Mientras el número de esta revista se imprime, Marciano Edgardo Martínez se apresta a cumplir 89 años. La memoria es la misma que le permitió en una tarde berlinesa, hace más de dos décadas, retener una charla que se produjo de casualidad para publicarla al poco tiempo en El Diario de Paraná. Se topó –y hablaron durante una hora larga– con Martha Argerich. Cuando la enorme pianista argentina visitó Paraná por primera vez se hizo de aquella crónica alemana.
Encuentros casuales acumulan un sinfín de episodios en el anecdotario del Chano, como se lo conoce al veterano abogado que dio sus primeros pasos en la vida pública como periodista del matutino centenario. Llegó allí de casualidad, cuando el novio de una prima, el dibujante de canillitas y corrector Luciano Quico Cosa, le propuso que lo reemplazara en un franco para corregir la edición. Tenía 15 años y no se le movió un pelo cuando se entrevistó con Arturo J. Etchevehere, un patrón duro con todas las letras que enseguida lo puso a prueba. Por esos días se estaba proyectando en las salas de la ciudad el film Los verdugos también mueren, en base a un guión de Bertolt Brecht, y la promoción salía en El Diario. Don Arturo le puso la página del aviso frente a sus ojos y lo desafió a que encontrara un error, si es que lo había. El joven, perspicaz, se dio cuenta enseguida y se lo señaló con el dedo. Donde debía decir verdugos se había impreso vergudos. Fue suficiente para sumarse al staff con el visto bueno del temible dueño. No tardó demasiado en escribir notas periodísticas bajo las órdenes nada más ni nada menos que del poeta Marcelino Román, quien ostentaba el cargo de jefe de Redacción.
Nacido en Paraná y criado en una casa de calle Malvinas, no necesitó caminar demasiado para ir a la Escuela Del Centenario, primero; y al Colegio Nacional, después. Se educó en el barrio mientras su padre ejercía el oficio de carnicero y su madre sostenía el hogar. Durante toda la adolescencia se hizo de unos mangos como periodista, hasta que llegó el momento de treparse a la balsa y emprender viaje a las aulas de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) para estudiar Derecho. Cuando las primeras materias empezaron a cautivarlo, como Historia Constitucional, le llegó la conscripción y el destino lo llevó a Paso de los Libres, en la provincia de Corrientes. Fue un castigo por ser “contrera”. El Chano no era antiperonista, pero integrar la Redacción de El Diario y tener buena relación con los Etchevehere le impedía cualquier posibilidad de ensayar una defensa. Su paso por el periodismo le iba a jugar otra mala pasada, pero a la inversa del motivo por el que se acercó. En un artículo había citado al poeta Carlos Guido y Spano cuando escribió “¡Ea, muchachos, es la aurora! ¡Arriba! Tomad el hacha y el martillo, y vamos”. No salió impreso exactamente así, sino que donde debía decir hacha se publicó oz. O sea que no solo trabajaba en un diario radical, sino que además divulgaba consignas comunistas. Esa confusión se la iban a cobrar también cuando se desempeñó en la función pública, bajo un régimen militar.
Una puerta a la política
Al Chano le costó recibirse de abogado por su incipiente actividad política, que lo consumía cada vez más. Corría el año 1956 y el edificio de Buenos Aires y Urquiza, donde funciona El Diario, se iba a convertir en una especie de comité partidario. Allí nació la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) en su versión entrerriana, que luego se transformaría en el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Un buen día llegó a la sede del matutino el gobernador de Santa Fe Carlos Sylvestre Begnis, que por orden del presidente Arturo Frondizi, tenía como mandato cruzar el charco e intervenir el radicalismo de Entre Ríos, en ese momento en manos de la otra facción, la Unión Cívica Radical del Pueblo. Martínez lo recibió, “no como periodista, ya como político”, aclara. A partir de allí nació, también, la mala relación con Raúl Lucio Uranga, otro exponente de la UCRI, que iba a convertirse en gobernador en 1958.
Ese mismo año, el Chano fue designado como secretario del Concejo Deliberante de Paraná, órgano legislativo que había sido suprimido por la Constitución peronista de 1949. La ecuación entre estudios universitarios y política se iba a inclinar con fuerza hacia la segunda, por lo menos hasta 1962, en que se produjo el golpe que derrocó a Frondizi y Martínez tuvo que volver a El Diario para hacerse de unos mangos. Los Etchevehere siempre le garantizaron un refugio al inquieto periodista que, por fin, decidió terminar la carrera. Con el título en la mano, abrió su estudio al año siguiente.
