La triste damita de Concordia

¿Los índices de la ciudad que dio cuatro gobernadores en los últimos cincuenta años son una catástrofe en sí misma o aparecen como el caleidoscopio por el que se puede ver a Entre Ríos? Cicatriz se sumerge en un viaje en el tiempo que permite indagar sobre los males de la capital del citrus que cada seis meses se imprimen en una foto. Saltar las chicanas de ocasión y abordar diferentes variables históricas permiten reflexionar sobre una ciudad que pudo ser otra cosa.

Por: FEDERICO MALVASIO

Ilustración: Santiago Moreyra

Una nena, de no más de 5 años según su fisonomía, gatea con un barbijo sucio que no llega a cubrirle la nariz, como se recomienda. Se detiene ante un juguete destartalado que se alcanza a reconocer a la distancia, se lo queda y sigue su recorrido en cuatro patas. Levanta la vista ante un llamado y registra a su madre. Es el mediodía. El paisaje pandémico no es muy diferente al de la vieja normalidad. Un sol otoñal que aún no exige algo caliente se posa sobre un escenario que pareciera rural. Pero no es rural. Está a diez minutos del centro y lleno de construcciones. Cuadrados de ladrillos de distintas formas, chapas y algunos retazos de madera componen la escena del almuerzo de esa nena. Enfrente hay una tapera similar y otras tantas ensayan una hilera. Al lado de cada una de ellas se han ido apilando cosas con el correr del tiempo. En algún momento tendrán un destino. Una renta. Lo que sería la calle, o el pasadero, es angosto y en su superficie se ven las vías de un tren que vaya uno a saber cuándo se desplazó a través de esos metales por última vez. Por suerte no ha llovido. Las últimas semanas de sol también tienen su costado negativo. Generan un polvillo que con la mínima brisa se levanta y se pega en cualquier rostro. Para los niños, que no tienen nada más que hacer que encontrarse con algún pedazo de juguete o algo parecido, es una tragedia. Allí no crece el pasto. No crece casi nada. La nena entró a su casa, que es un pequeño cubículo, y al rato salió con un pan en una mano y un jarrito de lata en la otra.

Esta escena no es real. Pero podría ser parte de una crónica sobre los asentamientos en el barrio El Silencio de Concordia. Y es un cuadro que ilustran las tétricas estadísticas.

En la ciudad, los números ubican la pobreza en el 49,5 por ciento. Son 79.709 personas. La indigencia dio un 8,2 por ciento, lo que hace un total de 13.205 personas. Ambos índices están al tope de las cifras en el país, que registra un 42 por ciento de pobreza y un 10,5 por ciento de indigencia. Entre Ríos es la tercera provincia más castigada.

Concordia está incluida en un conjunto de 31 conglomerados urbanos, además de las capitales de provincias, en los que el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) se posa para sacar la muestra entrerriana.

Los números con el signo porcentual a su lado apenas penetran a través de una lectura diaria que no se extiende más allá de unos días en la agenda pública. Es una foto que cada tanto hay que mirar, lamentar y dar vuelta la hoja cuanto antes. Hace décadas que es así. Es un negativo que se revela cada seis meses con pequeñas variantes que no alcanzan a mover esa imagen tremenda de la que somos parte. De una u otra forma. ¿Cuánto hace que la ciudad emplazada a la rivera de uno de los ríos más importantes de la Argentina, con salida al mundo, forma parte de ese realismo mágico?

Dos veces al año Concordia aparece en el mapa social como una de las ciudades más pobres de la Argentina. ¿Es la más pobre? ¿O tiene que ponerle la firma a algo que es de autoría colectiva? La capital del citrus acompaña un proceso provincial y nacional que se despojó de todo lo que produce riqueza a gran escala para someterse al ruego de un derrame.

