La noche de la niebla

El complot para asesinar a Perón, que derivó en los sangrientos bombardeos de Plaza de Mayo, en junio de 1955, tuvo sus ramificaciones en Entre Ríos. El rol protagónico del general Justo León Bengoa y las reuniones secretas entre civiles y militares en Paraná constituyen un capítulo poco conocido de esta historia. El archivo personal de Robert Potash y el testimonio de los protagonistas.

Por: MARTÍN GERLO

Fotografía: Archivo

El almirante Samuel Toranzo Calderón esperó paciente el auto que habría de llevarlo esa fría madrugada a Paraná, donde tenía planeado entrevistarse con uno de los generales que, tras largos rodeos y encuentros furtivos, podía terminar de definir el escenario en favor del golpe. El auto pasó, tal cual lo convenido, poco después de las tres de la madrugada del 11 de junio de 1955 por la esquina porteña de Cabildo y Juramento, punto de partida de un viaje que terminó extendiéndose casi todo el fin de semana. Al volante iba el escribano Raúl Medina Muñoz, acompañado por el abogado Luis María de Pablo Pardo, dos de los elementos civiles más comprometidos con el plan que tenía su eje en la Marina y buscaba hacerse fuerte a partir de la articulación con un sector del Ejército, un arma que, a pesar del desencanto con la política oficial de muchos de sus protagonistas, todavía permanecía mayoritariamente fiel al orden constitucional.

Algunas horas después, ya cerca de Rosario, los tripulantes del coche negro advirtieron que el hombre que iban a buscar se encontraba en esa ciudad, “dirigiendo un juego de guerra”, por lo que decidieron frenar y hacerle llegar un mensaje.

–No, acá no. Los espero en Paraná –fue la respuesta del general Justo León Bengoa, quien por entonces estaba a cargo de la Tercera División del Ejército con asiento en la capital entrerriana.

Los contactos entre Bengoa y Toranzo Calderón se habían iniciado algunas semanas antes, en Pilar, cuando se encontraron al término de una misa y discutieron los distintos planes que había en marcha para poner fin al gobierno. El general, que hasta hacía poco era un hombre cercano a Perón, prestó su apoyo y esbozó algunas objeciones menores. No era la primera vez que venían a sondear sus intenciones: a fines del año anterior, mientras el Presidente iniciaba su pelea sin retorno con la Iglesia católica, el dirigente nacionalista Mario Amadeo lo había visitado en Paraná para contarle las intenciones de un grupo cada vez más importante de militares y civiles. Por aquellos meses, los artífices del complot también se entrevistaron con Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu, quienes con distintos argumentos desestimaron el plan y lo consideraron inoportuno o prematuro.

Bengoa, un militar con mando de tropas, se había convertido en un elemento codiciado por los golpistas, quienes contaban con apoyo civil pero necesitaban reforzar sus respaldos castrenses en todo el país. Dos años antes, desempeñando funciones en Buenos Aires, se lo designó a cargo de la investigación que había ordenado Juan Domingo Perón contra su propio cuñado, Juan Duarte, por presunta corrupción. El hermano de Evita se quitó la vida antes de conocerse las conclusiones de ese informe y Bengoa fue trasladado al año siguiente. La relación entre el Presidente y el general ya no era la mejor.

“Nos fuimos a Paraná una noche que había una niebla bárbara”, recordó Toranzo Calderón, quien finalmente pudo concretar la entrevista con el general al día siguiente, el domingo 12 de junio de 1955, cuatro días antes de que un puñado de aviones repletos de bombas sobrevolaran el cielo gris de Buenos Aires, consagrando una de las jornadas más trágicas de la historia argentina.

A la hora del almuerzo, Bengoa recibió en su casa de la capital entrerriana a los civiles y al almirante. Hacía casi dos meses que no se veían. Después de aquella reunión, en la que hablaron de los planes revolucionarios, se mantuvieron en contacto sólo a través de emisarios. El general los invitó a sentarse e intercambiaron impresiones. El panorama, a pesar del escaso tiempo transcurrido, había cambiado bastante desde la última vez que se encontraron. El enfrentamiento del gobierno con la Iglesia siguió escalando hasta derivar en una fuerte ofensiva política de Perón, que tuvo su correlato en la activa oposición que la institución bimilenaria había mostrado el día anterior en las calles de Buenos Aires, en la marcha del Corpus Christi.“Ya las cosas estaban que ardían, por supuesto, ya no cabía ninguna duda de que había que empezar a trabajar”, rememoró Bengoa tiempo después. Y así lo hicieron.

