Borges habla de Paraná, pero Paraná no habla de Borges. El biógrafo del genial ciego escritor, Alejandro Vaccaro, incluyó una foto en su libro Georgie 1899-1930, que reproduce la casa que la abuela Fanny habitaba, junto a su marido Jorge Suárez, un amigo de naipes de Urquiza que tenía la concesión de los tranvías tirados a sangre en esta ciudad entrerriana, y su padre Edward Young Haslam. La casa era una mansión, no por el lujo sino por la nobleza de sus formas y de sus materiales, pero también por sus dimensiones. Adentro se atesoraba la más grande biblioteca de la ciudad. En el jardín que amortiguaba el choque de la Alameda de la Federación con la casa propiamente dicha se paseaban pavos albinos. Paraná tiró esa casa abajo para hacer un insulso edificio y como para reafirmar su vocación destructiva. Cuando murió, a Haslam lo llevaron en carruaje de lujo hasta el cementerio. Allí, un delegado eclesiástico le dijo a los familiares del difunto que ese cadáver no podía entrar allí porque en vida había cometido el pecado capital de no ser católico. Era un doctor bilingüe que se gastó la vida aprendiendo y enseñando en la Escuela Normal. El cementerio local no quiso tener entre sus muertos a ese doctor en Filosofía y Letras recibido de la Universidad Heidelberg. Es notable que Borges haya referido siempre tan cariñosamente a Paraná. No es nada extraño que Paraná no tenga su guía de Borges en la ciudad.
▪ Historia ▪
El amor no correspondido de Borges
A propósito del aniversario 211° de la ciudad de Paraná, un breve texto publicado en la primera edición de Revista Cicatriz (abril/mayo de 2021).
Por: JORGE RIANI
