Una conversación con un amigo, una discusión en una ronda de mates, el ida y vuelta en un grupo de WhatsApp son circunstancias que estás atravesadas, en buena medida, por lo que consumimos en la tele, en la radio, en las redes o en un diario. Sabemos de un acuerdo con el FMI porque lo vimos, lo escuchamos, lo leímos. Lo mismo cuando hablamos de una guerra. No estamos en el lugar y el momento en que se produce el hecho. Nos lo contaron. Nos llegó por alguien. Un intermediario. El suceso no es la noticia. La noticia es un proceso que se empieza a elaborar a partir de ese suceso. Tampoco todo suceso es necesariamente una noticia. Eso es una decisión. La construcción del sentido común, que con un tramposo apotegma se jacta de ser el más común de los sentidos, se acepta sin más. Es el “tal cual” fácil que uno suelta cuando un interlocutor dice algo que parece obvio, algo que creemos haber visto, escuchado o leído en algún lado, y seguramente fue así. Intuimos el devenir de las cosas por lo que vamos percibiendo. También conocemos de músicas, historias y literatura por lo que nos acerca algún dispositivo. Un medio, una red, una plataforma.
¿Cómo nos informamos los entrerrianos? ¿Cómo se forma nutre nuestro sentido común? ¿Y nuestro lenguaje? ¿Cuánto conocemos de nuestros artistas, de nuestra cultura, de nuestra historia? ¿Qué nos gusta y por qué? Es difícil saberlo. En principio porque no existe una sola área gubernamental que tenga esa información. Tampoco la tiene la universidad. Y los empresarios son reticentes a mostrar trabajos sobre comportamientos y consumos sociales que suelen pagar para sus inversiones.
Un recorrido por el dial, desde el 87.7 hasta el 109.7, de un día cualquiera entre semana en Paraná, además de mostrar una serie de superposiciones de emisoras en la misma frecuencia según la zona de la ciudad, deja una certeza inapelable: la colonización foránea. Una notable mayoría reproduce listados de temas musicales que cada tanto se intercalan con tandas publicitarias. De seis radios, tres son netamente musicales, dos tienen programación originada en Buenos Aires y en una se pueden escuchar programas locales. Siempre con intervalos de horas de música durante la jornada. Según la información que aportó la oficina local del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom), en Paraná hay otorgadas 64 licencias de radio.
Caminar por la ciudad es respirar el aire húmedo del litoral y mezclarse entre los ruidos de la urbe atravesados por los aires porteños que se emiten desde un parlante de un negocio cualquiera. Si uno cierra los ojos en la Peatonal y escucha las noticias o spots publicitarios bien podría imaginarse en Capital Federal. Donde atiende Dios. Ese Dios que está en todas partes. Quien va a pagar un servicio o a hacer un trámite en un organismo público en Paraná esperará su turno viendo la cobertura de una congestión de vehículos en la Avenida Ricchieri. La imagen de un notero recorriendo carnicerías y comparando precios en Villa Lugano o en Soldati se amplifica desde los tres televisores que cuelgan en un café del centro de la capital entrerriana. A unas 40 cuadras al sur, un bar modesto, con un aparato más modesto tiene, inamovible, una señal de Buenos Aires.
La idea de consumir medios y creer que se está informado. Una anécdota autóctona sintetiza esa desconexión entre el consumo y la sensación de informarse. Una mujer estaba haciendo la cola en el Hospital de la Baxada de Paraná en una jornada libre de vacunación contra el Covid-19. El requisito para acceder a la tercera dosis era que debían haber transcurrido cuatro meses desde la segunda, pero resulta que en el caso de la mujer habían pasado tres. Ante la duda que le surgió, se acercó a las demás personas que esperaban inocularse y desenfundó su fuente de información. Era una publicación de Infobae que efectivamente hacía referencia a tres meses, pero en la provincia de Buenos Aires y en la Capital Federal.
Ir de fierros
Hubo un tiempo que fue hermoso y fuimos libres de verdad.
