Encontrarlo en su frecuente deambular por la ciudad o en su casa del puerto, atravesando una breve pero frondosa galería de cañas, con un destello diamantino en la complicidad de su mirada; con un prendedor de estrella decorando el bolsillo de su camisa, en tonos coral o azul océano; con su sombrero de paja o el bordado con espejos; con su perfume; con sus cabellos de plata; con el gesto felino de sus manos entre elegantes y salvajes, dando zarpazos en el aire al hablar, apretando firme y cariñosamente el antebrazo o el hombro de su interlocutor. Siempre con una historia para contar, con un piropo para ponderar a las doñas, con alguna referencia literaria o una reflexión irónica rematada con un guiño. “Carlos es generoso en su vida, en su obra, en su persona. Es todo dación”, decía la poeta Stella Berduc por el año 2008. Y así como ella, muchísimas personas de todas las edades y de las más remotas procedencias tienen algo parecido para decir de Carlos Asiaín. Tantos recuerdan alguna frase encantadora que les dijo, un poema recitado –medio de memoria, medio recreado en el momento– o algún libro que recomendó. Salía al encuentro con picardía, inteligencia y con su vastísima cultura, con sus emociones intensas apenas contenidas, sea la euforia o la melancolía, dispuesto a enamorar a todo el mundo. Y siempre, siempre lo conseguía.
Carlos Asiaín nació en Concordia en 1939 y a los pocos años vino a vivir a Paraná junto a su madre y su hermana. De chico sufrió problemas en los bronquios que lo condicionaron a pasar gran parte de su infancia en la cama. En esa temprana edad se produjo su encuentro con la literatura: “En la lectura durante toda mi vida fui encontrando un universo en el que no importaba tener dinero o no tener dinero, poder acercarnos o no poder acercarnos, la literatura nos traía todo”. Llegaba la noche y el pequeño inquieto, con sus ojos ávidos, esperaba a que la madre se durmiera para volver a encender la lámpara, cubrirla con una camisa blanca para que la luz fuese más tenue, y seguir así, leyendo como un loco.
Unos años después, como su madre trabajaba todo el día y no quería que sus hijos anduvieran en la calle –cosa que, claro está, no podría evitar por demasiado tiempo–, los anotó en cursos de arte. A Marta de piano, y a Carlos de dibujo. Es así como se produce la confluencia de dos universos que estarán para siempre unidos en su vida, como las cuentas que forman un mismo collar fantástico e infinito: la literatura y el dibujo. “Me gustaba ilustrar lo que en sueños creía que era la realidad de la literatura”, cuenta acerca de este momento de su actividad artística, aún incipiente, en la que se dedicó a trabajar, como siempre lo hizo, incansablemente.
Ida y vuelta
A partir de 1961, Asiaín alternó entre Buenos Aries, Córdoba, San Martin de los Andes y Paraná. Durante aquellos años ganó innumerables premios y participó de exposiciones con sus obras de dibujo y pintura. Ilustró obras literarias de diversos escritores, pero sin dudas sobresale la de su entrañable amigo Manuel Mujica Láinez. para el libro Misteriosa Buenos Aires, con quien compartirá, a través de muchísimas cartas y algunas visitas, un vínculo estrecho durante toda su vida (“y después también”, a decir de Carlos). Su camino se fue haciendo así, en la medida de su propia búsqueda, que excede ampliamente el universo de los compartimentos del arte y sus circuitos cerrados.
Durante aquellos vertiginosos años encontramos a Carlos en la ciudad que nunca duerme y en un mundo sacudido por la juventud que despertaba después de un largo sueño, gracias al hippismo y a los movimientos políticos y sociales de la posguerra. Bellísimo y exultante, Asiaín se fogonea en esa hoguera donde arde casi todo lo establecido y acompaña ese grito de libertad que resuena, alegre e irreverente, contra la moral estricta y conservadora de la época. El epicentro de esta enorme ola es el Instituto Di Tella, un verdadero fenómeno cultural de experimentación y explosión creadora por fuera de lo convencional, que habría de transformar para siempre la manera de entender y vivir el arte en nuestro país.
