La planta en disputa

La lucha de un movimiento político y social, las evidencias científicas y las experiencias personales y colectivas pusieron al cannabis medicinal en el centro de la escena. Con luces y sombras se avanza en la regulación de esta planta que alivia y despierta resistencias. El cultivo, el consumo, los prejuicios y la posibilidad de que Estado y privados se asocien para exportar.

Por: MAJO VIGLIONE

Fotografía: Raúl Perriere

La desconexión era abismal. Cada día el contacto con la realidad se iba esfumando un poco más. Las convulsiones atravesaban todos los espacios de la casa, se desparramaban por los rincones y generaban un eco que durante horas lo invadía todo. La escena se repetía con frecuencia. La cotidianeidad de ese hogar estaba marcada por gritos, llantos, miedo y una impotencia que paralizaba. Sobre todo, impotencia. Y esa sensación de derrota diaria que lo devora todo.

Abril hoy tiene 15 años. Al poco tiempo de nacer le diagnosticaron Síndrome de Rett. Nadie sabía de qué se trataba hasta que se lo mencionaron y preguntó. Se sabe realmente qué significa cuando eso toma forma y se apodera de lo que uno más quiere y, como un monstruo grande que pisa fuerte, se va metiendo en el cuerpo de la hija que acaba de parir.

Cuando Carola Olavarría menciona “Síndrome de Rett”, Google la lleva hasta el nombre de un austríaco que lo descubrió allá por 1966. Pero fue a comienzos de la década de 1980 cuando su hallazgo obtuvo reconocimiento. Veintidós años después –en un rincón de Argentina– nacía Abril. Nadie imaginaba que el nombre de ese médico, tan lejano en tiempo y espacio, atravesaría la vida de esa niña y la de su familia.

La hija de Carola tiene Síndrome de Rett. Desde chiquita sufre episodios de epilepsia y desde entonces está medicada. Después llegaron los trastornos de conducta: la agresividad, uno de los más potentes. Fue ahí que a su vida llegaron los antipsicóticos, buscando regalarle un poco de calma. Como toda sustancia química, tenía efectos adversos, un lado B: le brindaba paz, pero a la vez la deformaba, le robaba su esencia, le aniquilaba su personalidad y le bloqueaba la conciencia y las emociones. “Dormía todo el día, se babeaba, se quedaba inmóvil y se desconectaba cada día más de la realidad”, cuenta Carola, y describe el día a día a día de Abril, esa niña que cada vez se parecía menos a su hija. La experiencia que atravesó Carola es similar a la de otras madres que, sin que nadie se los advirtiera, de un día para otro se encontraron ante la tarea titánica de cuidar, proteger y convivir con una hija que tiene problemas neurológicos y dificultades motrices. En este contexto y –ante el lógico desconocimiento de saber cómo actuar– la medicina, el saber (él o la médica) pasan a tener un rol fundamental en la vida de quien tiene un padecimiento de estas características. Si dicen A, comprás A; si al mes sugieren B, buscás B. Ellos tienen la autoridad que torga el saber y no hay mucha más opción que seguir las sugerencias de quien tiene (y a quien se le da) el poder de turno. Las dudas surgen cuando el panorama no mejora y, a pesar de la parva de medicamentos tradicionales que pululan por el organismo de la niña, el síndrome cada día carcomiendo un poco más su energía. “Cuando no hay mejoras y, al contrario, la cosa empeora, no se suele modificar la medicación, sino que la alternativa es subir la dosis”, explica Carola. Y cada vez es peor. Y cada vez hay más pastillas y menos esencia, menos cuerpo, menos empatía. La conexión se diluye, la persona vive pero es un ente casi vacío. “En un momento la miraba y veía a una hija muy golpeada. Lastimada por ella misma. Babeada, desconectada. Apagada”, cuenta la madre, que nunca dejó de rastrear de qué modo podía calmar el dolor de su hija y reconstruir un poco su sonrisa.