En 1966, tras el golpe de Juan Carlos Onganía, la intervención en Entre Ríos quedó en manos de Ricardo Favre. Un buen día, Martínez venía en la balsa de dar clases en la UNL cuando un funcionario de un área de infraestructura lo reconoció y le contó que había una idea del brigadier a cargo del Poder Ejecutivo de llevar adelante un plan de viviendas. El abogado, dispuesto siempre a hablar, le desarrolló el funcionamiento del sistema federal en el plano administrativo y cómo debería llevar adelante el proyecto, lo que convenció a este funcionario para sumarlo al gobierno de Favre. A poco de caminar en la función pública, el interventor lo convirtió en ministro de Gobierno, Justicia y Educación con apenas 32 años. Ese proceso de facto, con todo lo que eso significa, en el razonamiento de Martínez fue algo así como una especie de “desarrollismo” en la provincia. A tal punto que suele contar una charla que mantuvo con Favre en la que éste se definió como “desarrollista”, le confesó que admiraba profundamente a Frondizi y que quería afiliarse al MID.
A Martínez le gusta repasar su gestión. Enumera los edificios que se levantaron en aquella época, como el del Consejo General de Educación, los tribunales, el Hotel Mayorazgo, el túnel subfluvial, la creación del Iosper y de la Universidad Nacional de Entre Ríos. “La UNER ha negado a su padre”, tira, provocador, y con paso firme se dirige a una sala contigua en su estudio donde conserva los originales de los 18 tomos de un “estudio de factibilidad” de lo que sería la universidad. Presidió una comisión de 200 personas que integraron docentes, estudiantes y profesionales de distintos puntos de la provincia. Los tomos, de impecable conservación, muestran en sus páginas estadísticas, planes de estudios, gráficos y trabajos comparativos, realizados entre 1971 y 1973, que sirvieron de base para la fundación de la UNER.
Para cada momento de la historia, el Chano tiene una anécdota. Por ejemplo, sobre el acto inaugural del túnel subfluvial en el que se pretendía juntar a Uranga y Fravre en aquel día histórico de 1969. El radical había sido quien gestionó la obra y el interventor fue quien consiguió los fondos, pero entre ambos había una pica que impedía esa imagen institucional que se pretendía para la ocasión. Martínez, de mala relación con el ex gobernador, no le esquivó al bulto y avanzó con las gestiones. Finalmente lo logró. Pero lo más jugoso de toda la historia que narra este testigo eterno es un singular suceso. Favre tenía varias opciones de fechas para realizar el acto, pero terminó inclinándose por el 13 de diciembre porque ese día cumplía 26 años de casado con su esposa. “Le voy a regalar el túnel”, cuenta el Chano que le dijo el interventor. Y así fue.
Distinciones
La última dictadura cívico-militar lo encontró dedicándose exclusivamente a su profesión. Recuerda el día en que Favre le dijo “vienen a matar”, cuando asumió Jorge Rafael Videla. El día que los militares detuvieron al entonces intendente de Paraná, el peronista Juan Carlos Esparza, lo llamó su esposa para que lo libere. “A mi marido se lo llevaron gritando que lo llame”, recuerda. Enseguida partió hacia el edificio del Comando.
Llegó 1983, la democracia, y Martínez volvió a la actividad política. Iba a ser ni más ni menos que para postularse como candidato a gobernador por el MID. Uno de sus creadores, y con quien tenía una estrechísima relación, Rogelio Frigerio, lo motivó para que encabezara la propuesta. El Chano conserva libros con documentos y artículos periodísticos del fundador del desarrollismo. Lo admira, aunque con algunas críticas. Una de ellas es que no entendió que “para hacer política y gobernar se necesita un partido, no un movimiento”.
Su vida dedicada al Derecho y sus relaciones políticas con los principales hombres de la historia entrerriana, como los gobernadores Jorge Busti y Sergio Montiel, no fueron un trampolín para ingresar al Poder Judicial, como era antes de la creación del Consejo de la Magistratura, y que continúa en la actualidad, aunque en menor medida, obviamente. Nunca le ofrecieron ser vocal del Superior Tribunal de Justicia, camarista, juez o fiscal. Dice que no habría aceptado. Le gusta polemizar y un juicio oral es la plataforma perfecta.
No son pocos los viejos cronistas que vieron ese espectáculo tan especial como construir una verdad ante un tribunal en boca del Chano. Uno de los últimos juicios que cautivó a la prensa y lo tuvo como protagonista fue en 2013, cuando defendió a Adrián Molaro, un joven de Cerrito que había asesinado a otro porque lo hostigaba desde que tenía 4 años. Un pueblo entero se levantó en contra de su defendido, lo que no le impidió al Chano pasar días en el lugar del hecho recabando pruebas y testigos. El caso terminó con una condena de 22 años de prisión, pero se convirtió en una profunda reflexión sobre el bullying, por todo lo que allí se narró. Antes fue un testigo sustancial en el caso de Dalma Otero, la empleada judicial que fue asesinada en 1997. El Chano, en realidad, había sido convocado dos meses antes por la víctima para hacer el divorcio, lo que no llegó a concretarse. En esa instancia, recuerda el abogado y así lo atestiguó, su representada le había advertido que su esposo, Miguel Capobianco, iba a matarla. El marido terminó condenado como autor intelectual del homicidio.