Pero así y todo, con los días en compañía de su adorado Manucho, con todos esos colores vibrantes relampagueando desde el Di Tella, el corazón de Carlos no terminó de adaptarse a la vida en esa ciudad “llena de gente y vacía de afecto”, como más adelante describiría a Buenos Aires, donde vivió siete años. Una tarde de 1968, Asiaín le contó a Manucho que vendría por dos meses a Paraná, y él le respondió: “Carlos, vos no vas a volver, porque vos sos un auténtico provinciano”. Y así fue. A partir de ahí, tomó la definición de su amigo y la asumió como propia, acentuando su identidad provinciana y su amor por esta ciudad perdida en el interior del país, con sus desencantos, sin dudas, pero también con su paisaje, su río, su artesanía y el tiempo del amor y de los amigos. Carlos no tendrá un discurso nostálgico sobre su agitada vida en Buenos Aires, ni se lamentará por lo que pudo ser. Volver a su lugar fue una decisión contundente que nunca se cansó de afirmar, sobre todo a sus propios conciudadanos.
Ya instalado en Paraná, siguió dibujando y escribiendo, y agregó otras muchas cuentas en su collar infinito. Exploró otras disciplinas de las más variadas. En una entrevista contó: “Comienzo, a través del dibujo, y con la puerta del dibujo, a hacer escenografía, vestuario, ropa informal… Bueno, en plena época de los hippies, quién no hacía todas estas cosas”. Algo de esos días de Asiaín nos relata también su gran amiga y compañera de aventuras Marilú Vera: “La obra de Carlos se empezó a conocer en Paraná cuando él era vidrierista. Eso fue por la década de 1970. Era una época donde no existía la tecnología de ahora, y muchas cosas de cartelería y demás se hacían a mano. Carlos trabajaba como ayudante de Felipe Cacho Aldama. Y después quedó trabajando él solo, porque Cacho murió muy joven, le dio un infarto jugando a la manito. Ellos hacían las vidrieras de lo que en esa época era la sedería Sarina (que después fue Rolando) y también de la Casa Ariel. Los dibujos eran a escala humana, y eran fantásticos. Esas mujeres llenas de plumas y cosas, unas mujeres ‘rocambolescas’ como decía él… era una palabra que usaba mucho, sobre todo en las presentaciones ¿Conocés las bolsas de Rolando, la casa de telas?… Bueno, ese dibujo es de Carlos. En la vidriera había ese tipo de dibujos pero puestos como si fueran una escenografía, grandes y en colores. Era quedarte a ver la vidriera como una obra de arte. También durante un tiempo alquilamos con Carlos y Rubén Ballesteros la esquina de Santa Fe y Cervantes. El Almacén le pusimos, porque eso había sido un viejo almacén de Paraná. Yo llevé mi telar, y ahí hacíamos de todo. Y cómo nos divertíamos… Carlos dibujaba en cuero, en una época hacíamos túnicas, teníamos telas. Porque lo que era tan lanzado, por ahí me decía ‘te hago un vestido’, entonces traía un pedazo de lienzo, me lo ponía y cortaba, y vos no sabías cómo de ahí salía un vestido. Pasa que él tenía la forma metida en su cabeza. Él veía algo y ya lo estaba haciendo, ya lo estaba cambiando, tenía esa creatividad innata. Pero con los objetos también, no era únicamente con el lápiz y la pluma, era con la tijera, con el hilo, con lo que sea. Hemos bordado muchísimo, una vez hicimos una serie de almohadones con trapos de piso, ¿viste esos naranjas, grandes? Él dibujaba y los bordábamos con lana, con hilo, una cosa preciosa, y después los armábamos, hacíamos una muestra y los vendíamos”.
También en ese momento Carlos comenzó a trabajar, como continuó haciéndolo durante toda su vida, en conjunto, en conversación con otros y otras artistas. El hacer junto a sus grandes maestros, que fueron también sus amigos, fue la gran academia de Asiaín. Conformaron así el célebre Grupo 633, junto al escultor Felipe Aldama y los pintores Juan Gerardo Tati Zapata y Gloria Montoya. El nombre viene de la numerología: seis más tres son nueve, más tres son doce, y uno más dos son tres. Es un número mágico. Gloria Montoya le dio ese nombre al grupo, y fue ella también quien ofreció el lugar de reunión: un atelier instalado en el garaje de la casa de su madre, en avenida Alameda de la Federación. El mítico colectivo realizó varias muestras dentro y fuera de la provincia.
