Cuando el río suena

¿Cuál es el devenir de un derecho humano básico como es el acceso al agua potable, que ingresa a una zona de emergencia respecto al consumo? ¿Qué tomamos los entrerrianos cada vez que abrimos una canilla? ¿Quiénes controlan la potabilización de ese insumo vital? Cicatriz recorre todo el proceso que empieza en un bosque y termina en un vaso. Alarmas eco-sistémicas y predicciones de poetas.

Por: FEDERICO MALVASIO

Fotografía: Raúl Perriére

¿Quién no escuchó alguna vez decir que cuando abran las compuertas se acaba el problema? Esa idea de esperar a que un grupo de operarios reciba la orden de hacerlo y, en un abrir y cerrar de ojos, todo ese río caudaloso que veíamos desde la costanera, desde algún edificio o en algún rincón del Parque Urquiza vuelva a nuestras retinas. A que fluya como nos tenía acostumbrados. Esa certeza de que la solución está en manos brasileñas y paraguayas de operarios que trabajan en Itaipú, como si fuese un problema de retención de caudales.

El tema es un poco más complejo y tiene que ver con el desequilibrio ambiental que se ha provocado, con un mapa del daño que no permite ver una salida porque no se puede volver atrás.

¿Es el agua inagotable? Cuesta pensar lo contrario. El mundo fue educado para ser optimista y confiar en la infinitud de ese recurso.

El agua tiene un ciclo permanente. La catástrofe con la que se convive a diario cuando se camina por la costanera de Paraná debe rastrearse, quizás, a unos 4 mil kilómetros de distancia. Los ríos no nacen en un lugar preciso. No tienen un punto de partida. Son atmósferas oceánicas cálidas, vientos y aire húmedo que se convierten primero en lluvia. Pero también son nieves andinas que deshielan. Los ríos hacen sedimento y bordes inundables entre islas y deltas. Todo esto es producto de un proceso hidrológico que en los últimos veinte años se ve interrumpido, contrariado, desafiado por la acción humana.

La lluvia que hace caudaloso al río Paraná –que corre a través de Brasil, Paraguay y Argentina a lo largo de 4.880 kilómetros– es producto de un fenómeno único que se conoce como los ríos voladores de la Amazonía. Se trata de procesos de evaporación y precipitación en el bosque que crean una baja presión atmosférica y atraen constantemente al aire húmedo del océano, produciendo lluvias que riegan ese mismo corazón verde que es el Amazonas. “Por eso los ríos son hijos de las selvas y languidecen con las deforestaciones”, dice a Cicatriz el referente del Foro Ecologista de Paraná, Daniel Verzeñassi.

El desequilibrio que se genera por la tala y quema de bosques es el quiebre de lo que se conoce como “cinta transportadora” del ciclo que genera el agua. El devenir de todo aquello que las llamas arrasaron requerirá de unos quinientos años para regenerarse, porque cualquier implantación de bosques artificiales, por caso de eucaliptos, no es comparable al prístino. Es este último el apto para hacer funcionar ese circuito hidrológico. “El caudal del río Paraná viene teniendo una pérdida desde hace cinco años, pero este proceso progresivo tiene unos veinticinco años. Siempre se quemó, pero era tal la masa boscosa, que resistía el equilibrio, por eso las consecuencias no eran tan visibles como ahora”, insiste el bioquímico.

Según un informe del mensuario Le Monde diplomatique, publicado en la versión latinoamericana impresa de agosto de 2019, el Amazonas registró un aumento en los fuegos de alrededor del 83 por ciento en comparación con el mismo período del año anterior. El número lo dio a conocer el mismo Estado brasileño a través del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués). Allí donde se producen las lluvias que acaudalan a los ríos, hace dos décadas se inició un proceso de expansión de la frontera agrícola y ganadera a costa de la quema de ese inmenso corazón verde de Sudamérica. En este contexto, parece urgente abrir un debate en torno a las competencias jurídicas, precisamente por las distancias que existen entre el lugar en que se produce el desequilibrio y donde repercute. ¿Incendiar el Amazonas es solo una cuestión de los países vecinos?

