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El peligro de tener hambre

La pobreza en Paraná es un problema de marginados cuyos ingresos no les alcanzan para comer y también de los que, producto de la pandemia, van cayendo en la necesidad de requerir ayuda. El rol del Estado y de las organizaciones sociales y una pregunta inquietante: ¿por qué no explota todo? Una crónica en el barro de lo cotidiano para acercase a lo más dramático de la realidad.

Por: EXEQUIEL FLESLER

El peligro de tener hambre

Fotografía: Raúl Perriére

Víctor Hugo dice de la pobreza que es un campo de batalla que tiene sus propios héroes. Es un fenómeno que puede narrarse y puede explicarse. Se pueden buscar soluciones inmediatas o estructurales y de largo plazo. Repartir comida o generar empleo. “Trabajo siempre hay, lo que falta es empleo”, va a apuntar un dirigente sindical. Las dos cosas juntas, comida y trabajo, aportan los organizadores de la economía popular, que saben de las urgencias del estómago y también de la necesidad irrenunciable del trabajo digno para pensar en un porvenir.

El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) publica cada semestre un informe sobre pobreza e indigencia. El último marca que la pobreza en el país en el segundo semestre de 2020 llegó al 42 por ciento y que la indigencia alcanzó al 10,5 por ciento de la población. Ahora bien, en el Gran Paraná, que comprende a las ciudades de Paraná, Colonia Avellaneda, Oro Verde, Sauce Montrull y San Benito, la pobreza se ubicó en los 40,9 puntos porcentuales y la indigencia llegó al 5,7 por ciento. La pobreza creció en términos interanuales un 10,9 por ciento, puesto que en el segundo semestre de 2019 estaba en los 30 puntos porcentuales.

Casi 115 mil personas a las que el sueldo no les alcanza para acceder a la canasta básica total, es decir, a los alimentos más la suma de los precios de bienes y servicios no alimentarios. Y más de 16 mil indigentes, aquellos a los que, según sus ingresos  monetarios, no les alcanza ni para comprar comida. ¿Qué hacen? ¿Cómo capean el momento? ¿Por qué no están en la calle protestando?

Algunas familias recurrieron a sus ahorros, que en el primer año de la pandemia ya fueron liquidados. Otros optaron por los créditos en entidades bancarias y en financieras usurarias, una mala opción aunque muchas veces la única. También están aquellos que recurrieron a créditos intrafamiliares, una elección que no siempre tiene finales felices. Como sea, hoy es peor que ayer, y quienes se endeudaron en el pasado reciente, en este presente deben más. Y si para el futuro ven una luz al final del túnel temen que sea la de un tren que viene de frente.

Otras familias no llegaron ni siquiera a estas instancias. Cayeron. Con sus ingresos llegaban con lo justo para la vida diaria. Comer y algo más. La pandemia y la consecuente cuarentena los ubicó en el mapa de los que están afuera. En los márgenes. En este lugar se puede contar a desempleados que antes tenían un trabajo formal en relación de dependencia, a trabajadores informales, changarines y trabajadores de la economía popular. A estos últimos, el macrismo los llamó emprendedores. Un modo aparentemente más amable de nombrar a un trabajador, en algunos casos independiente, y en otros, asociado o formando una cooperativa. La caída de los ingresos no perdonó y debieron recurrir a la asistencia.

“Vienen cada dos por tres a pedir algo. Y se ve que hay hambre, porque antes cuando pedían un bolsón decían ‘es una polenta. No hay cosas buenas’. Y hoy les das una polenta y la abrazan y se la llevan debajo del brazo. Entonces, te das cuenta de que la pobreza está pegando y es real”. Quien hace esa breve descripción es Héctor Larrea, un trabajador social de un barrio de Paraná. Pinta un cuadro. Pero es uno de los tantos que componen la galería del desamparo. La de aquellos que ayer llegaban a satisfacer sus necesidades y hoy recorren oficinas, comedores o merenderos buscando una ayuda para parar la olla.

