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▪ Crónica ▪

El retroceso de los partidos políticos

Entre Ríos fue mayoritariamente gobernada por el peronismo en las cuatro décadas continuas de democracia. Pero el radicalismo actuó durante 20 años como una fuerza de alternancia. Su derrumbe alteró ese equilibrio, pero no tuvo reemplazo como principal fuerza opositora. Los 40 años de democracia encuentran a los partidos en su piso de gravitación sobre el poder político, en medio del fracaso de las fuerzas mayoritarias en el ejercicio del poder.

Por: Editorial

El retroceso de los partidos políticos

Por Pablo Bizai

 

Un cálculo rápido permitiría registrar a Entre Ríos como un distrito peronista. Es que esa fuerza política gobernó la provincia durante 32 de los 40 años de continuidad democrática. Los ocho restantes fueron del radicalismo, en ambos casos a cargo del único líder de peso que dio ese partido en estas cuatro décadas: Sergio Montiel.
En sintonía con el triunfo de Raúl Alfonsín a nivel nacional, en 1983, Montiel abrió el período democrático en la provincia. Y fue el gran líder del peronismo, Jorge Busti, quien lo reemplazó en 1987. Le sucedieron el peronista Mario Moine (1991-1995), nuevamente Busti (1995-1999), otra vez Montiel (1999-2003), Busti por tercera vez (2003-2007), los dos períodos del peronista Sergio Urribarri (2007-2015) y los dos del peronista Gustavo Bordet (2015-2023).

Sin embargo, el dominio del peronismo no ha sido aquí tan marcado como en otras provincias. En estos 40 años hay que señalar dos etapas. La primera abarca 20 años en los que Entre Ríos tuvo un sistema bipartidista. La segunda, a partir de 2003, cuando el peronismo pasa a ser el partido predominante y la UCR se ubica como el principal partido de la oposición, pero ya sin capacidad de alternancia.

A pesar de que solo gobernó en dos períodos, la UCR liderada por Montiel no dejó nunca en esas primeras dos décadas de democracia de ser un partido de alternancia en la provincia. Los triunfos de Busti en 1987, Moine en 1991 y Busti en 1995 fueron ajustados.

En 1987, Busti ganó por una diferencia de 5,13 puntos porcentuales. Cuatro años después, Moine lo hizo por 5,62 por ciento de diferencia. Y Busti, en 1995, llegó con lo justo: apenas 2,09 por ciento de diferencia.

De la mano de la Alianza UCR-Frepaso, Montiel volvió al poder en 1999, imponiéndose por una diferencia aún más ajustada: solo el 1,62 por ciento sobre el candidato peronista Héctor Maya. En la interna del PJ siempre se le reprochó a Busti no haber desdoblado las elecciones y permitir que Montiel fuera beneficiado por el arrastre nacional de la Alianza que venía a poner fin a la década menemista. Se dijo entonces que lo hizo para evitar que surgiera un nuevo líder que lo desplace dentro del PJ. Y lo logró.

Busti volvería al poder en 2003, pero ahora con una diferencia de 10,27 por ciento sobre el candidato radical, Sergio Varisco, que en una mirada retrospectiva hizo una excelente elección tomando en cuenta el contexto que golpeó a la UCR a partir de la crisis de 2001.

En las dos elecciones siguientes, realizadas en pleno apogeo del kirchnerismo, la diferencia a favor del peronismo en Entre Ríos fue apabullante. En 2007, en elecciones desdobladas, Sergio Urribarri llegó al gobierno con una ventaja de 27,11 por ciento sobre la UCR; y en 2011 consiguió su reelección con una distancia sobre la UCR que trepó al 37 por ciento. En esas dos elecciones, los radicales habían caído a un piso electoral en torno al 20 por ciento. En elecciones simultáneas, Urribarri logró en 2011 su reelección con lo que hasta ese momento era un récord desde 1983: el 56 por ciento de los votos. Gobernaría ese período con un Senado monocolor, sin una sola banca para la oposición.

