Garantía de continuidad

Las reglas de juego de la política y los partidos han hecho asomar un menú de opciones para 2023 que asegura la continuidad de la estructura institucional y económica de la provincia. Los perfiles de los candidatos en danza, los presentes posibles que se descartan. Adán Bahl y Rogelio Frigerio representan a distintos partidos y han recorrido diferentes caminos, pero tienen similitudes de sobra. Las banderas de la gestión y el saber hacer.

Por: LUZ ALCAIN

Fotografía: Raúl Perriere

La provincia de Entre Ríos arriba al contexto electoral en un escenario particular. Por primera vez en 20 años, la oposición al Partido Justicialista tiene chances de llegar a la Casa Gris.

Desde 2003, el comando lo tiene el peronismo, el peronismo de Concordia, con un conjunto de tips que tiene el sello que Jorge Busti dejó en herencia: evitar el conflicto, llevar el carro sin barquinazos, confiar en una casta que conoce las reglas.

La democracia cumple el doble de años, 40. Atravesó antes la década de 1990, cuando el peronismo fue tan voraz, con el sello menemista, que llegó también a Entre Ríos con la destrucción del aparato productivo y las herramientas del Estado.

La provincia emanada de entonces es la que pilotea sin interrupción el peronismo, con Busti primero, con Sergio Urribarri luego, con Gustavo Bordet ahora. No son iguales los momentos encarnados por los tres dirigentes, pero en lo sustancial se sostuvieron las coordenadas, aunque a nivel nacional primaran momentos distintos: el kirchnerismo de Néstor Kirchner, con algunas claves de reforma institucional; luego el que expresó Cristina Fernández, con la consagración de nuevos derechos y el conflicto del campo como contracara; la era de Mauricio Macri, a partir de 2015, que demandó acciones en la provincia para amainar el ajuste en políticas sociales y en obra pública, aunque fue ese también el tiempo de recuperar fondos de coparticipación; y finalmente el presente con Alberto Fernández, marcado por la pandemia, el corset de la deuda y el desmadre político del peronismo en su versión Frente de Todos. Los vaivenes nacionales no pusieron en jaque la continuidad aunque hubiera ruido, fracturas, airadas disidencias y reordenamientos del poder para cada elección.

Por primera vez en 20 años, el peronismo podría perder el timón en una elección. Y, sin embargo, surja lo que surja de las urnas, la continuidad parece estar garantizada.

 

De qué se trata elegir

 

Los entrerrianos vamos a elecciones, cada tanto, cada dos años, sosteniendo la práctica del ejercicio democrático. Con más o menos compromiso, más o menos voluntad cívica, tenemos marcado el calendario con esos domingos en los que toca ir a votar.

Sin embargo, tenemos cero incidencia en un conjunto de claves que operan para determinar cuál es el puñado de boletas a disposición en el cuarto oscuro. Tradiciones partidarias, reglas de juego de la disputa interna en cada fuerza política, variables económicas, geográficas y de apellido terminan moldeando el menú de opciones. La carta podrá parecer amplia desplegada así en los pupitres de un aula. Pero no son tantas las opciones con verdaderas chances de cambiar la historia.

Si del repaso de dinámicas de poder se trata, por el lado del peronismo que gobierna, el juego y sus reglas son casi exclusivamente decisión del Gobernador. Hoy se llama Gustavo Bordet, pero antes fueron Sergio Urribarri o Jorge Busti. Es Bordet, en tanto gobernador y jefe del Partido Justicialista, quien fija la fecha de elecciones y las reglas de la interna en el peronismo. Una u otra jugada modifica el impacto de la oferta del peronismo: no es igual que haya elecciones simultáneas con la elección de Presidente y Vice que elecciones adelantadas para una contienda que haga foco en el tablero provincial y municipal; no es igual que el peronismo vaya a las PASO a que no lo haga y fuerce la unidad de sus expresiones en una sola propuesta.

Se dirá que cualquiera puede presentarse a elecciones internas si así lo prefiere, pero nadie disputa una batalla sin expectativas de algún resultado. Y la llave para una contienda de peso la tiene Bordet: si no hay una reforma de la carta orgánica del PJ que garantice a las minorías integrar las listas, quien compite y pierde está condenado al destierro, a esperar mejores tiempos. Se dirá que cualquiera puede ir contra la expresión hegemónica del peronismo, pero no habrá quien no le advierta las desventajas que supondrá la contienda contra la estructura del Estado.