Un día se realizó en Paraná una conferencia sobre el uso de cannabis medicinal. Carola había leído experiencias de madres, padres y familias que habían decidido recurrir a esa planta que había logrado apaciguar sufrimientos y encendido expectativas. A medida que escuchaba experiencias sobre los efectos positivos del cannabis medicinal en otras personas con padecimientos similares a los de Abril, la certeza de modificar el tratamiento empezó a ganar espacio. No pasaron demasiadas horas hasta que “la decisión fue tomada”, enfatiza Carola. Tras un tiempo en el que se interiorizó sobre las implicancias que tenía el cannabis y fue abrigada por quienes estaban convencidos de que la planta desprendía alivio puro, decidió ir sacándole la medicación a su hija y empezar a probar con aceite de cannabis. Si bien admitió que el proceso de abstinencia fue duro y que hubo semanas de llantos y gritos que hacían estallar las dudas sobre la certeza del nuevo camino elegido, no dio el brazo a torcer. En lo más íntimo de su alma sentía que estaba haciendo lo correcto y que el atajo escogido iba a conducir a un lugar mejor, al reencuentro con Abril. Pasaron cinco años de aquella decisión y hoy Carola asegura con profunda convicción: “El cannabis me devolvió a mi hija”. Carola describe los cambios de lo que fue ese punto de partida, empezar una nueva experiencia acudiendo al aceite de cannabis: “Hoy es una chica sumamente conectada. Si bien no habla, es capaz de mantener una conversación a través de miradas y gestos. Ahora come, sus intestinos se regularizaron y las convulsiones frecuentes se volvieron esporádicas y breves. Hoy podemos dormir en paz”.

Hay una anécdota que grafica de lleno los efectos positivos que el cannabis fue provocando en la vida de su hija, en la suya y en la de los hermanos mellizos de Abril, que conviven en un hogar que hoy se asemeja a un bálsamo. “No podía sacarla a la calle porque si sonaba la bocina de un auto o un colectivo frenaba y hacía mucho ruido, Abril convulsionaba en forma inmediata. Hoy salimos a pasear, vamos al cine e incluso pudimos ir a cumpleaños. Son cosas sencillas para todo el mundo, pero para nosotras hasta hace un tiempo no lo eran”, cuenta Carola, casi quebrada por la emoción. La aparición del cannabis en sus vidas hizo que cambiaran de neurólogo: “La anterior no quería saber nada con que le sacara la medicación y empezara a darle aceite de cannabis”, narra, y otros médicos llegaron a decirle que si le daban “esa porquería” no la llevaran más a su consultorio. El encuentro con otras madres y el acceso a nueva información la condujo a otro especialista en neurología. Uno que sí apostaba por los beneficios que tiene la planta, que se comprometió a hacer el acompañamiento necesario y que un día se atrevió a escribir en la historia clínica de Abril la palabra “cannabis”. Algo impensado hace un tiempo.

Hoy Carola es una de las referentes de la Asociación Mamá Cultiva en Entre Ríos, una organización autogestiva que brinda talleres, acompañamiento y contención a quienes se acercan con padecimientos, con dudas y con el temor que siempre provoca verle la cara a lo desconocido. Con frecuencia ve llegar a madres envueltas en miedos y prejuicios que, como Carola hace unos años, deciden pegar el volantazo para intentar ver felices a sus hijos. De hecho, el neurólogo Jorge Solana Silevira ratifica lo que dice Carola: “Quienes más se van abriendo a la posibilidad de probar con el cannabis son las familias, las madres, los padres. Los médicos suelen estar un paso atrás”. También señala que “no hay certezas de que el cannabis sea la gran solución”, pero dice estar convencido de que “es una alternativa y que es interesante que se vaya utilizando como complemento de la medicina tradicional”. Carola y tantas otras como ella no tuvieron más opción que ir por un sendero ilegal, pero hoy el Estado viene despejando el camino que conduce a esta planta milenaria. Una deuda de años.

 

Limbo legal  

 

Formamos parte de una sociedad atravesada por prejuicios y muy ligada a la medicina tradicional, aspectos que gradualmente se van modificando a fuerza de luchas que desatan leyes y prácticas que no tienen un aval científico ideal, pero sí la capacidad de entrometerse en los pliegues de cada manzana de cada ciudad: el “boca en boca”.