De la alternancia a la oposición

La crisis de 2001, cuyo mayor símbolo político fue la huida de la Casa Rosada en helicóptero del presidente Fernando de la Rúa, devastó al radicalismo en todo el país. De su dañado tronco saltaron astillas que lo debilitaron aún más, como los partidos de Elisa Carrió y Ricardo López Murphy. Pero, ante todo, el estallido de 2001 instaló muy fuertemente en la sociedad la idea de que los radicales no servían para gobernar, dado que Alfonsín, jaqueado por la hiperinflación, tampoco había logrado terminar su mandato.

En Entre Ríos, la UCR de Montiel sobrevivió a la salida anticipada de Alfonsín en 1989, que constituyó el primer golpe duro para el partido. Pero no pudo superar el trauma del helicóptero de De la Rúa en 2001. A partir de allí, el desbalance del poder se hizo notar con claridad en la provincia.

Montiel, a diferencia de De la Rúa, pudo completar su mandato en diciembre de 2003, aunque a un costo altísimo, que incluyó el embate de un juicio político promovido desde su propio partido. Además, la UCR entrerriana dejó de ser una fuerza de alternancia para convertirse en el principal partido de la oposición cuando Montiel, desgastado por su traumático paso por el gobierno, abandonó su condición de líder partidario sin dejar sucesores.

Después de Montiel nadie mandó en la UCR entrerriana. Hubo, en cambio, un dirigente que terminó dominando la escena radical: Atilio Benedetti.

La UCR volvería en el nuevo siglo a conocer el triunfo solo en elecciones de medio término, para elegir legisladores nacionales: en 2009 y en 2017, en ambos casos con Benedetti como cabeza de lista y con los radicales integrando una alianza.

Sin embargo, el mismo dirigente fracasaría dos veces en su intento por llegar a la Gobernación, en 2011 y en 2019. También sería la cara visible de la derrota de 2013, que le hizo perder al radicalismo el senador nacional por la minoría, en una elección que llevó al Congreso de la Nación al hasta entonces dirigente agrario Alfredo De Ángeli. Fue la primera victoria del PRO sobre la UCR, pergeñada por Rogelio Frigerio, en esa elección aliado con Busti, ya por entonces peleado a muerte con el kirchnerismo que expresaba Urribarri.

Estuvo cerca

El predominio del peronismo en el orden nacional se interrumpió para 2015, cuando la alianza de la UCR con el PRO en Cambiemos acabó con 12 años consecutivos de kirchnerismo. Pero en Entre Ríos el peronismo logró resistir esa ola nacional. Fue la única elección provincial, desde 1983, en la que ganó un signo político distinto al de la Nación. Aunque con lo justo.

En las elecciones simultáneas de 2015, Mauricio Macri se impuso en la provincia. Pero su candidato a gobernador, De Ángeli, quedó a solo 22 mil votos de ocupar el sillón de Urquiza. Gustavo Bordet se impuso por una diferencia de apenas el 2,87 por ciento.

En el radicalismo siempre se dijo que Bordet debía su acceso al poder a Frigerio, quien, como delegado de Macri en la provincia, negó el pegado de boleta del único candidato presidencial competitivo en la interna de Cambiemos al candidato radical a la Gobernación. Benedetti terminaría declinando su postulación luego de que los candidatos a intendentes de la UCR corrieran, presurosos, a pegar boleta con De Ángeli para no perderse el arrastre de Macri. Aunque resulte contrafáctica, la afirmación de que Benedetti hubiera juntado sin problemas 22 mil votos más que De Ángeli –a quien muchos no veían en condiciones de hacerse cargo de la Gobernación– suena razonable si se atiende al vacío de apoyos que sufrió el candidato del PRO, no solo en la UCR, sino también dentro del propio macrismo.

Como fuere, la historia dice que en 2015, en la elección de este siglo en la que el peronismo estuvo más cerca de perder el poder en Entre Ríos, el candidato de la oposición no fue un radical. Ese dato duro consolida a la UCR como un partido de oposición.

Peronismo por dos

En 2015 las diferencias internas de la naciente alianza Cambiemos en la provincia fueron clave para que el peronismo resistiera ante la ola nacional de cambio. Tan clave como el fracaso de Macri en el poder para que, cuatro años después, Bordet fuera reelecto con el 57,43 por ciento, la proporción de votos más alta que recibió un gobernador en estos 40 años de democracia. La diferencia con Cambiemos fue de 21,86 por ciento.