El 25 de abril pasado, el diario La Nación publicó un informe que llevó como título La provincia en la que cada vez más chicos comen de la basura. La crónica centró como sujeto al indigente, al que convirtió a lo largo de la narrativa en el elemento que sensibiliza, pero esquiva la reflexión. La oposición no perdió oportunidad para hacer circular el link y apuntar a los veinte años de peronismo al frente del gobierno provincial como la causa de ese cuadro. En la ciudad, con ese mismo razonamiento, se le podría achacar al Partido Justicialista que conduce los destinos de la comarca desde 1983. Fueron intendentes Jorge Busti, Elvio Bordet, Juan Carlos Cresto, Hernán Orduna, Gustavo Bordet y Enrique Cresto. Antes, durante la dictadura cívico-militar, estuvieron Rafael Tiscornia y Jorge Isaac Aragón. Tres justicialistas ocuparon la Gobernación, si sumamos a Sergio Urribarri.

 

Conurbanización

 

Concordia ha tenido diferentes procesos de emigración e inmigración por su matriz productiva. En la década del setenta, durante la construcción de la represa de Salto Grande, la ciudad llegó a emplear a 2.500 trabajadores. Pero una vez finalizada la obra, aquellos que habían llegado con un pan bajo el brazo tuvieron que salir a buscar trabajo nuevamente. En torno a ese fenómeno de prosperidad que luego se esfumó hay visiones diferentes.

La promesa de una sociedad pujante, con energía de sobra a costa de hacer desaparecer un pueblo y el ecosistema de la zona para encender el crecimiento, fue apenas una burbuja que creció hasta explotar. “La idea de que uno de los problemas de la pobreza y la desocupación empiezan con Salto Grande, que trajo a trabajadores que luego se quedaron, es un mito. Buena parte de la mano de obra que requirió la construcción del complejo fue calificada, gente que cuando terminó su trabajo volvió a su lugar de origen. Sí se creó una burbuja artificial en cuanto a costos, alquileres, casas de comidas y servicios para un status de ciudad que pronto dejaría de serlo”, narra a Cicatriz José María Herrera, periodista y estudioso de ese proceso que comenzó en 1974 y finalizó en 1983.

Cuando la dictadura empezaba a diluirse dejando tierra arrasada, la ciudad comenzó la cuenta trágica: la pérdida de más de 50 mil puestos de trabajo por el cierre de empresas como el Frigorífico Yuquerí, Sanderson Argentina SA, Pindapoy SA, Aserradero 9 de Julio –del mismo grupo–, Ferrocarril Urquiza, Bagley SA, Terrabussi SA, Aserradero Blasco e innumerables empaques citrícolas. En la década siguiente se produjo un proceso de transnacionalización y un 80 por ciento de las empresas pasó a estar en manos de extranjeros que las adquirieron a precio vil. Por caso, Masisa, hoy Egger SA, que se dedica a la construcción de tableros de melamina, molduras y revestimientos.

El Frigorífico Yuquerí, por tomar un caso, fundado en 1923, funcionaba en lo que posteriormente sería el barrio Benito Legerén, en reconocimiento a quien fuera el primer presidente de la fábrica. Allí se cerraba toda la cadena productiva de la carne. Tenía un puerto propio donde se embarcaba la producción, mucha de ella proveniente de otros frigoríficos entrerrianos, como el Liebig Extract of Meat Company, que partía hacia Europa para alimentar a los soldados ingleses durante la Segunda Guerra Mundial. Era tal la infraestructura que el predio contaba con un sanatorio propio para la atención exclusiva de los 2 mil empleados y sus familias.

Pindapoy, que comenzó como emprendimiento familiar, abrió sus puertas por iniciativa de los hermanos Carmelo y Próspero Bovino, también en la década del treinta. Lideró la industria citrícola nacional convirtiéndose en el pilar fundamental que configuró la economía regional del noreste entrerriano y el sur de Corrientes. Esta firma, que llegó a emplear a más de 4 mil trabajadores, cerró en 1991. De allí la etiqueta de Concordia como “capital del citrus”.