Pedro tiene 82 años, cinco nietos y una daga invisible que le surca los huesos. “Nada grave, es artrosis, por la edad”, le dice el médico. Pedro toma dos pastillas para aliviar el dolor y otras tantas para la circulación, la memoria y el oído. Un día, uno de sus nietos, Matías, le contó que a la abuela de su amigo Pablo también le dolían los huesos, que un día empezó a tomar aceite de cannabis y que el dolor se le fue apagando. Pedro se animó, probó, le funcionó e hizo girar la noticia por todo el vecindario. Hoy tiene seis vecinos de entre sesenta y setenta y pico que cada mañana, además de rezarle a la virgencita de tal, le agradecen al universo por esa planta que les renovó las ganas de vivir.

“En la Asociación tenemos a personas que tienen 70 años y cultivan. Siempre nos dicen que llegaron con temor porque tenían la idea de que esto era un club de drogadictos, pero que la necesidad de disipar sufrimientos propios o de familiares fue más fuerte y se atrevieron a dar el salto y empezar a cultivar”, cuenta Carola. “Mucha gente empieza a tomar aceite cuando ya probó con todo y realmente no da más. Por ejemplo, quienes padecen fibromialgia –una enfermedad que provoca un dolor músculo-esquelético generalizado– mejoraron notablemente su calidad de vida, pudieron dejar parte de la medicación tradicional y volvieron a caminar. A sonreír”, destaca Carola.

Tanto el proyecto de ley provincial como la ley nacional disponen la creación de un registro que nuclea a los usuarios y cultivadores medicinales que cultiven para sí, para un tercero que acredite indicación médica (por ejemplo, un amigo, vecino, familiar u otro) o a través de asociaciones civiles y fundaciones autorizadas que cultiven para sus asociados.  Las personas que se inscriban en el registro y reciban una certificación oficial están autorizadas a cultivar cannabis con fines terapéuticos, médicos o paliativos del dolor. Uno de los puntos fuertes, digamosló así, de la ley provincial es que –a diferencia de la nacional– permite registrar un máximo de tres domicilios para cultivar. Otro ítem a destacar es que no hay límites de plantas. “Todo esto es fundamental porque hay varios factores que pueden dañar el cultivo e imposibilitar que un usuario acceda a su terapia: el climático, las plagas y el robo de las plantas, entre otros. El hecho de que todavía no haya registro ni autorizaciones (la letra de la ley sigue siendo teoría) impide realizar la denuncia correspondiente en el caso de que entren a tu patio a robar las plantas”, explica Guillermina Ferraris, referente de la Asociación  Paranaense de Agricultores Cannábicos. “Hoy las familias que cultivan se sienten vulnerables porque está latente la posibilidad de que te denuncie un vecino o se presente una denuncia anónima y te allanen. Hasta tanto no haya un registro y no cuentes con un papel que diga que estás autorizada a cultivar, el miedo existe”, agrega por su parte Carola.

De hecho, hay mucha gente que no se anima a cultivar. Hay un gran temor a la persecución, al qué dirán y a los prejuicios. “En Mamá Cultiva somos una red de más de doscientas familias y tratamos de garantizar el tratamiento para todos, pero el miedo sigue siendo fuerte porque hasta que las leyes no se apliquen seguimos moviéndonos en un círculo de clandestinidad”, lamenta Carola. En este sentido, la diputada nacional por Entre Ríos Carolina Gaillard afirma que “la ley provincial posibilitará que rápidamente se ponga en funcionamiento el registro y esto otorgará a los usuarios el manto de legalidad que están necesitando”. Destaca también que una de las características de la futura norma provincial es que tiene como principal objetivo la protección de la salud integral, entendida como un derecho humano fundamental. “Esto significa que, ante la duda, el Estado siempre estará a favor del usuario medicinal y evitará la penalización y la criminalización”.

 

Flor de mercado

 

Los avances legislativos en torno al cannabis no sólo abren expectativas, generan alivio y apagan el dolor de miles de personas, sino que también motorizan posibilidades concretas en materia económica para la provincia y el país. Es que el cannabis tiene múltiples usos y, sobre todo, un potencial desarrollo como cadena productiva debido a su creciente demanda y a las posibilidades de exportación, con la consecuente generación de empleo y de ingresos fiscales.