Durante esos años se realizó una muestra de dibujos de Carlos Asiaín en el Museo Provincial de Bellas Artes “Pedro E. Martínez”, compartida con las esculturas en hierro de Felipe Aldama, y en cuyo catálogo se encuentra un texto escrito por Manucho Mujica Láinez que vale la pena transcribir completo: “Conozco al joven Carlos Asiaín desde que era muy joven; he asistido al crecer de su personalidad fascinadora: mágica, debiera decir. Ella se refleja en cada una de sus actitudes frente al mundo; en una especie de aislamiento aristocrático que a menudo, por urgencia afectuosa, disfraza de frívola comunicación. Es más allá de lo demás, un poeta: harto lo saben sus amigos, quienes reciben (entre ellos me cuento yo) unas admirables cartas, pobladas de imágenes refinadas, sutiles. Como sus cartas son sus dibujos, bellos, misteriosos, extraños. Estoy mirando ahora algunos de los que integran la serie de su Baile de máscaras y compruebo las virtudes que caracterizan al noble arte de Asiaín: la pulcritud cerrada del diseño, la plástica seguridad de los contrastes, el encanto de las formas imprevistas. Y por supuesto, la imaginación, la lírica imaginación que jamás traiciona a Carlos Asiaín, en medio de sus melancolías y de sus entusiasmos, de sus desengaños y de sus fervores y que siempre, siempre, le sugiere nuevas máscaras, rostros nuevos, mientras prosiguen su baile, lentos, hipnóticos, ceremoniosos, el Amor, la Indiferencia, la Vida, la Muerte, los personajes eternos” (Manuel Mujica Lainez. “El Paraíso”, Córdoba, 9 de abril de 1978).
Arte y política
Asiaín siguió dibujando y escribiendo, hasta que tuvo un momento de crisis creativa. Así lo cuenta en una entrevista: “Trabajé toda mi vida hasta 1981, que no sé qué me pasó. Me parecía que lo que yo hacía no respondía a lo que yo soñaba y esperaba, a lo que quería, que eso no me contestaba. Dejé un tiempo largo, hice otras cosas. Y cuando hago un viaje a Salta, voy al Museo Antropológico de Cachi y veo los petroglifos… quedé tan fascinado por eso que hice una serie que se llamó La costura de América, invitado por el Museo de Bellas Artes, y de ahí hasta ahora no he vuelto a dejar de trabajar nunca más”. Carlos trabajó esa serie con crayones y es la única parte de su obra que se podría definir como arte abstracto. En un momento donde la dictadura, y su consecuente represión dentro del arte, extendían la sombra de sus horrores, Carlos trabaja esta serie en formas no figurativas y con crayones de colores vibrantes. En una entrevista realizada por el Museo de Bellas Artes, Carlos cuenta sobre este trabajo: “Acá en Paraná yo noté mucho el problema de ‘no es mi caso’, ‘yo no estoy metido en eso’, ‘a mí no me interesa’, etcétera, etcétera. Y entonces también, en ese momento terrible, aprendí que el artista es un laburante de la vida misma, y por tanto, todo problema, de alguna manera, es tu problema, y vos te vas a enfocar en algún tipo de situación, sin tener la pretensión de dar la solución, pero sabiendo que no podés ser un artista si no sos político (…) Yo creo que el arte abstracto empezó a funcionar más en esa época. Había que contar las cosas de una manera no tan directa, como en clave, como pasándonos un informe de espías. En ese momento empecé a trabajar con El centinela en casa, una obra que hoy se encuentra en el Museo Provincial de Bellas Artes y es parte de la serie La costura de América.
Ese mismo viaje que menciona a Cachi, en el norte del país, será el germen del Museo y Mercado Provincial de Artesanías –del cual es creador y durante muchos años fue director de la Asociación de Amigos– que hoy lleva su nombre. Marilú Vera nos relata cómo Carlos suma infinitas cuentas más en su collar, con joyas de todo tipo: de cerámica, de chala de maíz, de plata, de isipó, de lana e infinitos materiales que se trabajan con la sabiduría ancestral de las manos de este pueblo: “Él se volcó a la artesanía después de un viaje al norte, ahí descubrió las artesanías populares y se fascinó con la imaginería. Empezó a estudiar todo en esa línea y trajo un montón de artesanías de todo tipo de materiales, que estaban en su casa y ahora están en el Museo. Luego empezó a investigar las artesanías entrerrianas. En la época en que trabajaba en Desarrollo Social, realizó el primer censo de artesanos de Entre Ríos, por los año 1989, 1990. A partir de ahí hizo todo un trabajo en el interior de descubrir artesanos, porque Entre Ríos tenía una riqueza medio desconocida en ese orden. Estuvo como Secretario de Cultura, pero no duró mucho, porque no era para él lo de ser funcionario, su lugar era el Museo de Artesanías. Venía y me decía: ‘Vamos a tal lado’, y agarrábamos el auto e íbamos. Yo lo llevaba y así conocí a mucha gente, la buscábamos. Eran artesanos de su lugar. Por ejemplo, en Las Cuevas hay unos tejedores de isipó fantásticos. Lo mismo con los que hacían cuchillos en Federal, las hilanderas en Feliciano, etcétera”.