Cristian Bello ocupó diferentes espacios en el mapa de la comunicación. Hizo radio, estuvo al frente de FM Litoral y en la actualidad conduce un programa de televisión que está cumpliendo 20 años. No se privó de nada: hasta produjo una película, cuando ficcionó la desaparición de Fernanda Aguirre. En el medio, se convirtió en uno de los productores que más capital apostó a producciones locales. Para el conductor de Nunca es tarde, que se emite por Canal Once, hay una necesidad de que Entre Ríos tenga su propia agenda informativa, cultural y social ante el escandaloso avance de la producción foránea. “No se trata de dejar afuera los temas o esa agenda que en algún punto nos involucra a todos y que uno ve en la pantalla porteña, sino entender que el problema radica en una imposición lisa y llana que cuesta equilibrar”, dice en una charla con Cicatriz.
Bello es un observador de lo que llama “el modelo cordobés”. Le reconoce a la provincia mediterránea la capacidad de haber sostenido medios importantes a lo largo del tiempo y que hoy no necesitan darle envión a sus programaciones con una estrella nacional. Incluso ha exportado la tonada a otras comarcas, a través de Cadena 3, un emporio fundado en 1930. “Los tipos no se desacoplan de lo que sucede en Buenos Aires, que es la capital del país, pero hacen un recorte. Es muy raro escuchar en Córdoba un bloque entero de un programa de radio con un tema que sea netamente porteño”, sostiene.
En Entre Ríos, para Bello, la gran derrotada ha sido la radio. “Es preocupante la falta de producción local, aunque esto no quiere decir que no haya. En un momento, LT 14, FM Litoral y dos o tres emisoras más se peleaban por tener a tal o cual periodista, pero eso ya no ocurre”, se lamenta y aporta una imagen como testimonio de lo que dice: “Hace mucho tiempo, cuando prendías la tele y aparecía el gobernador o algún funcionario ante los periodistas, veías grabadores de 10 radios con sus calcomanías identificatorias. Ahora ves grabadores sin identificación, que son los de la prensa del Gobierno”. A ese panorama, el conductor y productor lo contrapone con lo que ocurre al otro lado del río: “En Santa Fe, las radios más escuchadas tienen producción local. La disputa está ahí, en la agenda, la cobertura. Todas tienen oyentes y, por ende, auspicios. Acá, en Paraná, las cinco radios que más facturan son repetidoras de Buenos Aires, porque son las que más se escuchan. Esto debería ser una preocupación del Gobierno”, dice y se jacta de haber quintuplicado la producción comercial en 2016, cuando estuvo al frente de FM Litoral, con una programación local desde las seis de la mañana a las doce de la noche.
El coordinador de Radio UNER Paraná José Trovatto lo pone en palabras ante Cicatriz: “Hay necesidades gubernamentales de llegar al mayor público posible, y por eso se pauta en esas radios, la duda que tengo es qué impacto puede tener una publicidad de 10 o 15 segundos en una radio que expresa exactamente lo contrario de lo que representa tu gobierno y donde la audiencia, generalmente, se predispone a escuchar un determinado mensaje”.
Bello y Trovatto coinciden en que fue a comienzos de este siglo, y en plena crisis, que comenzó la debacle y la era de las retransmisiones. Hasta entonces, cualquier ciudad cabecera de departamento tenía dos o tres emisoras con producción netamente local.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual establecía en su artículo 65 inciso i que las emisoras debían emitir un mínimo del 60 por ciento de producción propia, que incluyera noticieros o informativos locales. Ese ítem ya había sido enterrado por los gobiernos nacional y provincial aun cuando la norma estaba vigente. Para Trovatto, “la ley puede existir o no, pero en caso de que no exista, el Estado puede establecer un criterio al momento de financiar a los medios”. Habla de políticas en comunicación.
El periodista de la UNER deja un dato interesante. En el último tiempo, las grandes radios de Buenos Aires han intensificado la necesidad de comprar fierros en las provincias, es decir, instalar sus propias repetidoras, porque consideran que no les alcanza con que se las escuche desde una plataforma. “Con un equipo transmisor, una computadora y un programador ya tenés Rivadavia Paraná en el auto o en el negocio”, ejemplifica.