 

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Credo es un archivo digital online del Departamento de Colecciones Especiales y Archivos de la Universidad, dependiente de la Universidad de Massachusetts Amherst, en Estados Unidos. Hace más de una década, la institución emprendió la tarea de digitalizar muchos de los valiosos documentos que tiene en su repositorio, los cuales ahora se pueden consultar desde cualquier lugar del mundo a través de su sitio web. Entre ellos se encuentra la colección de materiales con la cual trabajó el historiador norteamericano Robert Potash. Se trata de un conjunto de archivos compuesto por más de quinientos audios, transcripciones de entrevistas, reseñas y notas con información documentada sobre la cual construyó su obra. Potash es autor de uno de los libros más relevantes para comprender el tempestuoso período histórico que comienza con la caída de Hipólito Yrigoyen y se extiende hasta la década de 1970. El Ejército y la Política en la Argentina analiza medio siglo de relaciones entre el poder civil y las instituciones castrenses, con un nivel de detalle y análisis que lo torna imprescindible.

En la lista de personajes que brindaron su testimonio para los libros del investigador norteamericano hay algunos actores protagónicos de la historia argentina, como Arturo Illia o Pedro Eugenio Aramburu, junto a otros menos conocidos que también aportaron datos relevantes para la minuciosa reconstrucción que repasa medio siglo de la vida política de nuestro país. La investigación de Potash, a la cual en nuestro caso hemos accedido de manera fragmentaria y parcial, tiene dos características que la vuelven interesante: está escrita por un historiador extranjero que logró ver al país en su conjunto y, al mismo tiempo, trabaja sobre una institución con fuerte arraigo y despliegue territorial, como es el Ejército. De este modo, evita caer en las reconstrucciones de palacio y centralistas que reducen el país a un conjunto de manzanas e ignoran lo que sucedió en el resto de las provincias. Las entrevistas a Bengoa, Toranzo Calderón y Antonio Rivolta dan cuenta de este interés.

 

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Ese domingo frío en Paraná los militares y los civiles repasaron la situación política, retomaron sus últimas conversaciones y, sin perder tiempo, fueron directo al asunto que los convocaba y por el cual los tres tripulantes del automóvil negro habían viajado más de quinientos kilómetros.

–Miren, yo vengo de atrás, tratando de trabajar la mentalidad de los oficiales –les dijo Bengoa, dando a entender que la adhesión a los planes golpistas aún no tenía demasiado consenso entre los altos mandos del Ejército.

El general argumentó que todavía no estaba en condiciones de moverse, salvo que se dieran circunstancias especiales, aunque les aseguró que seguiría trabajando para fortalecer los planes. En ese contexto, les pidió paciencia y les contó que en pocos días tendría una ocasión propicia para seguir desplegando sus acciones sin despertar sospechas, ya que debía viajar a Buenos Aires para participar, junto a camaradas de todo el país, de una cena organizada por el propio gobierno, destinada a los altos mandos del Ejército. Bengoa creía que durante esos días iba a poder ausentarse de Paraná, tomar contacto con posibles aliados y volver a su División de manera sigilosa, despejando cualquier incertidumbre y suspicacia.

La fecha para actuar era un tema de discusión: mientras Toranzo Calderón y los civiles se mostraban ansiosos, el general insistía en que debían esperar al menos un mes más. El almirante asintió, pero dejó en claro que los hechos podían precipitarse.

–Yo estoy en la Capital, y puedo verme obligado a actuar sin previo acuerdo –le advirtió.

–Está bien, en ese caso produzca los hechos y yo desde acá lo apoyo –repuso Bengoa.

El objetivo principal de los golpistas era asesinar al Presidente y luego instaurar un triunvirato civil integrado por hombres de los principales partidos opositores: el radical Miguel Ángel Zavala Ortiz, el socialista Américo Ghioldi y el conservador Adolfo Vicchi. La Marina, jugada de lleno al golpe, tentó a sus aliados civiles y militares de diversas maneras. Según el testimonio del capitán de fragata Antonio Rivolta, otro de los conjurados, Toranzo Calderón le ofreció oportunamente a Bengoa encabezar el movimiento, pero éste se negó. Así consta en el libro de Potash y en las anotaciones de puño y letra que realizó el historiador en base a las conversaciones que mantuvo con el capitán de fragata (“offering leadership of movement which he refused”), aunque ni Bengoa ni el propio Toranzo Calderón lo mencionan en sus testimonios.

Luego de algunas consideraciones más, el encuentro terminó y el almirante regresó a Buenos Aires con De Pablo Pardo y Medina Muñoz. De acuerdo al testimonio de Toranzo Calderón, que quedó sepultado por los hechos posteriores, al llegar a esa ciudad ordenó a los aliados civiles y a sus compañeros de armas posponer las acciones. “Yo llegué acá y el lunes desarmamos el acontecimiento”, le dijo a Potash. Actuando según lo convenido, Bengoa preparó su automóvil el día miércoles y junto a su familia se trasladó a Capital Federal, donde iba a pasar un par de días. Tenía pensado, antes de regresar, volver a reunirse con el almirante para repasar las conversaciones e informarle las novedades. Por esas horas, mientras el general viajaba por la ruta, se había definido que el golpe iba a comenzar al día siguiente. Toranzo Calderón envió de urgencia a dos personas de su confianza para que interceptaran a Bengoa y lo enviaran de regreso a la capital entrerriana. “Estos dos amigos se cruzaron conmigo… yo no sé si hubiera regresado a Paraná”, recordó el general golpista, quien adujo razones formales para negarse a volver. “Los jefes de guarnición, cuando abandonamos la guarnición, lo comunicamos telegráficamente. ¿Cómo justificaba yo mi presencia en el comando de vuelta? No sé qué hubiera hecho realmente, porque era un poco pegar un salto al vacío”.