Por el lado de Juntos por Entre Ríos, desde 2015 a la fecha, en el vértice está el trayecto político del diputado nacional y precandidato Rogelio Frigerio. En aquella elección logró “bajar” las postulaciones para la Gobernación del radicalismo, dejando el camino libre de adversarios internos a Alfredo De Angeli, el candidato del PRO. Sin una institucionalización formal de la coalición UCR-PRO y algún otro partido, Frigerio arma su estrategia, elige candidatos con la aprobación de su partido, el PRO, y de una mayoría de dirigentes radicales que acompaña su postulación. El único escollo que se le ha presentado es la disputa interna que han planteado, desde el radicalismo, el diputado nacional y precandidato a gobernador Pedro Galimberti y el intendente de Crespo, Darío Schneider. En las elecciones legislativas de 2021 tuvieron un resultado mejor que el esperado por sus adversarios internos y terminaron ingresando por la minoría en la lista que se alzó con el triunfo en Entre Ríos. La relación de fuerzas no habría cambiado demasiado para este contexto.

En definitiva, más allá de las expresiones de los partidos chicos, por izquierda y por derecha, el menú electoral para los entrerrianos es moldeado hoy por Bordet y por Frigerio. Nada diferente saldrá de los movimientos de piezas que hagan estos dos jugadores.

 

Una estructura intocable

 

A una dirigencia política que elige el desafío pobre de sostener el status quo, eternizando los dilemas estructurales, le corresponde un electorado para el que la promesa se expresa como la posibilidad de mejorar en algún aspecto la vida en el actual estado de cosas.

La economía de la provincia tiene algunos corsets que no se han modificado y que la hacen sobrellevar su realidad entre el puñado de distritos más pobres. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) que mide el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo enfocando en tres variables, salud, educación e ingresos, emparenta la realidad de este territorio insular con la que sufren las poblaciones de Chaco, Corrientes, Formosa, Neuquén y Santiago del Estero.

Tradicionalmente, el campo –agricultura, ganadería, silvicultura, caza– ha constituido uno de los sectores más importantes en el Producto Bruto Geográfico (PBG) de Entre Ríos. Era del 28 por ciento en la década de 1990. Ha perdido peso relativo frente al comercio y, según los datos de 2018, el campo constituye el 16,7 por ciento del PBG, contra el 19,7 por ciento del comercio; ubicándose la industria en un 15,8 por ciento.

El problema que impide sacar provecho de esta riqueza que genera el campo es que prácticamente toda la producción se exporta. Entre Ríos es tierra repleta de silos. Casi todo, sobre todo la soja, tiene por destino Rosario (Santa Fe), que concentra la industrialización y la exportación. Y la salida del país es por el puerto rosarino, al que también llega la producción de otras tantas provincias en desventaja.

La riqueza que produce el campo no queda en la provincia. Pero además la actividad no tiene mayor impacto en la generación de mano de obra, si se compara con la industria, el comercio o los servicios.

Por si esto fuera poco, si el campo crece, el fisco no junta nada. El 97 por ciento de los productores no paga Ingresos Brutos, el impuesto más importante para la recaudación provincial; el Impuesto Inmobiliario Rural es ínfimo en relación con el valor de la propiedad gravada.

El neoliberalismo ha dejado su huella marcada a fuego. El libro Adónde va el excedente estudia la economía entrerriana de la década de 1990 y el fenómeno planteado de un crecimiento del campo que, como contrapartida, deja mayor desocupación, concentración de la tierra, salarios a la baja y precarización.

Los autores, Leandro Rodríguez, Roberto Schunk y Elena Riegelhaupt, describen una lógica de crecimiento económico que “favoreció la apropiación desigual del ingreso socialmente generado” a raíz de tres factores estructurales clave: “a) la manifiesta incapacidad para absorber productivamente el incremento de la fuerza de trabajo provincial debido a la base agropecuaria del crecimiento; b) la concentración creciente de la tenencia de la tierra y las bajas remuneraciones a los asalariados en el sector, aspecto determinante en la distribución del ingreso del agro; y c) la escasa capacidad del Estado para aumentar su participación en el crecimiento mediante impuestos progresivos que puedan utilizarse con fines redistributivos”.