Otro dato que explica ese 57 por ciento es la reunificación del peronismo en el Frente de Todos. Fue la primera vez desde 1999 que el peronismo de Entre Ríos llevó un solo candidato para la Gobernación. En 2003, 2007, 2011 y 2015 hubo siempre una segunda fórmula peronista que terminó ocupando el lugar de tercera fuerza electoral.

En 2003, Emilio Martínez Garbino fue como candidato del Nuevo Espacio Entrerriano y le disputó el voto peronista a Busti, quien como candidato del PJ terminaría imponiéndose con el 45 por ciento de los votos. Martínez Garbino quedó tercero con el 18 por ciento y segunda fue la UCR, con Sergio Varisco como candidato a gobernador, que reunió el 34 por ciento.

En 2007, la división electoral del peronismo fue más explícita, ya que Julio Solanas con su Lista 100 expresó un quiebre dentro del PJ, protagonizado por un grupo de dirigentes de la primera línea que resistió la decisión del entonces gobernador Busti de designar como su sucesor a Sergio Urribarri. También en esta elección ganó el candidato del PJ (Urribarri) con el 47 por ciento de los votos. Y también esta vez el segundo candidato peronista (Solanas) quedó tercero, con el 18 por ciento. La UCR, que llevó como candidato a Gustavo Cusinato, cayó al 20 por ciento, pero aun así logró retener el segundo lugar.

En 2011 también hubo fractura expuesta del peronismo. La expuso nada menos que Busti, fuertemente enfrentado a quien había sido su delfín, Urribarri. También esta vez ganó el candidato oficial del PJ, que fue Urribarri, con casi el 56 por ciento de los votos, un porcentaje histórico que logró por su cerrado alineamiento con Cristina Fernández de Kirchner, reelecta en su mejor momento electoral. El segundo candidato peronista (Busti) quedó otra vez tercero, y otra vez con el 18 por ciento. La UCR, que esta vez fue aliada con el Partido Socialista y llevó a Benedetti como candidato, siguió cayendo: arañó el 19 por ciento.

En 2015 se repitió la doble oferta peronista y el orden en los resultados. Ganó el candidato oficial del PJ, Gustavo Bordet. La segunda opción peronista, encarnada por la fórmula del Frente Renovador que encabezaban Adrián Fuertes y Jorge Busti, se ubicó tercera, con casi el 16 por ciento de los votos. Y segunda quedó la UCR, que estrenó alianza con el PRO en Cambiemos y, arrastrada por la ola nacional, recuperó un enorme terreno en municipios y espacios legislativos provinciales y locales.

Terceros afuera

El repaso de la diversa oferta electoral peronista de este siglo y de los vanos intentos por heredar el radicalismo por parte de sus desprendimientos sin estructura, sirven también para apreciar lo difícil que ha sido el surgimiento de una tercera fuerza en Entre Ríos, aun en estos últimos 20 años en los que la provincia dejó atrás su etapa bipartidista.
Los partidos que intentaron terciar en la oferta electoral entrerriana fracasaron: o se diluyeron en pocos años o terminaron incorporándose a uno de los dos grandes frentes electorales.

Eso le pasó al Frepaso, que en 1995 logró acceder a dos bancas de diputados, pero pronto se asoció a la UCR en la Alianza que en 1997 obtuvo su primer triunfo legislativo contra el menemismo y llegó al poder en 1999. Tras el fracaso de la Alianza, el Frente Grande (uno de los partidos principales del Frepaso) se incorporaría al kirchnerismo y, desde entonces, es parte del frente electoral que encabeza el PJ en Entre Ríos.

En la vereda de enfrente, el ARI de Elisa Carrió trasmutó a la Coalición Cívica, que terminaría como fuerza fundadora de Cambiemos, junto con la UCR y el PRO.
El ARI, en alianza con el Partido Socialista, había sido antes parte del Nuevo Espacio Entrerriano, que con un peronista como Martínez Garbino a la cabeza logró en 2003 sentar a cuatro diputados y un senador en la Legislatura provincial. Pero su potencial electoral declinó para 2007, hasta su virtual desaparición en los años posteriores.