La mirada de Martínez hacia ese poder del Estado es crítica. Asegura que la intromisión de la política en el Poder Judicial, y viceversa, no es nada nuevo y ni siquiera se ha innovado en ese aspecto. Hasta antes de la pandemia, formó parte de un grupo de abogados que impulsa la reforma del Código Procesal Penal que, ahora, parece tomar envión. Astuto y sagaz en los juicios orales, lamenta los mecanismos y herramientas que el sistema ha incorporado para eludir la instancia del debate, como el juicio abreviado. “La gente, aun sabiendo que es inocente, prefiere que le den dos o tres años condicional y evitar llegar a un juicio. A algunos clientes les explico que esa pena, además de no merecerla, los puede condicionar laboralmente en un futuro”, despotrica. Ve en los acuerdos judiciales la hipocresía del Estado, encarnada por el juez, el fiscal y los abogados defensores. Aprovecha para volver a Favre, a sus épocas de ministro, cuando implementó el juicio oral y público. “Ahí tenés que saber de Derecho, presentar pruebas; no negociar”, se indigna.
El juicio por jurados, hoy una de las estrellas del fuero penal, tendrá al Chano en su historia por haber sido uno de los principales impulsores en Entre Ríos. En 2008 se le publicó un pequeño libro, de ficción y muy creativo, que tiene un prólogo del jurista Alberto Ricardo Dalla Vía. Allí recrea una conversación entre un juez norteamericano, al que conoció personalmente en uno de los viajes; la esposa del magistrado y Domingo Faustino Sarmiento, quien introduce por primera vez en la Argentina la idea de jurados o procesos con la participación del pueblo. El libro es una sutil cadena de conversaciones en las que se discute sobre la incorporación de vecinos a un proceso judicial, cuestión que hasta la fecha sigue teniendo resistencias.
En defensa propia
El Chano no defendió a personalidades de la vida pública, como pueden ser empresarios o dirigentes políticos en causas por corrupción. Pero eso no significa que haya estado lejos de esos ámbitos. Fue abogado de los Etchevehere; terminó siendo el último abogado de Montiel, quien le pidió algunos trabajos; y a Busti lo tuvo enfrente en una causa misteriosa: el caso de la agencia Kroll. El ex gobernador peronista denunció a su par radical por haber contratado una empresa privada para que lo investigara. Era, en rigor, una agencia de seguridad a través de la cual el caudillo radical quiso llevar a su eterno adversario a la Justicia mediante “auditorías” en el seno de la administración pública que tenían por objetivo detectar posibles casos de corrupción. Esta empresa tenía como cara visible a Frank Holder, un ex agente de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA, por sus siglas en inglés). Martínez defendió a Holder, sobre quien también recaía la denuncia de Busti. Tuvo relevancia entre 2000 y 2001, pero luego, de la nada, algo pasó y se dejó de hablar. Montiel fue sobreseído, Busti no fue investigado por la agencia y la Justicia se declaró incompetente. Martínez no recuerda o, creemos, prefiere no recordar, tal vez por una cuestión de código con los fallecidos. Quizás sea una de las incógnitas que el cronista no revelará en este mundo.
Luego el ex gobernador peronista le pidió opiniones sobre diferentes temas y le encargó trabajos puntuales. Hasta intentó sumarlo a sus filas, pero no hubo caso. En 2007 le ofreció ser convencional constituyente, incluso ir primero en la lista, pero Martínez decidió serlo en la propuesta de Augusto Alasino, que había creado una agrupación cuando abandonó el oficialismo kirchnerista de entonces. El proceso de reforma lo tuvo como protagonista en una encendida polémica cuando se introdujo a la carta magna la “cláusula de idoneidad”, que establecía una prohibición de ser funcionario a quien haya participado en un gobierno dictatorial. Todas las miradas se posaron sobre el Chano, pero él no se amilanó ni se hizo el sonso, y dijo lo suyo. Comenzó por recordarles a sus pares que aquella Constitución de 1933, que tuvo a radicales y conservadores como artífices, había sido elaborada durante la Década Infame, tras el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen; que los radicales habían ocupado todos los cargos tras el golpe de 1955 y que el propio Juan Domingo Perón asumió como presidente de un gobierno de facto. Lo cierto es que esa iniciativa pasó a la Comisión de Revisión y fue modificada para que solo tuviera operatividad sobre quienes formaron parte de la última dictadura.
Martínez es un hombre de estudio jurídico, solitario en la profesión, aunque rodeado de amigos y jóvenes que lo frecuentan y lo consultan. Creador de colegios, como el de Bioquímicos, que lo tiene de representante legal desde hace 50 años; presidió el suyo, de abogados; y colaboró con otros tantos.
No tuvo socios eternos en su buffet, ni siquiera a sus dos hijos, que también se dedican al Derecho. La política tradicional que gobernó la provincia lo consultó y escuchó. Vive en la misma casa de siempre, donde tiene su estudio, en calle 25 de Mayo, a unos metros del Atlético Echagüe Club. Atiende el teléfono y abre la puerta cuando suena el timbre, sea un vecino o un futuro cliente. Y no tiene pensado dedicarse a otra cosa.