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Farolitos de colores encendidos en el alma

La historia del carnaval de Victoria tiene una expresión popular, artesanal, que expresa Terror do Corso, una comparsa que sábado a sábado gana las calles rebotando junto al latido de un corazón gigante hecho de ritmo, color y sudor. Lo que sigue es una crónica de la celebración con “un grupo de locos” que se reivindica desde fuera del sistema y nos acerca al significado del disfraz, de la máscara y a una fiesta popular que resiste al corset comercial que pretende imponérsele.

Por: GRETEL SCHROEDER

Farolitos de colores encendidos en el alma

Fotografía: Terror do Corso

La fiesta se repite todos los sábados de verano a partir de las diez de la noche desde la Plaza Merceditas. Pero empieza unos días antes con la preparación de los elementos. Ya desde el viernes la gente improvisa disfraces, lava y cose los que quedaron maltrechos de la jornada anterior. Se arreglan tambores y se cambian parches rotos o se inventa algún instrumento nuevo, porque a veces el que se tenía se perdió la última noche. Se prepara la tecnología alcohólica, como el termolar que cargan en una mochila con la manguerita transparente a modo de bombilla para beber libre de manos. Al pasear por la ciudad, en varios kioscos se ve movimiento de acopio de latas, botellas varias y pomos de espuma. El sábado, al anochecer, todo está listo y ya empieza a sentirse el duende de Terror do Corso.

Victoria tiene una arraigada tradición de carnaval, al igual que otras localidades de Entre Ríos, como Gualeguay, Gualeguaychú y Concordia. Pero en Victoria hace 55 años ocurre algo más: Terror do Corso es una expresión popular del carnaval del pueblo, libre, gratuito, callejero, inclusivo y participativo que todos los sábados recorre las calles del centro de la ciudad sumando un mar de cuerpos de todas las edades y clases sociales que avanza rebotando junto al latido de un corazón gigante hecho de ritmo, color y sudor. Hasta concluir en el corsódromo cuando el carnaval oficial ya está en las últimas o, frecuentemente, ya terminó.

Todo comenzó en 1967 como iniciativa espontánea de un grupo de 14 jóvenes que en ese entonces tenían alrededor de 17 años. Algunos de los fundadores son Eduardo Cabrera, los hermanos Castillo, Ofelia Ferro, Chafa, Palito Correa y Cachicha Sauret. Esta “manga de locos”, como se los llama cariñosamente en Victoria, comenzó esta fiesta callejera, y desde ese entonces se convirtió en una experiencia ineludible de expresión y alegría popular que con los años no para de crecer.

La casa de los hermanos Castillo está ubicada en Avenida Del Centenario 259, enfrente de la Escuela Normal Superior Eduardo Magnasco, y durante 20 años fue el punto de salida de Terror do Corso. En Victoria, todo el mundo tiene sobrenombre, y los hermanos Castillo no son la excepción: Ricardo es el Chino; Armando, Tico; y Guillermo, Pirucho. Son músicos oriundos de Victoria que se fueron a vivir a Rosario, pero volvían a la casa natal todos los veranos con sus familias. En momentos donde la música estaba más organizada, en el patio de esa casa se les enseñaba a los más jóvenes y se practicaba el batuque. Eso se sostuvo por mucho tiempo, hasta que más adelante comenzaron a salir de la Plaza Merceditas, como se hace hasta ahora.