El Partido Socialista se asoció en 2011 a la UCR en un frente progresista que terminó aplastado por la ola kirchnerista. Cuando los radicales giraron a la derecha para aliarse con el PRO, los socialistas probaron solos y en 2015 juntaron apenas el 2,3 por ciento de los votos. Hoy están parcialmente integrados a Juntos por el Cambio.

En estos 40 años de democracia, no hubo una presencia importante de terceras fuerzas en la Legislatura provincial. La mayor cantidad de bancas por fuera de los bloques mayoritarios no fue alcanzada por una fuerza alternativa sino por desprendimientos de la interna peronista, como la Lista 100 de Solanas en 2007, el Frente Entrerriano Federal de Busti en 2011 y el massismo de Fuertes en 2015. En todos los casos, los diputados electos por esas franjas peronistas disidentes se sumaron luego al bloque oficialista, aportando para los gobiernos peronistas de Urribarri y Bordet mayorías especiales que no reflejaban la voluntad del electorado.

La izquierda nunca pudo desarrollarse en Entre Ríos. Al MST-Nueva Izquierda le fue siempre mejor en elecciones intermedias. En 2017 quedó como tercera fuerza electoral, pero con apenas el 4,73 por ciento de los votos, relegando por muy poco al Partido Socialista al cuarto puesto con el 4,28 por ciento.

En la siguiente elección intermedia, en 2021, ese lugar fue ocupado por el Partido Conservador Popular. La fuerza de derecha que ahora se referencia nacionalmente con Javier Milei se quedó con el 3,7 por ciento de los votos y relegó a la izquierda al cuarto puesto con el 3,5 por ciento.

El voto radical

Los desprendimientos radicales de Carrió, López Murphy y más tarde de Margarita Stolbizer nunca lograron un desarrollo importante en Entre Ríos. Cada uno con su propio perfil, los tres buscaban construir una salida al agotamiento de la UCR para ofrecer una alternativa electoral a los sectores medios que habían perdido su histórica representación política. Es más, tampoco el PRO, que en buena medida buscó llenar ese espacio vacío, logró en Entre Ríos un desarrollo partidario significativo.

Ni el ARI, ni el GEN, ni Recrear, ni el PRO se acercaron nunca a disputarle la territorialidad al radicalismo, que en los últimos 20 años, y a pesar de su derrumbe, siguió siendo la estructura política más sólida dentro del panorama opositor.

Cambiemos, luego rebautizado Juntos por el Cambio, es en Entre Ríos el acuerdo de un partido con historia, estructura y territorialidad, pero sin liderazgos fuertes ni candidatos competitivos; y un partido nuevo, sin estructura, mínimo, pero con candidatos competitivos: Macri en 2015, Rogelio Frigerio en 2021 y en 2023.

El PRO lideró Cambiemos en Entre Ríos desde su inicio, particularmente en los cuatro años en los que ocupó la Casa Rosada, en un gobierno que no fue de coalición. Parado sobre la caja de la obra pública, Frigerio dominó a la UCR entrerriana. Pero lo siguió haciendo después de dejar el gobierno nacional, gracias al apoyo que recibió de un poco más de la mitad de la dirigencia radical provincial, convencida de que solo con el ex ministro de Macri como candidato podrán desalojar al peronismo de la Casa de Gobierno de Entre Ríos en las elecciones de este año.

Los esfuerzos del radical Pedro Galimberti por darle pelea fueron insuficientes en 2021. Después de Montiel, la UCR entrerriana no se volvió a encolumnar mayoritariamente detrás de un líder. Esto facilitó las cosas a Frigerio, cuya principal base de sustentación para su deseo de llegar a la Gobernación sigue siendo la estructura del partido radical, presente en todo el territorio provincial.

Cada vez menos

Los 40 años de democracia encuentran a los dos partidos más importantes de Entre Ríos en su piso de gravitación sobre el poder político.

A pesar de que tiene la mayor estructura, la UCR no es el partido que manda en Juntos por el Cambio. Y el PJ, con casi el doble de afiliados que la UCR, no ha tenido prácticamente ningún rol en la definición de las políticas que ejecutaron los gobernadores peronistas de 2003 a esta parte. La vida institucional del PJ ha sido mínima y las bases vieron en todos estos años cómo las grandes decisiones se resolvían por acuerdos de cúpulas. Bordet fue el gobernador que más prescindió del PJ.