La década de 1990 también dejó su huella en la expoliación de los recursos de coparticipación, mediante el Pacto Fiscal de 1992. Con la firma del ex gobernador Mario Moine, la provincia –todas las provincias– cedieron el 15 por ciento de sus recursos coparticipables a la Nación para financiar a la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses). Esa medida estuvo en el origen de todas las crisis y las declaraciones de emergencia que desde entonces atravesó el Estado provincial.

Sólo en los últimos años, a partir de un fallo de la Corte Suprema de Justicia la Nación que obligó a restituir esos recursos, otro Pacto Fiscal que propició el gobierno de Mauricio Macri, y que firmó Bordet, permitió la devolución de esos recursos que aliviaron las cuentas públicas.

Otro corset del que se habla demasiado pero en campaña se elude es la situación deficitaria de la Caja de Jubilaciones y Pensiones de la provincia. En 2022, el déficit trepó a 46 mil millones de pesos. El régimen del 82 por ciento móvil está en el centro del debate político. Cada año, en la apertura de sesiones ordinarias de la Legislatura, Bordet insta a lograr consensos. La oposición reclama soluciones. Nadie dice cómo se alivia ese agujero sin lesionar derechos, sin tocar ese único punto que garantiza una segura reacción de los trabajadores del Estado.

 

Los protagonistas

 

Cuando esto se escribe, el escenario del peronismo se encamina hacia una unidad forzada. Sin vía libre para la disputa en unas PASO con reglas justas (esto es, garantizando espacio a las minorías), el oficialismo sabe de antemano que mediará una bendición del gobernador. Se intuye que no hay mucho margen para un nombre distinto al del intendente de Paraná, Adán Bahl, por los resultados de su gestión municipal; porque caminó sin pausa un proyecto provincial hasta que quedó trunco en 2015, cuando el señalado para la continuidad fue Bordet; y porque en un abanico de tres o cuatro dirigentes es el que mejor garantiza el sostenimiento del status quo. Con esa decisión, quedan sólo intuidos algunos presentes que hubieran sido posibles. Uno lo podría haber expresado Laura Stratta, la vicegobernadora que por estos días apura el paso para ver si llega a tiempo para una bendición. La dirigente de Victoria sería un claro perfil de continuidad sin vueltas, aunque con una marca propia en torno a la presencia de las mujeres en política y la apuesta por el despliegue en torno a la economía social. Otro presente quedaría por ensayarse de la mano del intendente de Gualeguaychú, Martín Piaggio, que tiene para mostrar la voluntad de transformar aspectos claves de la vida social y económica de su ciudad, con políticas como el Banco de Tierras; la recuperación del espacio público a capa y espada; el protagonismo de las cooperativas de trabajo; y la apuesta por el medio ambiente, que tiene en la prohibición del glifosato una muestra contundente.

Enrique Cresto y Juan José Bahillo son otros nombres que el actual estado de cosas dejaría en el tintero. Dos referentes del presente. Uno de ellos, Cresto, hijo y nieto de dirigentes del peronismo entrerriano desde la década de 1970 para acá; otro, Bahillo, hoy a cargo de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación desde la que ha planteado una costosa estrategia de acuerdos con el campo para sostener la llegada de divisas, además de tener que afrontar el presente de sequías para la producción agropecuaria que ha forzado dedicar casi toda política pública al auxilio del sector.

Juntos por Entre Ríos tiene sus cartas jugadas hace tiempo. Demasiado quizás. Desde 2015 el camino parece trazado con un radicalismo que, mayoritariamente, ha elegido abrir las puertas para que así suceda. Salvo algún fenómeno extraordinario, Frigerio emergerá de las PASO como el candidato a gobernador, protagonizando la oportunidad más certera para desalojar al peronismo de la Casa Gris después de 20 años. La traza de Juntos por Entre Ríos dejaría en el camino el presente que pudieran encarnar radicales de una nueva generación, pulidos en la gestión municipal, con buenos resultados en zonas del mapa con un desarrollo económico más amigable con la generación de empleo.