En esta casa, donde se dice que todos los días es carnaval, nos encontramos a conversar con Ricardo Chino Castillo, que nos contó cómo fueron aquellos primeros años: “Al principio era una expresión chiquita dentro del carnaval, que en ese entonces se hacía en la plaza de Victoria, y había expresiones de distinto tipo. Entonces Terror do Corso no tenía el carácter masivo que tiene ahora. Cuando empezaron a cobrar entrada, las personas que participaban no querían saber nada, porque eso era un carnaval popular en el que estábamos todos y la Municipalidad se hacía cargo de los gastos, entonces empezaron a salir con nosotros. Durante muchos años Terror do Corso salió desde esta casa. Y las personas se juntaban con nosotros porque les gustaba nuestra onda, la manera de expresarnos, la manera de divertirnos, y siguieron sumando y sumando cada vez más, y ahora… es lo que es. Las descripciones son difíciles porque es más que nada una experiencia. No es una comparsa común, gente que se reúne todo el año, donde hay una comisión que determina cuáles son los trabajos que se van a hacer, para los trajes, etcétera. Esto es espontáneo, a medida que va pasando el estandarte se va juntando gente y en un momento pueden ser 300 personas, y en un momento pueden ser 5 mil. Es una expresión popular que se manifiesta de esa manera. Es una experiencia, es como si te preguntaran, ¿cómo es el agua? Y… no sé, tenés que verla, tenés que tenerla en la mano para entenderla. Así que yo mucho de descripciones no puedo hablar”.

Esta dificultad para poner a Terror do Corso en palabras se repite mucho en los participantes a los que se les pregunta. Pasa un poco como con el fútbol, no se puede describir racionalmente, las referencias son a emociones intensas, compartidas, que no pueden relatarse desde una individualidad. En todos los testimonios se repite la misma idea: Terror es de todos y no es de nadie, es pasión y sentimiento de una multitud vibrante. Terror está en el ADN de los victorienses y se ha expandido a muchas localidades cercanas y no tanto. Esto explica por qué tanta gente de otras ciudades o muchos que se han ido del pueblo vuelven todos los sábados del verano desde los puntos más recónditos del país, y hasta del planeta, para vivenciar por una noche lo que llaman “el ritmo inconfundible”.

Ricardo Castillo nos ilustra por qué Terror do Corso es tan particular y a veces indescriptible: “Cada uno se disfraza como quiere, toca lo que quiere, baila lo que quiere y toma lo que quiere, así que es muy libre y estando todos juntos. Son miles de personas, por eso, preguntale a la gente de acá y ellos te pueden contar por qué son parte. Y aun así no sé si te pueden dar una respuesta cabal, porque es una experiencia, tenés que participar para saber lo que es. Te puede gustar o no, pero entonces vos ya tenés una idea de lo que es, es la única manera. Vos decís, ¿qué es Terror do Corso… es una comparsa? No, no es una comparsa, es otra cosa. Para mí, es la encarnación del carnaval popular. Del carnaval de otra época, no del espectáculo comercial que se hace ahora”.

 

Una fiesta popular

 

Si nos remontamos a la historia y al significado del carnaval, se podría decir que es algo así como el lado B de la cultura clerical. Aunque la iglesia no lo admite como celebración religiosa, está asociado con los países de tradición católica y, en menor medida, con los cristianos ortodoxos orientales. Una especie de caño de escape que inventó el pueblo ante la estricta moral impuesta por la iglesia y sus instituciones. El carnaval tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma (que se inicia con el miércoles de ceniza) y que tiene fecha variable (entre febrero y marzo, según el año). Tiene manifestaciones características, tales como disfraces, músicas, cantos, desfiles y fiestas en la calle, y a pesar de las diferencias que presenta en distintos lugares, su particularidad común es la de ser un paréntesis de permisividad y cierto descontrol. Los etnólogos encuentran en el carnaval elementos supervivientes de antiguas fiestas y culturas, como la fiesta de invierno (Saturnalia), las celebraciones dionisíacas griegas y romanas (Bacanales), las fiestas andinas prehispánicas y las culturas afroamericanas.