Un trabajo reciente de Proyección Consultores para la red de emisoras universitarias determinó que la radiodifusión sigue teniendo una amplia preponderancia, por sobre el streaming, más allá de la transición que se vive en las formas de consumo y en el traspaso hacia la digitalización. La audiencia se divide de la siguiente manera: el 57,7 por ciento escucha a través de un equipo; el 19,3 por ciento lo hace en el auto; el 8,8 por ciento, a través de la app de la emisora; el 5,4 por ciento, desde la página web de la radio; el 0,8 por ciento, por un recorte que se busca en YouTube; el 0,4 por ciento, por Radio Cut, una plataforma que permite buscar solo fragmentos de producciones ya emitidas; y el 2,1 por ciento abarca el ítem de otras opciones.
La TV (nacional) ataca
Entre Ríos es una de las pocas provincias que no tiene un canal de televisión estatal. No es una deuda de la historia. El 23 de mayo de 1984, el gobierno de Sergio Montiel obtuvo la autorización que había solicitado para instalar una estación repetidora de televisión en Paraná. Retransmitiría la señal del viejo ATC. Ese fue el primer paso de la televisión pública en la provincia. Un año después se creó LRI 450 TV Canal 9 de Paraná y se organizó por primera vez una programación local, cuya dirección estuvo a cargo de Reynaldo Adrián Puig. Los primeros televidentes, en ciudades cercanas a la capital provincial, debían orientar sus antenas VHF para dar con la señal. Hasta que el gobierno de Jorge Busti privatizó el canal en 1989 y desde entonces la provincia dejó de tener una señal del Estado. Un grupo de trabajadores conformó una cooperativa y presentó una propuesta cuando se hizo el llamado a licitación, pero obviamente perdieron ante Alejandro Romay. Actualmente, la programación del canal que llega a toda la provincia se mixtura entre informativos, productos locales y la retransmisión de Canal 13 de Buenos Aires.
La historia de Canal Once es muy distinta. No fue un proyecto gubernamental sino que fue fundado por un grupo integrado por Edgardo Sánchez y los hermanos Miguel y Emilio Ruberto. El nacimiento de la señal fue la marca orientadora de lo que sería después. La primera transmisión se realizó el 9 de mayo de 1992. A los pocos días fue interferido por la competencia con un transmisor en la misma frecuencia, el 11, que le impedía que se viera por aire. El asunto de judicializó y salió en favor de Canal Once. Al año siguiente, la señal tenía al aire una producción netamente local. Tres años después fue allanado por denuncias de Cablevideo y Canal 9, que venían perdiendo en televidentes. La vuelta se produjo como señal de cable, donde también tuvo problemas para imponerse y fue llevado al fondo de la grilla, cuestión que se revirtió por una movilización ciudadana.
La apuesta del canal fue, desde el día uno, la producción local. Bello recuerda cuando Sánchez decidió poner al aire su programa en el mismo horario en que estaba Susana Giménez, que sorteaba un millón de pesos por día. “No lo podía creer, me quería matar, pero nos salió bien”, se ríe. Hoy El Once retransmite en otras localidades algunos productos informativos y culturales que produce. En Paraná está al tope de la audiencia y tiene, como soporte extra, el sitio digital más visitado de la provincia.
Buena parte de las principales localidades tienen un operador de cable que lleva la grilla a todos los hogares. ¿Qué se consume? La pregunta la responde Daniel Delfino, presidente de la Asociación Entrerriana de Telecomunicaciones (AET). “El consumo es atomizado, con esto quiero decir que hay público para el deporte, que prende la tele solo para ver eso; y otro público que lo hace solo para seguir una novela, a la tarde. Claro que todo esto es producción nacional e internacional”, cuenta el operador de cable de Villaguay. Asegura que “la experiencia con el contenido local no es mala, pero está abocada, básicamente, a producir el noticiero del mediodía, no mucho más que eso” y agrega que “es muy difícil y muy costoso hacer una producción de entretenimientos, por ejemplo, a la tarde. Por fuera del informativo, el deporte local es lo poco que genera encendido”. Según dice, las producciones locales se financian, en un 90 por ciento, con la publicidad que invierte el comercio de la ciudad. “Los gobiernos locales, es decir, los municipios, lo suelen hacer, pero es nada”, es el otro dato que deja.