 

Necesito otro empleo

 

“Hacia finales de 2019, Paraná tenía un desempleo del 4,5 por ciento y hacia finales del año pasado, del 4 por ciento, con una tasa de actividad mucho menor, porque antes era del 44 por ciento y ahora es del 41 por ciento, lo que hace que parcialmente haya caído el desempleo, no porque encontraron trabajo sino porque han salido del mercado del trabajo. Es decir que son personas que antes trabajaban y ahora no trabajan, pero tampoco buscan trabajo”, describe el economista Gabriel Weidmann. La encuesta del Indec toma como desempleados a aquellos que buscan activamente trabajo, entonces los números reflejan más bien la desazón o la racional convicción de que no se puede conseguir lo que no hay. Para problematizar la cuestión del empleo mirando no solo la desocupación, Weidmann propone observar también a los ocupados demandantes de empleo (7,6 por ciento) y a los subocupados (9,9 por ciento), categorías que se mantienen en niveles altos. La orden de Juan Domingo Perón “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa” se puede reemplazar por una que sea “de la casa a otro trabajo o a buscar uno complementario”. No es el amor a la generación de riqueza lo que mueve la demanda de empleos sustitutos, sino la evidente precariedad salarial de la mayoría de los empleos. Aún de los formales. Ni trabajar ni tener empleo te salva de la pobreza. Esta realidad requiere, claramente, sondear alternativas innovadoras y arriesgadas para darle solución.

“Entiendo la presencia del Estado para paliar el momento, para que no se desmadre la situación. Pero por supuesto que esto no es nuestro objetivo en sí mismo. Si el Estado solo ayuda para resolver el escenario de miles de hermanas y hermanos, estamos errando en el concepto de ayuda”, aporta Federico Feltes, delegado de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (Uolra) en Entre Ríos. “La pobreza no es solo una cuestión de trabajo. Nosotros tenemos problemas de vivienda, de educación, de conectividad”, agrega y, de este modo, expone una visión de la pobreza como un fenómeno multidimensional y no solo de ingresos monetarios.

El secretario de Desarrollo Social de la Municipalidad de Paraná, Nicolás Mathieu, acepta que “hoy la prioridad es garantizar la comida”, aunque reconoce que “no puede ser solo eso”. Al respecto, el funcionario apunta que “después de garantizar la comida tenemos que pensar en otra cosa y por eso está, por ejemplo, el área de economía social, para trabajar con microcréditos y emprendedores”. Está claro que la urgencia dinamitó esos planes, o al menos los postergó hasta que escampe.

El año pasado, el Estado asistió con 1.500 platos de comida diarios en jardines maternales y comisiones vecinales y copas de leche en 143 merenderos. Por los menos 112 entidades recibieron 17 mil raciones y se entregaron 5.147 módulos alimentarios a 50 comisiones vecinales, asociaciones civiles, fundaciones e instituciones. Gestión de crisis y asistencia a quienes asisten.

Si bien los recursos financieros los aporta siempre alguno de los niveles del Estado, son mayormente las organizaciones sociales quienes las gestionan y distribuyen. Con distinto criterio en el territorio, claro. Repasemos con algunos ejemplos, para ilustrar lo que marcamos: cuántos kilogramos de alimento seco (harina de maíz, harina de trigo, lentejas, arroz, fideos) distribuyó el Estado nacional durante 2020 a cada organización social y cuántos al Gobierno municipal.

A la Municipalidad de Paraná le enviaron, en el mes de diciembre y como total anual de 2020, 10 mil kilogramos; en tanto que al gravitante Movimiento Evita, un total de 101.678 kilogramos distribuidos a lo largo de todo el año. La conclusión, luego de calcular la diferencia, se cuenta sola. Decíamos de las organizaciones que contienen y gestionan la ayuda; también son las que contienen las broncas y, eventualmente, las canalizan. A otras organizaciones, les facilitaron menos que al Movimiento Evita, pero cantidades algunas veces similares y muchas veces mayores que al Municipio. El Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) recibió un total de 32.067 kilogramos; la Asociación Civil Empoderando Comunidades – Barrios de Pie, 63.200 kilogramos; la Corriente Clasista y Combativa (CCC), 22.620 kilogramos, por citar solo algunos ejemplos.

“Hoy por hoy, desde 2001, con el proceso que inició Néstor Kirchner y continuó Cristina se pudo establecer un esquema de organizaciones potentes que permiten administrar el proceso de estabilidad en el marco de una crisis”, nos dice Emiliano Gómez Tutau, referente del Movimiento Evita en Entre Ríos. Describe, de este modo, la génesis de la organización que lo contiene, la capilaridad que construyeron los distintos movimientos y marca una incógnita a despejar: ¿por qué, si casi no hay para comer, no están todos en la calle protestando? “Las organizaciones sociales están dando un salto político muy importante y muy bueno. Eso no quiere decir que la situación económica o los paliativos que se han dado hasta acá resuelvan la cuestión social”, agrega Gómez Tutau y reflexiona: “Como organización nos interesa que esté claro que tenemos una visión, como la tuvimos en el proceso de (Mauricio) Macri, de que tienen que jugar un papel para valorizar la protesta social, encausarla democráticamente y encontrar herramientas para resolver los problemas que existen. La situación de quilombo es una constante. El tema es si querés prender fuego o decís: ‘tengo esta visión y podemos articular esta solución’”. Revela así una postura que puede leerse como acuerdista o constructiva.