Es la foto que hoy muestra la política entrerriana. Es el tablero que se tiene. La continuidad está garantizada. Porque tanto Bahl como Frigerio son hacedores hace mucho tiempo del actual estado de cosas. Son dos dirigentes de gestión, dos varones conminados a elegir una mujer como compañera de fórmula en una provincia que estrena la paridad y que, irremediablemente, pero de manera lenta, derivará en renovación. Son dos hombres que han hecho su trayecto en el peronismo, Bahl desde siempre; Frigerio desde sus orígenes en la década de 1990 y hasta 2011, cuando fue candidato por primera vez, a legislador porteño, por el PRO de Mauricio Macri. Uno contador, el otro economista. Los dos entraban en la adolescencia cuando arrancaba la democracia que cumple 40 años. Están en Wikipedia. Uno, Bahl, arranca consigo la historia en política; el otro es parte de una saga (Frigerio requiere entre paréntesis una aclaración: nieto).

 

Saber hacer

 

Bahl se recibió de contador en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Su primer paso en el Estado provincial fue en el Tribunal de Cuentas. A partir de 2004, durante el tercer gobierno de Jorge Busti, se ocupó de los números de la provincia, de los hilos más finitos de la gestión. Fue primero director del Servicio Contable de la Secretaría de Obras y Servicios Públicos; después fue titular del área. Al poco tiempo, Busti lo nombró ministro del Gobierno, Justicia, Educación, Obras y Servicios Públicos, puesto que continuó ejerciendo, sin interrupciones, en las dos gestiones de Sergio Urribarri. Cuando quedó trunco su proyecto provincial, en 2015, se conformó con la Vicegobernación en el primer mandato de Bordet, a la espera de mejores tiempos. Conoce palmo a palmo la maquinaria de la administración pública, sabe las claves para sostener la continuidad, puede prometer mejoras en el actual estado de cosas.

El flanco débil de Frigerio es su condición de porteño. A eso recurren sus adversarios internos y los del peronismo, aunque no está garantizado que esa característica sea siempre una desventaja para el electorado de la provincia. Como Bahl, Frigerio estudió en la universidad pública. Tiene título de la Universidad de Buenos Aires (UBA): licenciado en Economía, con orientación en Planificación y Desarrollo Económico.

Es porteño pero conoce los números de la provincia. Tanto como que en la década de 1990, siendo funcionario de Carlos Menem, se ocupó de la promoción de las recordadas reformas del Estado a nivel de las provincias. Tenía 24 años cuando pasó a cumplir funciones en la Dirección Nacional de Políticas Regionales de la Subsecretaría de Programación Económica Regional del Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos de la Nación. Fue parte de la puesta en marcha del Fondo Fiduciario para el Desarrollo Provincial, para asistir a las jurisdicciones ante desequilibrios fiscales y promover reformas que derivaron en la privatización de los bancos estatales de provincia, entre otros, el Banco de Entre Ríos.

Frigerio fue también secretario de Programación Económica y Regional del Ministerio de Economía a partir de 1998. Su recorrido en el pulso de las arcas de las provincias argentinas lo culminó durante la gestión de Macri, como ministro del Interior. Ese es otro flanco: las políticas de ajuste a la obra pública que las voces del peronismo ponen sobre la mesa cada vez que hay un discurso de campaña.

Bahl no protagonizó la década menemista como Frigerio. Es cabal expresión de la continuidad garantizada. Frigerio fue parte, siempre, de un ajuste del Estado. Bahl, en cambio, comanda un Estado que ostenta inversión en obra pública y desarrollo, un municipio que hasta su arribo no garantizaba la prestación de servicios elementales.

Sin embargo, por historia en la gestión, por discurso y consignas, hay en Frigerio y en Bahl una apuesta a las mismas clavijas, los mismos actores para planificar el desarrollo. Un molde.

Si hasta aquí se trató de continuidad, hay una variable fundamental que sí es novedosa para este escenario electoral. Por primera vez, ya no en 20 años sino en la historia de 40 años de la democracia, hay un presupuesto equilibrado. Qué hacer con eso es una pregunta que deriva en tantas respuestas como orientaciones políticas se pongan en juego. Pero a 2023 asoman dos dirigentes. Los dos con amplia experiencia en la gestión. Los dos con un “saber hacer” con la estructura dada.