Ese procedimiento no es diferente al que vimos durante el año 2020, en vivo y en directo, parados desde la costanera de Paraná. Las islas que se incendiaron el año pasado son las que alimentan esa humedad atmosférica que se conoce como ríos voladores. Esa panorámica de islas ardiendo durante días reactivó, tibiamente y en sectores minoritarios de la política, un debate sobre una ley de humedales. En Entre Ríos, el gobierno de Gustavo Bordet presentó un proyecto en la Legislatura para que debata un “régimen para el uso sustentable de bienes inmuebles integrantes del dominio público provincial, ubicados en zona de islas y humedales”. El proyecto del Poder Ejecutivo designa al Ministerio de la Producción como el órgano de aplicación de este “régimen para el uso sustentable” de los humedales. Prevé que toda actividad planificada en las zonas de islas sea sometida a “una evaluación de impacto ambiental” a cargo de la Secretaría de Ambiente. Ese organismo sería también el que otorgue los permisos “de uso oneroso a favor de particulares para el desarrollo de actividades productivas sustentables” en las islas. La iniciativa también autoriza al Estado a ceder permisos de uso gratuito a favor de pobladores o residentes habituales de las islas y prevé la creación de un fondo con los recursos que ingresen por el uso oneroso de las islas. La Federación Agraria de Entre Ríos, la Sociedad Rural, la Federación de Asociaciones Rurales de Entre Ríos (Farer) y la Federación Entrerriana de Cooperativas (Fedeco), nucleados en la mesa de enlace, consideraron innecesario realizar los estudios de impacto ambiental que contempla la redacción del artículo 3 del proyecto. No obstante, y pese a lo que se vio en las islas adonde los controles no llegan, el proyecto no tiene tratamiento aún. Sucede lo mismo en el ámbito nacional.

Solo en el año 2020 se perdieron en la Argentina 350 mil hectáreas de humedales, mientras los proyectos presentados para su preservación no salen de los cajones del Congreso. El lobby de las entidades que impulsan el agronegocio se resiste al control ante la posibilidad de cualquier palo en la rueda que pueda llegar a sufrir su producción a gran escala.

 

Agua tóxica

 

El agua es agua siempre y cuando conserve su condición. Puede terminar en una solución constituida por químicos mediante un proceso. Por ejemplo, el método por el que se fabrica la sal que llega a una mesa es un proceso de evaporación del agua, que va espesando mientras pasa de una pileta a otra hasta llegar al punto máximo de concentración, es decir, la sal. Esa imagen sirve para ver lo que sucede con un río y el proceso de potabilización del agua.

Cuando el caudal de un río comienza a languidecer, todo lo que antes se arrojaba y se suponía que fluiría con fuerza, ya no lo hace. Con la baja del caudal a la mitad, el río Paraná se ha convertido en un concentrador donde la nueva dinámica hace que el agua ya no corra como antes e incremente las agregaciones de partículas que se van depositándose en los barros de los bordes costeros.

Un informe del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA) comprobó en 2017, a través de muestras tomadas entre 2010 y 2012, la aparición de agroquímicos en la cuenca del río Paraná-Paraguay, en el tramo argentino, que es la más importante del país como fuente de provisión de agua para consumo humano. El monitoreo –al que tuvo acceso Cicatriz– se realizó en 22 puntos de la cuenca y arrojó datos alarmantes para nuestra provincia respecto al agua y los sedimentos que se encuentran en el fondo del río. El trabajo lo llevó adelante Damián Marino, investigador que ha participado de numerosos estudios y se desempeña en el Centro de Investigación de Medio Ambiente de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e integra la Red de Seguridad Alimentaria del Conicet.

En la zona de trazado de Paraná y Santa Fe se encontraron concentraciones de agroquímicos de ocho miligramos por kilo. Pero fue precisamente en el borde costero de la capital entrerriana donde se detectó la presencia de tres tipos de agroquímicos (los insecticidas cipermetrina, endosulfan y clorpirifos), además de glifosato en los barros costeros, donde se incrustan las bombas que se utilizan para succionar el agua y mandar a la planta potabilizadora. Esto fue advertido a las gestiones municipal y provincial y se avanzó en tomar una muestra para analizar. Sucede que los laboratorios de la Dirección Provincial de Obras Sanitarias y del Instituto de Control de Alimentación y Bromatología de Entre Ríos fueron desmantelados y el de la Dirección de Obras Sanitarias de Paraná, en esta gestión, no tiene designado un profesional a cargo, lo que implica dejar en manos de privados cualquier análisis para una investigación o control. De esta tarea se viene encargando la Cámara Arbitral de Cereales de Entre Ríos, que brindó resultados que no satisficieron a los integrantes del Foro Ecologista de Paraná. Obvio. “La respuesta gubernamental siempre fue que el Paraná tiene suficiente flujo y capacidad de depuración, lo que es no cierto, porque se succiona donde está ese barro contaminado. ¿Cómo funciona la planta? Con arenas de decantación que sacan las turbiedades, se le agregan al agua algunos precipitantes para despedir precisamente todo lo que puedan ser partículas y después viene la cloración para eliminar la contaminación de bacterias coliformes (fecales). Lo que no se puede eliminar durante el proceso de potabilización son las contaminaciones químicas, por eso ese glifosato no se elimina, a lo sumo se diluye, pero está”, advierte otra vez Verzeñassi.