El avance de la investigación científica sobre los usos del cannabis medicinal y la aprobación de leyes en distintos países del mundo que habilitan su utilización, marcan la apertura de una oportunidad de diversificación productiva e industrial. Ya son 43 los países del mundo en los que es legal la producción industrial del cannabis: Canadá y Estados Unidos son los que concentran el mayor comercio de cannabis, mientras que Colombia y Uruguay son los más avanzados en materia de legalización en el continente latinoamericano. En el plano local, Jujuy, San Juan y Corrientes son las provincias que vienen tomando la delantera en este aspecto.  Argentina está dando sus primeros pasos en ese sentido. En 2017, durante la gestión de Mauricio Macri, se aprobó el uso medicinal del cannabis y en 2020, ya en la administración de Alberto Fernández, se habilitó la posibilidad de que las personas puedan cultivar y se abrió una ventana para pensar en una explotación industrial de cannabis a gran escala.

En este último punto está trabajando el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación, que se encuentra elaborando un proyecto de ley con el fin de crear un marco regulatorio que disponga estrategias concretas para que el país comience a introducirse en un mercado que tiene infinitas posibilidades de crecer. Lo que se busca es impulsar la industria del cannabis para uso medicinal y la del cáñamo para uso industrial en rubros como el textil, papel, alimentos y productos de higiene, entre otros. En definitiva, hay una fuerte intención de promover la cadena de valor cannábica en el país.

Uno de los impulsores de la ley de accesibilidad al cannabis medicinal es el diputado provincial Néstor Loggio, quien se anima a aventurar que las condiciones climáticas y las características del suelo convierten a Entre Ríos en un posible polo de desarrollo de la industria cannábica. El proyecto –que presentó junto a la diputada Silvia Moreno y es fruto de un debate del que participaron organizaciones sociales, especialistas en la materia y universidades– incorpora la posibilidad de que las pymes presenten proyectos de emprendimientos de desarrollo productivo en materia de cannabis.

Carolina Gaillard es entrerriana y diputada nacional. Lleva la 10 en su espalda en lo que respecta a la elaboración de estrategias para avanzar en la legislación del cannabis. Es ella quien explica que “si bien Entre Ríos ya adhirió a la ley nacional vigente –Número 27.350–, es fundamental que haya una regulación provincial sobre el funcionamiento de las facultades y obligaciones que tiene el Ministerio de Salud para que la norma no quede en letra muerta”. La legisladora justicialista asevera que “la ley provincial abre el juego al desarrollo productivo, que es una arista que está comenzando a tomar importancia a nivel nacional porque hay datos concretos que marcan que el cannabis medicinal puede generar un gran número de puestos de trabajo y divisas a través de la exportación”. Para avanzar todavía más en la regulación del cannabis medicinal y marcar la cancha en cuanto a la del cáñamo industrial (una variedad de la planta de cannabis con menor concentración de THC), el gobierno nacional pretende crear una agencia estatal que tenga la facultad de expedir los permisos y licencias para producir, comercializar y exportar cannabis y cáñamo.

“La ley vigente no habilita el desarrollo productivo, habla de cultivos pero lo deja reducido al INTA y al Conicet, y al solo efecto investigativo”, subraya Gaillard, quien consideró que es imprescindible “sortear la normativa penal –el cannabis es considerado un estupefaciente y su comercialización está penalizada, salvo autorizaciones– y la regulación sanitaria –sobre la que se avanzó, pero que aún tiene demasiados grises–, con el fin de poder impulsar el desarrollo productivo y establecer un marco legal para la actividad comercial”.

El proyecto provincial hace hincapié en el desarrollo productivo del cannabis y “sin lugar a dudas será un faro” para el debate del proyecto nacional que se está confeccionando en ese sentido, sostiene Gaillard. El ministro de Producción, Turismo y Desarrollo Económico, Juan José Bahillo, también está expectante con la posibilidad de que la provincia tenga un marco de regulación para impulsar el proceso de industrialización de la planta: “Hay mucho por hacer y el Estado debe tener un rol central en el ordenamiento de esta actividad”.