Para Herrera, el cierre de las empresas que supieron ser el motor económico dejó, además de lo que se conoce, un daño colateral: “La actividad en Concordia es en un 80 por ciento comercial. Nos cambiamos la plata entre nosotros; y todo esto se fue agravando con la llegada de grandes cadenas, porque esa plata que antes circulaba en la ciudad, en la década del noventa empezó a girarse a las casas matrices, que no están en la ciudad”. El parque industrial emplea actualmente a 1.500 personas, entre operarios y obreros.

 

Poblaciones y visitantes

 

Según datos de la Dirección General de Estadística y Censos de Entre Ríos, en el período comprendido entre 1970 y 2010, año en el que se llevó a cabo el último registro de población, Concordia fue la tercera ciudad que más creció en cantidad de habitantes. La superan Federación y Paraná. La primera, por un desplazamiento que obedeció a la refundación luego de la construcción de la represa de Salto Grande; y la segunda, por el perfil laboral con una fuerte preeminencia del empleo público. Un informe del Centro de Estudios de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) estima que cuatro de cada diez paranaenses trabaja en el Estado.

A comienzos de 2017, desde el área social del Instituto de Viviendas y Tierras Autárquico Municipal de Concordia se realizó un relevamiento de los asentamientos precarios en toda la ciudad. Del mismo se puede observar la siguiente conformación de la población que habita en esas condiciones: el 21,6 por ciento son originarios de Concordia; el 34,8 por ciento son migrantes directos; y el 43,6 por ciento son descendientes de migrantes directos. Un altísimo porcentaje de esta población no es originaria de la ciudad. Entre migrantes directos y aquellos que son descendientes o desprendimientos familiares de ellos, un 78,4 por ciento de los habitantes de los asentamientos precarios de la ciudad no son originarios de Concordia. Es decir, son personas de poblaciones cercanas de Entre Ríos, con un alto número de correntinos y misioneros. En el caso de los migrantes de otros países, predominan los ciudadanos paraguayos.

La periodista Laura Terenzano cuenta que “en Concordia las altas cifras de pobreza no se condicen con la desocupación. Lo que sucede es que al no ser una ciudad con alto nivel de empleo público, como las capitales, la economía de la ciudad está atada a las economías regionales”. Sucede con la cosecha a contra estación del citrus, el arándano e inclusive la madera. Para la comunicadora, si bien “son un imán de atracción muy potente para poblaciones migrantes del norte del país, se trata de empleos temporarios, que da para el pan del día a día. Las economías regionales tienen la particularidad de que si bien son grandes dadoras de mano de obra, no son empleos estables, por lo tanto, no permiten a las familias planificar a largo plazo, ni siquiera a mediano”.

Esta inestabilidad laboral, caracterizada por períodos de tres meses, cuatro a lo sumo, hace que las poblaciones migrantes residan en la ciudad a la espera de una nueva temporada. Y mientras tanto, el único camino es la changa.

Pero ir para atrás en la historia explica mejor aún la profundidad del proceso. En 1947, Concordia tenía una población urbana de 61.371 personas; para 2010 esa cifra había trepado a 152.756 personas. La población rural pasó de 25.395 a 37.756 personas en la década del setenta; pero para 2010 se había reducido a la mitad, con 17.277 personas. Este proceso de desarraigo en las zonas productivas para irse a la urbe se repite a lo largo y a lo ancho de Entre Ríos durante ese período. No hay una provincia en el país que haya hecho del desarraigo una política de Estado como Entre Ríos. Se podría pensar que cada desocupado entrerriano que se ocupa en Buenos Aires aumenta el derecho de esa provincia a reclamar más coparticipación. Ese índice destierro genera el índice hacinamiento. En siete décadas, Entre Ríos creció al 60 por ciento, el país al 160 por ciento y la provincia de Buenos Aires al 260 por ciento.