En Entre Ríos hay unos 120 canales de cable que operan en 80 localidades y están en manos de 40 operadores, según el registro artesanal que lleva el sector. Cablevisión está en Paraná, Concepción del Uruguay, Gualeguaychú, Gualeguay y Federación. Allí no hay cables locales. “El negocio de ellos es la televisión por cable. Nosotros también tenemos ese negocio, pero además, como ellos, también tenemos el servicio de internet, que ha ido creciendo, incluso más que el cable”, revela Delfino, en referencia al mayor interés de los consumidores por los canales porteños, además de Netflix y otras plataformas de streaming. A diferencia de lo que ocurre con la radio, el contenido audiovisual comienza a ganar terreno en internet en plena transición de lo analógico a lo digital.
Delfino es crítico del programa nacional Televisión Digital Abierta (TDA), que consiste en adquirir una antena que cuesta alrededor de mil pesos y consumir gratuitamente una serie de señales que incluye a la TV Pública, Cine.Ar, Encuentro, DeporTV, Telesur y la agencia de noticias rusa RT. Una línea diferente, incluso, en el plano de cadenas internacionales. “Fue un proyecto de escritorio. Uno recorre la provincia y se encuentra con que las antenas están boca abajo. La gente no quiere que le impongan ocho o nueve canales, sino que quiere tener una grilla de 120 canales, aunque nos los vea. Pero con solo saber que se puede hacer zapping, es suficiente”, dice y revela, a la vez, un comportamiento cultural.
De arriba hacia arriba
Los diarios supieron ser, hasta no hace tanto, la referencia ineludible por la que se regía la agenda informativa de toda la red de medios audiovisuales de la provincia. Pero ya no es así. La debacle de los medios impresos es una realidad mundial, que seguramente se agrava fuera de las grandes metrópolis.
El Diario de Paraná, fundado en 1914, se encuentra en concurso preventivo de acreedores y funciona con alrededor de 40 personas entre empleados de planta, pasantes y colaboradores, luego despedir a 80 trabajadores en mayo de 2018. Según datos surgidos del último informe que hizo la Sindicatura, en septiembre de 2018 se imprimieron 60.402 ejemplares, de los cuales se vendieron 33.659, es decir, 1.121 diarios por día. Para diciembre de 2020, la venta había descendido a 16.812 ejemplares sobre 34.000 impresos en el mes, es decir, 542 diarios por día.
El diario Uno, que hizo pie en Entre Ríos en el año 2000, corre una suerte similar. Según fuentes de la empresa –que optaron por el anonimato–, la tirada diaria varía entre los 3 mil y 5 mil ejemplares, a los que llega, con suerte, un domingo. En los últimos años, la empresa inició un proceso de achicamiento se fue achicando e incluyó la posibilidad de retiros voluntarios, y en la actualidad, entre las ediciones impresa y digital, cuenta con un plantel de 30 trabajadores, incluyendo a los colaboradores externos. Lo local se achica, lo foráneo avanza.
El año pasado se conoció un informe oficial sobre la distribución de la publicidad oficial nacional. Entre diciembre de 2020 y agosto de 2021, la gestión de Alberto Fernández destinó 7.563 millones de pesos a los medios de comunicación. El 68 por ciento fue para el 1 por ciento de los medios en el país. Pero de esa porción más grande de la torta, el 63 por ciento fue para los que están radicados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que recibieron 4.779 millones pesos. Los medios de la provincia de Buenos Aires, la más grande del país, recibieron 434,5 millones de pesos, es decir, más de diez veces menos que la capital.
Los psicólogos sociales Enrique Pichón Rivière y Ana Pampliega escribieron que “las formas concretas que reviste la vida de los hombres están directamente relacionadas con las modalidades en que la existencia material se produce y reproduce. El objeto, los medios y las formas de producción, así como la inserción de los sujetos en ese proceso productivo, determinan sus formas de vida, su cotidianidad”.