 

Narrativas

 

En los primeros días de julio la inmobiliaria de Buenos Aires Nordheimer puso en venta 2.500 hectáreas “endicadas por terraplenes” en la isla Irupé, frente a la ciudad de Villa Constitución, en el departamento Victoria, propiedad de la empresa chileno-holandesa Bema Agri BV. Desde 2008, y durante una década, la firma desarrolló un proyecto agrícola, algo que está terminantemente prohibido en suelo isleño. Allí se construyeron más de veinte kilómetros de terraplenes para encerrar 10 mil hectáreas, secando lagunas para un mejor desarrollo productivo. Ante el reclamo de colectivos ambientalistas, la Municipalidad de Victoria y el Gobierno provincial fueron a los tribunales para ponerle un freno a la obra que no tenía la autorización que requería y ordenó a la empresa que reintegrara la tierra removida a sus niveles naturales por entender que se estaban ocasionando problemas ambientales no solo en lo que respecta al ecosistema, sino que además se estaba deformando el curso del río. Un fallo en segunda instancia les dio la razón y Bema Agri puso en la vidriera sus hectáreas, en un completo aviso publicitario, dando cuenta de las ventajas que tiene el lugar por los terraplenes realizados ilegalmente.

En la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) se encuentra un estudio que da cuenta de que la pileta del Club Atlético Estudiantes de Paraná, construida sobre el borde costero, que luce como una península “ganándole” espacio al río, produce un remanso que desvirtúa el fluido de la correntada generando desbordes en el arroyo Antoñico cuando las lluvias fuertes no dan tregua. La intervención del hombre tiene una tendencia: poner la creatividad contra la sabiduría de la naturaleza.

Los ríos se secan y las islas y humedales se queman a la vista del gran público. En muchos casos por descuido, en otros con intención de “ganarle” espacio a la frontera “improductiva” y convertirla en “productiva”. En diciembre del año pasado vimos en televisión que Wall Street informaba que el agua cotizaba en la Bolsa de Nueva York por primera vez en la historia de la humanidad. En los primeros días de agosto sesionó en Paraná el Consejo Federal de Gestión y Protección Civil nacionales, que integran nueves ministerios provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con la lupa puesta en posibles tensiones sociales en un insumo básico, el agua, cuyo acceso es un derecho humano además de vital. En un documento posterior se aseguró que “la bajante ocasionará afectaciones sobre el abastecimiento y la calidad del agua potable, la navegación, la operatividad de los puertos. Además ocasionará daños ambientales sobre el ecosistema, la fauna ictícola y la generación de energía hidroeléctrica”.

No se sabe bien qué sucederá de aquí en adelante. El Servicio Meteorológico Nacional reporta lluvias inferiores a los promedios que se venían dando. Los gobiernos municipales abren sobres para adjudicar obras en el marco de planes integrales para la “optimización del funcionamiento de la red de agua potable en un escenario de contingencia” que viene a convertirse en un cuadro de situación constante. El agua, mejor dicho los ríos, seguirán siendo, al decir de Jaime Dávalos, “hijos de las cumbres y de las selvas”.

“Si antes, otoño e invierno, nos creíamos condenados a sequía perpetua, ahora podemos pensar que, si siguen estas abundantes lluvias de a dos por semana, llegará un momento en que tomaremos agua de parado, como dicen en el campo. (…) Pero el agua, aunque sea para los bueyes, como sonríe la malicia popular, también le cae muy bien y muy oportunamente a nuestro grave río Paraná, que ya andaba con el vacío más que sumido. Sus afluentes del cielo, raíces celestes del río color de león, se desbordan sobre la tierra y acrecen la plata (esta agua es plata) de sus afluentes terrenales, que no tardarán en henchir, generosos, el caudal del gigante epónimo de la capital entrerriana. Buena falta hace toda el agua que podáis proporcionar, ¡oh, nubes, dadoras de sangre!, para que el antiguo río recupere su pulso…”, escribía el poeta, narrador y ensayista gualeyo Amaro Villanueva en una de sus fabulosas crónicas en 1944, casi como un presagio de ese desequilibrio que el hombre se ha encargado con ahínco de llevar a cabo.