El retroceso de las organizaciones partidarias como instrumento de intermediación de la sociedad con el poder político es un fenómeno global. Pero en la provincia se empezó a notar con más claridad cuando los candidatos dejaron de ser elegidos por los afiliados en internas cerradas y se abrió el voto a los independientes o no afiliados a otros partidos.
Las primeras internas abiertas fueron a finales del siglo pasado. Para 2005, Entre Ríos sancionaba la ley de primarias abiertas y simultáneas, pero no obligatorias; y una década después adoptaba el sistema de las PASO.

En esos mismos años se consolidaron los frentes electorales, que hicieron perder más peso aún a los partidos para el armado de la oferta electoral, que surgía como resultado de negociaciones entre las cúpulas de los distintos partidos. Por ejemplo, hubo congresos radicales que resolvieron que la UCR debía encabezar las listas de Cambiemos. Se trataba, naturalmente, de un mandato de imposible cumplimiento en un frente electoral.

Los detractores del sistema de boleta única –que se intentó introducir en Entre Ríos en la fallida reforma política de 2018– la señalan como la culminación de este proceso de retroceso de los partidos como cantera de políticas y candidatos. Lo curioso es que los que critican este efecto de la boleta única son, en muchos casos, los mismos que mantuvieron a sus partidos cerrados o limitaron los procesos de renovación interna.

Fracaso

Entre Ríos ha sido hasta aquí una provincia predominantemente peronista. Pero esa afirmación no dice mucho. Como no diría mucho si la provincia hubiera sido predominantemente radical. Es que los dos partidos mayoritarios han variado notablemente su orientación ideológica a lo largo de estos 40 años de democracia.

El PJ pasó de encabezar un frente con un perfil de centroizquierda en la década de 1980, a ejecutar la agenda neoliberal en la década de 1990, para finalmente asociarse a fuerzas de centroizquierda en el período kirchnerista. El mismo partido privatizó YPF en 1992 y la estatizó en 2012.

La UCR pasó de integrar primero una alianza desarrollista con el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), a mitad de la década de 1990; luego una de centroizquierda con el Frepaso en el cambio de siglo y con el socialismo en 2011; para terminar, en 2015, asociándose al PRO y posibilitando el ascenso a la Presidencia de un claro exponente de la derecha como Mauricio Macri.

Esos groseros vaivenes ideológicos en las fuerzas políticas que desde 1983 gobernaron la provincia explican, en buena medida, el descrédito de los partidos como “instituciones fundamentales del sistema democrático”, tal como los define la Constitución Nacional.

Pero la principal razón de su deterioro es que, tras 40 años consecutivos de democracia, los indicadores económicos y sociales de la Argentina son peores que los que dejó la última dictadura cívico-militar. La democracia argentina logró abandonar la violencia como método de acción política, pero no sirvió para comer, curar y educar en los términos que prometía Alfonsín. Toda la dirigencia argentina en general, y la política en particular, son responsables directas de esta frustración.

Las elecciones PASO de 2021 marcaron el mayor nivel de abstención electoral desde 1983. La principal novedad de esos comicios fue la irrupción de Milei como expresión de repudio al sucesivo fracaso de los dos frentes mayoritarios en el ejercicio del poder. Es una incógnita saber en qué medida ese malestar influirá en la definición del próximo gobernador entrerriano que –nos hace suponer la historia y el escaso desarrollo territorial del libertario en la provincia– volverá a salir de una de las dos opciones mayoritarias: Juntos por el Cambio o el Frente de Todos.

Los 40 años encuentran a Entre Ríos ante lo que las encuestas anuncian como el final del ciclo peronista y la posibilidad de que, por primera vez en estas cuatro décadas, pueda llegar a la Gobernación un candidato que no es ni del PJ ni de la UCR y que tiene su centro de vida en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Así de extraño es el presente.

 

 

(Nota publicada en la edición impresa Número 12 (junio/julio de 2023) de Revista Cicatriz.