Con el paso de los años, y al igual que en muchas otras partes del mundo, los carnavales entrerrianos fueron transformándose en un espectáculo controlado y también en un negocio. En ese escenario, Terror do Corso es una respuesta de rebeldía y libertad, y una de las pocas resistencias que quedan ante el triunfo de la, también tradicional, voluntad de las autoridades por encorsetar el desenfreno que el carnaval despierta. “Ahora vos vas a un espectáculo en un corsódromo, no en la calle, con gradas a un costado, mesas del otro, y hay que pagar; es un hecho económico, comercial”, dice Ricardo Castillo. “Entonces hay gente que se prepara profesionalmente durante el año, con profesores, gente capacitada para eso. Se compite, es un carnaval que tiene ganadores y perdedores y se reduce toda la expresión del pueblo a cuatro o cinco comparsas. Antes eran decenas, por lo menos en el carnaval nuestro de Victoria. Y en Gualeguay, Gualeguaychú y Concordia tienen el mismo formato: una calle pintada de blanco, se ponen reflectores, pasa la comparsa y la gente, le guste o no le guste, aplaude… Antes la gente participaba, no estaba afuera, estaba adentro y bailaba, se disfrazaba; se ponía un pedazo de tela en la cabeza, le hacía unos agujeritos y salía”.

El disfraz y el batuque de samba son dos componentes fundamentales de este trance colectivo. Otro es la disposición a la alegría. Aunque es inevitable que en este contexto aparezcan algunos episodios aislados de peleas, por lo general, los concurrentes acuden en familia, viejos, jóvenes y niños, del centro y de los barrios, y a todos los convoca la reunión, los abrazos, los tragos que van y vienen y la alegría en los corazones. En el batuque se mezclan instrumentos caseros y profesionales sin orden de jerarquía. Se invita a la gente a llevar lo que sea para participar, una lata llena de arroz, una botella golpeada con un palito, todo vale (personalmente, llegué a observar una persona que usaba una pava abollada a palazos a manera de tamborín), y en ese tremendo sonar destacan unos zurdos enormes que se llevan en carritos y aportan el sabor de unos graves profundos, que afinados en distintos tonos, y llevando el ritmo acompasado, por momentos dejan escuchar melodías que parecen de un contrabajo y a veces también unas voces que se asemejan a cantos humanos, o quizás extraterrestres. Son las voces del tambor. El ritmo resuena en todos los cuerpos, desde los pies hasta la cabeza, es imposible hablar ahí dentro, todo es música y movimiento. La gente se mira, sonríe, toca y baila.

A medida que Terror avanza por las calles de la ciudad se van incorporando personas, otras miran desde afuera y filman con los teléfonos y sacan fotos, todos con esa sonrisa dibujada en la cara. El sonido de Terror es tan contundente que durante el recorrido por las cuadras más cerradas, y que tienen árboles grandes, se puede ver cómo cientos pájaros salen volando despavoridos ante el paso de esa multitud bullanguera y trasnochada.

Victoria, llamada “la ciudad de las siete colinas”, tiene subidas y bajadas que ofrecen vistas privilegiadas de lo que ocurre a medida que se realiza la caminata de más de diez cuadras durante ocho horas, una verdadera maratón de locura y felicidad hasta llegar al corsódromo, ubicado cerca del puerto de la ciudad.

En cuanto a los disfraces, nos cuenta Ricardo: “En una época los trajes eran más elaborados, siempre humorísticos pero mucho más creativos. El caballito de lona, por ejemplo, es un invento que quedó como tradición. En la década de 1990, los tipos se disfrazaban más de mujer y se preparaban de tal manera que parecían minas, se ponían las pilchas de la hermana, alguien los ayudaba con el maquillaje, la peluca y qué se yo… pero los tipos salían a la calle y eran unas locas, bien producidos. Después fue cambiando la modalidad de los disfraces. Eran muy creativos, que no tiene nada que ver con el lujo sino con el ingenio, la dedicación. Por ejemplo, había un loco disfrazado de ducha, tenía la flor de la regadera arriba y todo envuelto en una cortina, y era una ducha caminando, el tipo estuvo encerrado ahí toda la noche. Otra cosa que me acuerdo es del barrilete. Por ahí vos mirabas y había un barrilete volando en el medio de la comparsa, que era un quilombo bárbaro, y vos decías: ¿cómo habrán hecho para remontar un barrilete ahí? Y era un loco que tenía un alambre, tenía un coso duro. Pero de lejos lo mirabas y parecía que iba volando un barrilete todo el tiempo arriba de Terror. El que lo llevaba era un tipo disfrazado de niño, tipo Quico. Ahora me parece que eso está medio caído. Mingo, que es el que hace muchos años saca fotos y las comparte en el grupo de Facebook, ahora puso ahí lo que se llama ‘el protocolo del disfraz’, avisando que él va a poner fotos de los tipos que estén bien disfrazados, como para promover que la gente se disfrace”.

