy: “Fue una partera que amé. No era una partera clásica, hablaba de los derechos, te decía que el dolor existe, te hablaba de la realidad del parto, te decía que no todo lo que te iba a pasar podía estar en los libros. Me dije: ‘mirá, todo lo que hay acá y yo ni enterada. Esto me gusta’”.

Embarazada de su segundo hijo cursó el CBC de la Universidad de Buenos Aires (UBA): “Arranqué el primer año, hice la carrera en tiempo y forma con los dos bebés, con prácticas desde el principio en los hospitales de Buenos Aires. El padre, cada fin de semana, se levantaba, agarraba los niños, bolsos con pañales y se iba todo el fin de semana al club. Sólo así pude”.

Se recibió con diploma de honor como Licenciada en Obstetricia. Nunca le hablaron de aborto en la carrera. Sólo en Medicina Legal, sólo desde la perspectiva penal. “Soy la popular partera. No soy médica. Te dicen ‘doctora, doctora’ y siempre aclaro: ‘No soy doctora, soy partera”.

Llegó su segundo matrimonio, el nacimiento de sus otros dos varones que llegaban al hogar de una partera feminista. Una vida difícil, con el rigor de Buenos Aires, una rutina compleja para encajar trabajos, guardias, niños por cuatro, cuatro que llevan Comaleras como segundo apellido.

En 2003 se radicó en Paraná con su familia. Puso una tienda de ropa que no se salió del rubro: se llamaba “Perinatal” y tenía en vidriera indumentaria para embarazadas y bebés. Primero en calle Urquiza, luego en Peatonal San Martín. Negocio y vivienda. Desde 2007 su residencia es la de calle Burmeister, en La Floresta.

Hoy va y viene de Buenos Aires a Paraná. El debate del aborto en el Congreso de la Nación, hacia fines de 2020, la concentró allá, en el trabajo militante de la Campaña.

En Buenos Aires vive con sus hijos más chicos (Francisco y Nicolás) y sostiene la guardia en el San Roque de Paraná. Si puede, hace que la acompañen un gato y un perro que nada veloz, como un pez, en la pileta del fondo de su casa.

 

Bendito sea el fruto

 

Como toda mujer sumergida en la marea verde, Carolina también tuvo curiosidad de ver de qué iba El Cuento de la Criada, la serie basada en el libro de Margaret Atwood: “Empecé a verla. Enseguida me pudrió. Me pareció muy lenta. Empecé a adelantar cada tanto a ver qué pasaba. No me generó interés. Un relato basado en la utilización de la mujer, en que la mujer es un útero que camina. Y sí”.

Nada que no sepa. Nada que no tenga algún anclaje en la realidad. ¿Qué le va a contar una serie distópica norteamericana si ella atendió en el Centro de Salud del Volcadero a una chica de 27 años, con 14 hijos y su madre muerta en el parto de su hermana? ¿Qué puede suceder distinto que a esa chica que cuando fue a pedir la ligadura de trompas le aconsejaron que no, que era muy joven todavía? ¿Qué le va a decir de nuevo esa serie si Carolina tuvo que hacer un escándalo y finalmente, el día que aprobaron la ligadura de trompas de esta mujer, ella misma se ocupó de ponerle un DIU a la hija de 14 años después de parir?

Prefiere alguna película con más acción, un policial si pudiera elegir. Recomienda y spoilea “una de Richard Gere”, un film que desarma otra historia de amor romántico, con un crimen en el medio.

¿Qué le puede contar el cuento de una criada en el futuro estadounidense si Elizabeth fue su pacienta: 35 años, hiperobesa, siete hijos, con un embarazo gemelar y reiterados e infructuosos pedidos de ligadura de trompas? ¿Qué de nuevo si ella vio nacer a los mellizos, con 3,200 kilogramos cada uno y la vio morir a ella después de 10 días en coma?

Prefiere una de acción, una que le cuente algo que no sepa. ¿Qué le van a contar del desprecio a la mujer si su pacienta de María Grande tuvo un accidente cerebro-vascular después de que un médico irrumpiera en la sala para interrumpir el aborto no punible? ¿Qué le van a decir si un tiempo después el entonces ministro de Salud, Hugo Cettour, la llamó para decirle que andaba con el bastón trípode para la mujer en el baúl del auto, que si Carolina, que la visita a veces, no se lo quería llevar?

“La maternidad es el único hecho histórico, social, sobre el que todo el mundo opina. Entrás embarazada a una panadería y una señora que no conocés te toca la panza. Todo el mundo se siente habilitado a tocarte, a decirte que la panza está en punta, entonces es varón o cualquier otra boludez”, describe una escena cotidiana, naturalizada.

“La maternidad es un bien social. Todos tenemos derecho a opinar, a decir lo que la mujer tiene que hacer. Cuando deciden dar un bebé en adopción, hay colegas que te dicen ‘ponéselo en la teta, que chupe el bebé, vas a ver cómo cambia de opinión’. La maternidad es un campo en el que todos opinan, sentencian, condenan. Si abortó, ¡busquenlá! Si lo dejó en un canastito, ¡busquenlá! Las mujeres tenemos que ser madres y sobre todo madres buenas”, cita la sentencia social.