Al arribar a su casa del barrio porteño de Belgrano, Bengoa comunicó telefónicamente al personal de la División en Paraná su llegada a destino. Al mediodía siguiente las bombas comenzaron a caer sobre Plaza de Mayo. Su nombre fue mencionado como un aliado por algunos de los golpistas y se informó que venía marchando con su División desde Paraná, lo cual era falso sólo por una desinteligencia. Intentó obtener la autorización para regresar en avión a la capital entrerriana, pero fue rechazada. Nervioso, negó de manera insistente su vínculo con los conjurados. “Yo ya jugaba la carta de aparecer como un angelito”, recordó al reconstruir sus movimientos durante el 16 de junio de 1955, el día en que más de trescientas personas perdieron su vida y otras mil resultaron heridas por las acciones de los golpistas.

Bengoa regresó a Paraná y en menos de un día fue requerido desde Buenos Aires, ya que su nombre había sido nuevamente mencionado en una reunión. Le propusieron permanecer allí unos días y abandonar la División de manera momentánea pero, según su testimonio, se negó. Pocas horas después fue relevado del cargo y luego detenido. Eso no le impidió seguir en contacto con los conspiradores, que preparaban el nuevo golpe.

 

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El acto criminal de los golpistas se llevó más de trescientas vidas, un hecho que cierta historiografía ha ubicado por detrás de la quema de iglesias que ocurrió esa misma noche. La identificación del complot cívico-militar con la institución eclesiástica era inocultable: la inscripción “Cristo Vence” en los aviones que descargaron su arsenal en pleno centro porteño, el rol de algunos sacerdotes y el nacionalismo católico, sumado a la masiva movilización de días antes, empujaron a los simpatizantes peronistas a descargar su furia contra las iglesias.

En Entre Ríos, el gobierno provincial a cargo del profesor Felipe Texier se plegó al paro nacional dispuesto tras los bombardeos y se realizaron actos de desagravio. El peronismo, como se mencionó, reaccionó en todo el país con movilizaciones que incluyeron ataques a distintos edificios, aunque ninguno de los sectores del movimiento se atribuyó la autoría de los hechos. ¿Qué hubiese sucedido si Bengoa se encontraba el mediodía del 16 de junio de 1955 en Paraná? ¿El jefe de la Tercera División del Ejército habría movilizado tropas desde el litoral en apoyo a la insurrección, tal como algunos pensaban y como le había prometido a Toranzo Calderón cuatro días antes? Difícil saberlo. El propósito de asesinar al Presidente y reemplazarlo por una junta de dirigentes opositores títeres fracasó, aunque el gobierno ya no logró reponerse de semejante ataque y los golpistas estaban dispuestos a terminar la tarea que habían iniciado.

En las convulsionadas semanas que sucedieron a los bombardeos Perón ofreció su renuncia dos veces: la primera, pocas horas después de los hechos; y la segunda, el 30 de agosto, tras lo cual se produjo una masiva y violenta movilización de respaldo. El Presidente pronunció un encendido discurso donde instaba a responder a la violencia con otra acción más violenta, un derecho que, según él, se había ganado el gobierno por la “tolerancia exagerada” con la cual trató a los opositores, que en menos de cuatro años habían promovido un golpe de Estado (1951), asesinado a militantes en un atentado (1953) y bombardeado Plaza de Mayo. En la provincia también hubo movilizaciones y se registraron ataques a los periódicos La Acción de Paraná y Juventud de Concepción del Uruguay. La violencia fue escalando y los días del peronismo en el poder estaban contados.

La madrugada del 16 de septiembre de 1955 un comando militar tomó de manera temporal la Jefatura de Policía de Gualeguay, en lo que fue el puntapié del nuevo golpe. En las acciones desarrolladas en la provincia estuvieron Aramburu y Jorge Cáceres Monié, junto a otros militares y civiles que lograron escapar hacia Corrientes. Las acciones que tuvieron lugar en Córdoba y Buenos Aires terminaron de inclinar la balanza en favor de los golpistas, que el 19 de septiembre accedieron a la propuesta de conformar un gabinete de generales que pudiera encontrar una salida a lo que, con una respuesta diferente del peronismo, hubiera podido derivar en una guerra civil. Uno de los militares que se presentó ese día fue Bengoa.