El mencionado protocolo del disfraz que compartió Ramírez El Cura, como se denomina el fotógrafo de Terror en esta red social, nos da algunas pautas de lo que se quiere mantener en la cultura del disfraz de la comparsa: “Para la publicación de la gran mayoría de las fotos en esta red durante el corso vamos a hacer prevaler el flamante ‘protocolo del disfraz’. Para más información hay una serie de FAQs: ¿Por qué se toma esta iniciativa? Porque nos gustó la idea. ¿Se puede ir igual sin disfraz? Si. Lo que no pueden es enojarse si no se publica su foto en esta red (créanme, eso pasa). ¿Se diferenciará entre disfraz caro o barato? ¡No! ¿El solo hecho de usar una capelina o vincha cumple con el protocolo? No. ¿Túnicas, batones viejos y ropas que sin ser disfraz evidencian que no son de uso cotidiano cumplen? Sí, pero en gran medida depende de las prendas y de los accesorios aplicados. Por ejemplo, alguien vestido de médico, albañil, agente, etcétera, si no tiene nada más que le confiera gracia, tan solo está vestido como alguien que trabaja así todos los días. Pero, si además, suma maquillaje y accesorios adecuados al evento, sí. ¿El estar disfrazado garantiza la publicación de la foto? Lamentablemente no. ¿Se puede sobornar al fotógrafo para aparecer igual? Sí, desde luego, pero no garantiza nada. Si todo sale bien, nos vemos en el corso…”.

El grupo de Facebook de Terror do Corso tiene 11.300 miembros y ahí, además de las decenas de fotos de cada noche, también se publican imágenes de todas las épocas de Terror, se saludan los cumpleaños de los participantes más asiduos, se recuerda a los que ya han partido y casi todos los días del verano algún desprevenido pregunta si sale Terror y otros tantos le responden: “Todos los sábados a las 22 desde Plaza Merceditas, aunque llueva a cántaros”, o algo parecido. Y esto de la lluvia no es una exageración. Cuando llueve, el carnaval oficial se suspende, pero Terror sale igual. En uno de los diálogos que registré entre participantes estaban hablando de este tema y uno le decía al otro: “La macana es el frío, pero después el agua… no pasa nada”.

 

Entre el arte y el negocio

 

Toda esta experiencia, por momentos casi irreal, ha inspirado a muchos artistas que forman parte de la mística de Terror. Gabriel Calabrese es un reconocido pintor de Victoria que ha incluido al carnaval, y en especial a Terror do Corso, en su universo pictórico.

Otro personaje muy querido por todos es Raúl Pedemonte, profesor, locutor y poeta, que durante muchos años fue la voz de los carnavales de Victoria y siempre recibía a Terrror con una declamación que llevaba a la masa al éxtasis cuando llegaba al palco y concluía su arenga exclamando: “¡Farolitos de colores encendidos en el alma!”, y se producía el momento cúlmine de algarabía, todos gritaban, saltaban y tiraban para arriba toda la espuma que habían reservado para esa ocasión, hasta el punto en que, cuentan los que estaban, no se veía nada.