Sucede lo mismo cuando la lupa se pone en el ítem “viviendas colectivas”, que son aquellas donde vive más de una familia. La muestra censal de 2010 registró en Concordia 2.759 hogares de estas características. En Paraná había 2.926; en Uruguay, 1.002; y en Gualeguaychú, 822.

La tasa de analfabetismo en Concordia es del 2,33 por ciento; en Paraná, 1,37 por ciento; en Gualeguaychú, de 1,67 por ciento; en Uruguay, de 1,46 por ciento. Pero en Ibicuy trepa al 4,47 por ciento; en La Paz es del 4,06 por ciento; en Feliciano, del 4,23 por ciento; y en Federal, del 4,84 por ciento. Cuando los datos empiezan a cruzarse con las otras localidades de la provincia, la pregunta es ineludible: ¿Qué sería de Entre Ríos si se tomara como muestra otra ciudad?

“El tsunami que arrasó a Concordia también lo hizo en otras localidades entrerrianas, con la salvedad de que estas supieron reencauzarse sin quedar atrapadas en esta telaraña que teje la pobreza. Te pongo un ejemplo: cuando medimos los indicadores del consumo eléctrico industrial, nos encontramos con que en Gualeguaychú es del 60 por ciento del total y en Concordia es del 9,62 por ciento”, provoca Alberto Rotman, ex ministro de Salud y referente local de la Unión Cívica Radical.

 

Lo difícil

 

Ángel Giano quiere ser intendente. “La debacle de la Concordia industrial y portuaria empieza con (José Alfredo) Martínez de Hoz. El primer golpe a la matriz productiva y calificada se produjo en la dictadura. El segundo, se sabe, se dio en los noventa. A partir de estos dos procesos, la ciudad se primarizó y los trabajos quedaron con baja remuneración. Hay trabajo, por eso la gente sigue viniendo, pero es un tipo de trabajo primario y temporario que genera, a la vez, un crecimiento de la población”, resume el presidente de la Cámara de Diputados.

Enrique Cresto se paró en la Intendencia de Concordia para encaminar una carrera política que lo lleve a la Gobernación. “Que la ciudad haya sido elegida como una de las capitales alternas por el Presidente de la Nación tiene que ver con un perfil y potencial productivo que entiende que si a esas ciudades les va bien, al país le va a ir bien”, saluda el intendente en uso de licencia. El dirigente prefiere mirar al futuro con optimismo: “Concordia tiene una proyección que indica que en 35 años será como Paraná, pero con una particularidad interesante, que enorgullece, y es que la gente vuelve. Los que se van a estudiar, generalmente, vuelven a desarrollarse en su ciudad porque hay trabajo; el problema es la pobreza, no el trabajo, ahí está el desafío”, dice.

Rotman no quiere caer en la chicana. Mucho menos en un año electoral. Pero asegura que se le hace insostenible no marcar que desde 1983 hasta la fecha ha sido el peronismo quien estuvo al frente del Gobierno en la ciudad, y desde 2003 en la provincia de manera ininterrumpida. También mira su ombligo: “No podemos ignorar la responsabilidad que le compete a la oposición política local, de la que formo parte. No supimos, no pudimos o posiblemente no nos dejaron aportar ideas para evitar llegar a la situación actual”, dice a Cicatriz, y reconoce que la disputa política requiere, en un punto, de una tregua: “Debemos convencernos definitivamente de que cuando está en juego el bienestar y el futuro de la sociedad, nada puede separarnos”. No apela solo a los partidos tradicionales que han gobernado, sino a la sociedad civil, que en 1995 se movilizó ante el proyecto que impulsaba la privatización de Salto Grande. La insignia de una ciudad que no es.

 

 

(*) El dibujo de Santiago Moreyra que ilustra esta nota está adaptado al sistema del sitio web. La obra original está en su versión impresa.