 

La presión farmacéutica y la semilla

 

Cada vez hay más indicios de las bondades del cannabis medicinal y eso provoca nervios en la industria farmacéutica, que tiene mucho que perder: el poder de las propiedades de la planta puede reemplazar el consumo de medicamentos tradicionales. Para Gaillard, la presión de la corporación farmacéutica es un hecho: “No es casual que no haya tanta evidencia científica sobre los beneficios del cannabis para tratar ciertas afecciones o enfermedades. Creo que tiene que ver con que la industria farmacéutica no tiene interés en que una planta que mejora la calidad de vida reemplace los más de diez fármacos por día que debe tomar un niño con epilepsia refractaria, por ejemplo. Por eso los laboratorios, que son los que financian las investigaciones para generar evidencia científica, cada vez que pueden, generan dudas respecto a los efectos positivos del cannabis”. En este marco, considera que “es imprescindible que el Estado se plante e implemente una regulación efectiva y eficaz para permitir el acceso a una sustancia cannábica segura y de calidad”.

En la provincia, las presiones también se hicieron sentir. En el contexto del tratamiento del proyecto de accesibilidad al cannabis medicinal, el Colegio de Farmacéuticos de Entre Ríos sostuvo que “el derecho al acceso de medicamentos seguros, de grado médico y calidad farmacéutica, debería anteponerse al derecho al acceso a la planta de cannabis”.  Carola, de Mamá Cultiva, ansía el momento en que se ofrezca en farmacias, en hospitales, que su acceso esté a mano y dentro del mercado legal. “Hay personas que no tienen ganas de cultivar, no tienen espacio o no están en condiciones físicas de hacerlo, y está bien que lo puedan conseguir en la farmacia de la esquina. No me parece mal que haya una multiplicidad de puertas para acceder al cannabis y que cada quien elija por cuál entrar”, dice.

Ferraris, de la Asociación de Agricultores Cannábicos, sí fue al cruce de la industria farmacéutica: “En el tratamiento del proyecto, el Colegio de Farmacéuticos de Entre Ríos intentó descalificar todos los puntos de la ley que hacen referencia a la autonomía y al autoabastecimiento a la hora de producir cannabis medicinal”, apunta y añade: “No quieren reconocer que la terapia con cannabis se viene llevando a cabo en forma casera desde hace años. Fueron los cultivadores quienes posibilitaron que se genere evidencia científica en torno a los beneficios de la planta y quienes, a su vez, han venido dando respuestas a las demandas de los usuarios”.

El Gobierno legaliza el autocultivo de cannabis, publicaron los medios de comunicación con bombos y platillos cuando se sancionó y reglamentó la ley nacional. Pero casi nunca los diarios cuentan la realidad ni las letras de las leyes que caminan vivas por las calles. “Hay una ley que permite el autocultivo, pero el primer paso que tenés que dar para hacer lo que te permite la ley es ilegal. ¿Por qué? Porque el Estado no garantiza el acceso a la semilla, la tenés que conseguir por izquierda. Se compran en el exterior, de manera on line”, revela Ferraris, quien destaca la necesidad de que el país cuente con un banco nacional de semillas.

O sea, el Estado permite el cultivo en ciertas instancias, pero se desentiende de una parte fundamental: te da una cancha marcada, 22 jugadores, camisetas y botines, dos arcos, un árbitro, dos jueces de línea, un VAR y hasta las tribunas completas. Lo que no te da es la pelota, que la tenés que ir a comprar (ilegalmente) al Club Peñarol del Uruguay, por ejemplo.

Gaillard lo admite y cree que el próximo paso debe ser ese. “No hay un banco de semillas nacional. Es necesario salir de la hipocresía y regular todo”, propone. Dice que el año pasado presentó un proyecto de ley para garantizar, de todas las formas posibles, el acceso al cannabis: por grow shop, por autocultivo, a través de los clubes de cultivos, en farmacias. “Que sea el usuario quien decía de qué manera accede, pero que el Estado garantice todas las vías de acceso”, sostiene, en coincidencia con Carola.

La diputada reconoce que es “un contrasentido” que se habilite el autocultivo, pero que el acceso a la semilla no esté amparado por la ley. Por eso afirma que con el Ejecutivo nacional está trabajando para que en el país haya un banco de semillas: “Ese paso es el que hay que dar, es ineludible”. El consumo o tenencia de cannabis fue criminalizado a principios del siglo XX en casi todos los países del mundo. Cien años después el debate está lejos de cerrarse y la planta milenaria todavía no consigue su libertad.