No es la perspectiva de todas las organizaciones. Por caso, Barrio de Pie, el Polo Obrero o el Movimiento Territorial de Liberación Rebelde (MTL), también con mucha incidencia en la ciudad, entienden que la protesta continua en la calle da réditos en términos de conseguir recursos para su obra. Sin ingenuidades, también para la construcción política. Aunque ese fin no escapa a ninguna organización.

 

Semillero

 

“¿Conocés Gutiérrez y Selva del Montiel? Llegás y doblás por Gutiérrez hacia el oeste. Avanzás tres cortadas y vas al sur hasta el final. Ahí preguntá por la iglesia de Pola”. Esas fueron las indicaciones de Héctor Larrea para que Cicatriz llegue hasta el lugar donde tiene un templo de la Iglesia Evangélica del que está a cargo, un hogar para jóvenes en situación de adicción a distintas drogas y una de las ocho huertas comunitarias de la ciudad. Héctor es hoy un hombre bueno. La vida lo llevó a obrar de mala manera y terminó preso en la cárcel de Loreto, en la provincia de Misiones. Salió a la calle después del estallido de 2001 con el estigma de haber estado tras las rejas y, por consecuencia de ello, con pocas posibilidades de insertarse en la sociedad. Fue así que, con el aporte de 150 pesos que otorgaba entonces el Estado nacional, decidió sembrar. Se dedicó a construir una huerta en un barrio, luego en otro y al final terminó donde empezó su historia de vida: en el barrio Anacleto Medina de Paraná. Donde termina la calle se da con un portón de rejas y un acceso de cemento hasta el templo. Al costado, una galería con un tablón cubierto con un mantel de hule y bancos para sentarse alrededor. En la misma estructura, una cocina y dormitorios donde se alojan durante el día y la noche quienes se esfuerzan para dejar en el pasado el infierno helado de las drogas. Atrás de esto, la huerta comunitaria. Ahí siembran las semillas que consiguen del Programa Pro Huerta o del INTA y crían pollos parrilleros. Ponen las semillas en la tierra y ven crecer las hojas que sostienen los frutos que después cosechan. “Da gusto llevar tu comida –de la huerta– porque vos lo produjiste”, nos dice Héctor y piensa: “Eso es el esfuerzo. Si la gente se esforzara para tener algo, lo cuidaría; pero por ahí está acostumbrada a que sea una obligación que le den algo”. Hace silencio, vuelve a pensar, se ataja y dice: “No hay que irse al extremo, porque hay gente que necesita empezar. Siempre digo que el pobre está tan desanimado y frustrado que no tiene aliento ni para ir a pedir”. La historia con la que carga, su camino y su presente, quizás lo tengan en este campo de batalla como uno de esos héroes narrados en Los miserables. Uno que entendió, y obró en consecuencia, que puede redimirse y, sin juzgar aunque él fue juzgado, tender la mano y más para ayudar. Pero que la asistencia, como planteaban funcionarios y referentes sociales, también sea constructiva. Que sirva para llenar la panza y para construir un futuro, aunque más no sea como un horizonte.

“Pienso que hoy es bastante necesaria la asistencia. Pero tendrían que tener gente idónea –en el Gobierno–”, analiza Héctor y deja otra lectura: “Estoy preocupado porque hay mucha gente con mucha teoría y poca gente con conocimiento del territorio real. Creo que el gobierno anterior contagió al peronismo con la forma de vivir. Porque el peronismo era la justicia social”, rememora. Larrea cierra la charla con una frase que en una primera lectura suena como una advertencia, aunque releída, y considerando la pesadez de las palabras de alguien que caminó todos los mapas, es una sentencia: “Un hombre con hambre es peligroso y no le importa nada. Y en eso tienen que ser advertidos y darse cuenta si quieren conservar una sociedad que esté estable”.