Lo cierto es que a Carolina la temporada cuatro de la serie, pronta a estrenarse por HBO, no la conmueve en lo más mínimo.

 

Embriones y bebés

 

Las dos vidas del pañuelo celeste ponen el ojo en los latidos del embrión, siempre y cuando esté en el útero de una mujer. Si está congelado en un laboratorio de fertilización asistida no importa tanto.

Si está en el útero es el asunto. Allí se organiza un baby shower, como en la iglesia evangélica de Corrientes, ante el embarazo de una niña violada.

De los relatos de su experiencia cotidiana surge que para Carolina no hay imposiciones religiosas, culturales, científicas que se impongan a la mirada de la mujer embarazada, al ejercicio de su plena autonomía, al modo en que esa mujer nombra lo que le está pasando, lo que pasa con su cuerpo.

En el caso del pedido de una interrupción voluntaria del embarazo, la mirada del profesional no admite confusiones para Carolina: “No puedo pensar en el embrión si la primera que no lo piensa es la mujer que pide la IVE. ¿Por qué le voy a dar entidad yo a ese embrión? ¿Con qué derecho? Me importa la mujer que viene y me dice: ‘yo no quiero continuar con esto”.

Siempre es la mujer la que pone la mirada sobre el embarazo y es su decisión la que está en juego. Cuenta Carolina, por ejemplo, el aborto practicado a una mujer con 27 semanas de gestación.

“Una mujer de zona rural, que llega al hospital. El feto, con malformaciones de todo tipo, hidrocefalia, problemas en extremidades, cardiopatía. En la consejería se le explica la situación, las perspectivas de sobrevida”, recuerda el caso. “Ella decide no continuar. Cuenta que no esperaba esto, que es un embarazo buscado, deseado, un bebé amado por toda la familia. Le digo que la voy a acompañar todo el día. La pareja la acompaña todo el tiempo, vienen los abuelos. Con la medicación, el feto nace ahí mismo en la habitación. Le pregunto si lo quieren ver. Lo acondiciono, lo lavo, lo envuelvo en una sabanita blanca. Hicieron el duelo de un bebé profundamente deseado. Y digo bebé porque para ella es su bebé. ¿Por qué yo lo voy a pensar de otra manera?”, define Carolina.

 

Política y feminismo

 

Es el feminismo su campo de acción política. Exclusivamente. En línea con lo que es tendencia en la marea verde y violeta: no hay ventanas a los partidos ni a la disputa de cargos públicos.

Es por eso que la paridad integral lograda en Entre Ríos, para repartir poder 50 y 50 entre varones y mujeres, no es una conquista muy apreciada ni bandera para el ámbito que integra.

“Yo hago política feminista”, resume Carolina y entiende que tal cosa supone “todo lo que tenga que ver con conquistar derechos. El feminismo es imprescindible como modelo de justicia social, de acceso a los derechos, para cambiar el mundo. El feminismo es el que lucha por la igualdad, es el que hace un movimiento como el del 8M, es el que hace el movimiento del Ni Una Menos, es el que conquista el aborto”. ¿Qué otro lugar para hacer política?

Concede que en ese divorcio entre el poder del Estado y el movimiento feminista hay un problema: “Hay que formarse mucho para ocupar algunos lugares de poder y no ser un mero instrumento  del patriarcado. Hay una deuda de formación en política feminista para esas mujeres que tienen poder. Falta muchísimo”.

Asume también que hay debates al interior de la marea verde: “Por eso decimos ‘los feminismos’. Vamos como avanzando y aparecen temas como la diversidad, el trabajo sexual, queer, no queer, te reclaman ‘los varones también abortamos’, si, ya sé, por eso hablamos de personas gestantes. Son muchos debates en luchas que son exclusivas del feminismo”.

Es largo, es desafiante. Carolina prende otro cigarrillo. Llegó la noche en el fondo de su casa. Se escuchan los grillos. Ella se explaya en los acuerdos que surgen, las diferencias, el rumbo andado con colectivos distintos, nuevos, de los que pretende aprender. Hay, sin embargo, desde su punto de vista, una línea que ordena: “El movimiento tiene que llevar la palabra ‘mujer’ y hay que defenderla. Somos las mujeres las que hemos sido históricamente ninguneadas, subestimadas, dominadas, asesinadas, violadas, sin derecho a votar, sin acceder a conquistas. Somos las mujeres el sujeto histórico político de la opresión”.

Y Carolina lo sabe. Lo sabe en carne propia, en su historia chiquita; en el testimonio de cada una de las mujeres con las que se encuentra en su trabajo profesional. Lo sabe como hacedora del movimiento feminista que hace la historia grande. Lo personal es político. Por eso la repara, la restaura, la enriquece cada vez que le dicen: “me dijo una amiga que usted me puede ayudar. Son cuatro palabras. Usted-me-puede-ayudar. Para mí, nunca es una carga. Para mí, es celebrar que una mujer encuentre en mí una llave”.