Hoy en día, Raúl Pedemonte ya no participa de la fiesta mayor, como le dicen al carnaval oficial, y las cosas son algo distintas. La organización coloca una valla en la entrada para dejar pasar a Terror a último momento, y nos cuentan que hace un par de semanas pusieron una banda tocando en forma superpuesta. El Chino nos explica que no siempre ha sido de esta manera: “Ha habido distintos tratos, todo depende de quién esté en la Municipalidad o en la Secretaría de Cultura. Si les caemos simpáticos, no vamos a tener problema, si está todo mal… vamos a tener problemas. Mandan los milicos porque los tipos dicen que nosotros somos cualquier cosa, que estamos fuera del sistema… y estamos fuera del sistema. No les gusta eso, porque ellos quieren que estemos dentro de la organización, ellos quieren ordenar las cosas de cierta manera y nosotros decimos que no. Nosotros hacemos el carnaval popular, no somos parte de sus negocios, nos expresamos de manera espontánea, libremente, en una fiesta que es nuestra. Estos tipos hicieron un negocio con una fiesta popular, se la adueñaron y hacen comercio con eso. Eso pasa en todas partes: agarran y juntan cuatro o cinco dueños de las comparsas con los tipos que venden en la cantina, y entre 10 o 15 tipos se reparten la guita. Toda la vida tuvimos resistencia porque Terror do Corso es una expresión libre y hay personas que son muy temerosas de la libertad, entonces cuando ven algo que les produce miedo están en contra, lo empiezan a juzgar. Pero ellos no saben cuál es la verdadera razón. Lo juzgan por cómo van vestidos, porque hacen mucho ruido o porque por ahí mean en la calle, por el motivo que sea. Pero la verdadera razón, para mí, es que ellos le tienen miedo a la libertad, ellos tienen que estar ordenaditos, responden a una estructura. Por eso, dentro de la misma gente del pueblo, existen resistencias, y de parte de la autoridad, también. Nos han mandado siempre a la Policía, nos acusan de cosas que nosotros jamás hacemos, porque nosotros siempre bajamos la línea de que se permitía todo tipo de cosas menos la agresión o la violencia, eso sí estaba prohibido, pero en lo demás, expresate como quieras”.

Antes de realizar las entrevistas conversábamos con unos participantes de Terror acerca de si el poder del disfraz y del carnaval era el de concedernos la posibilidad de ser otra persona por una noche, inventar un otro yo. Luego le pregunté a Ricardo si estaba de acuerdo con esta hipótesis y él me contestó: “No, a mí me parece que es al revés, uno es uno cuando está ahí, y después tiene que disfrazarse para ir a la oficina. Uno se expresa ahí como verdaderamente es, el resto de los días nos tenemos que disfrazar para sobrevivir. En Terror uno expresa la alegría, las ganas de vivir que tiene. Es como una tregua social, no hay diferencias ni barreras de clases, se es ahí como se quiere ser, el disfraz está afuera. Es como si esa noche, en realidad, nos quitáramos el disfraz que nos divide todos los días y ahí nos juntamos para ser felices”.

Todos los domingos siguientes a Terror do Corso en Victoria hay mucha gente con resaca, se duermen unos siestones infernales y empiezan los recuentos de objetos e instrumentos perdidos. Dicen los que saben que el dolor en las pantorrillas, producto de bailar durante tantas horas y gran parte del tiempo en subida, aparece a las 48 horas, porque el cuerpo no te dice todo de golpe.
Es el lunes que sigue a Terror do Corso y las miles de personas que experimentaron el carnaval popular, al decir de Ricardo, se tienen que poner el disfraz de serios para ir a la oficina, con los farolitos de colores aún titilando en el alma, el resonar en el recuerdo de ese ritmo inconfundible y las piernas molidas.

 

 

Fuentes

Entrevista con Ricardo Castillo.
Documental Terror do Corso, una pasión, de Héctor Carballo.
Grupo de Facebook de Terror do Corso.
Aportes de Román del Prado, Pedro Guastavino y Vicente Barbagelata.