Un artista para todos
Arrebatado en esta gran pasión por las artesanías populares, Asiaín siguió siempre dibujando, escribiendo, haciendo escenografías, investigando, y sumó entonces la cerámica a su labor. Al principio, él mismo hacía los cuencos y platos, y por poco no iba a buscar también la arcilla al río. Pero luego decidió encargar los platos a un taller para usarlos como un soporte más, para ilustrar, como hizo desde niño, los sueños de la literatura.
Pero quizás la cuenta más preciosa de este maravilloso collar –y que lo hace infinito– es el concepto que Carlos nos dejó del arte como una forma de vivir y de dar amor. “Hay varias formas de arte. Una es la de la gente aristocrática, del jet set, que son las que, casadas con las galerías, hacen que tal venda y tal otro jamás vaya a vender. También está el arte que hacemos nosotros en las provincias, que es un arte cotidiano, que tiene que ver con nuestra idea de la vida, del mundo, y, por qué no, con nuestra idea del amor a dios. Y después está el arte de vivir, que es el arte con el que nosotros nos manejamos en nuestras casas, con nuestros amigos, la ropa, lo que nos gusta, la manera de tender una mesa, los buenos modos, esa también es una forma de arte”, cuenta Carlos en una entrevista. Y se olvida de mencionar aquel arte en el que fue el mayor maestro, con el que nos cautivó a todos los que tuvimos la suerte de encontrarnos con Asiaín en esta vida: Carlos fue un gran artista y maestro de la conversación. No solo en la calle o en reuniones sociales, también solía llamar mucho a sus amigos por teléfono y conversar durante horas. Se dice que las cuentas de teléfono que llegaban a la casa de Carlos eran impagables. Disfrutaba de conversar con todo tipo de gente. Durante sus últimos años mantuvo una amistad entrañable con el artista Javier Solari. Realizaron muchas muestras y escribieron un libro en conjunto, La invitada / La venganza de la amapola, con cuentos y dibujos de ambos y facsímiles de los textos escritos a mano. Carlos se refiere a las conversaciones con Javier en una entrevista de esta manera: “Nunca tuve demasiados amigos plásticos. Pero en general no pude hacer demasiados amigos porque a mí me gusta hablar, no solo de la pintura, y de la línea, y de la forma y del color. Me gusta leer, y entonces me gusta compartir lo que leo. Me gusta la música y me gusta compartir lo que escucho. Y me gusta el ballet, y me gusta la ópera, etcétera. Mi amigo es, como todo el mundo lo sabe, Javier Solari, entre otros, pero él es como haber ido en buque por algún lado y haber llegado a puerto, eso es Javier para mí. Yo tengo 79 años, hacer amigos ya me cuesta, y cuando era joven también me costaba. Cuando las charlas se hacían nada más que para hablar de la cera líquida, el esmalte y todo… yo me aburría”.
El fantástico collar de Asiaín continua así con estas infinitas cuentas que fueron también sus obras, y que son las pequeñas y grandes cosas que dejó a la gente de esta ciudad que lo recuerda con admirado cariño. Son esas conversaciones en las que nos dejaba pensando en algo, buscando un libro, a veces para descubrir que lo había recitado distinto y mucho mejor que el original. Son todas esas mesas que sirvió para sus amigos, con la elegancia de los floreros, las servilletas y platos dispuestos en una composición, los pequeños detalles, (porque “somos pobres pero comemos como ricos”, como solía decir). Son su hermosa letra a mano y el collage de mosaicos de su cocina. Son su colección de artesanías en el living y en el baño de su casa, que siendo pequeño y humilde era el baño más hermoso que vieras en tu vida, tan solo por la gracia de sus ojos y de sus manos.
Y las cuentas del maravilloso collar infinito de Asiaín se siguen sumando, también, en cada uno de los homenajes que continúan honrando su legado de arte y de amor. En 2019 se presentó el documental Asiaín, de Alejandro Marín, con una emotiva y nutrida convocatoria en la Casa de la Cultura. Este año, la Asociación de Amigos del Museo Provincial de Artesanías colocó una placa en el ingreso al solar en que el artista vivió en sus últimos años, en calle Liniers 356. Se inauguró también la baldosa con código QR realizada por el Proyecto Trama en el marco del cuadragésimo segundo aniversario del Museo y Mercado Provincial de Artesanías. Actualmente se está organizando una muestra que se llama Proyecto Puente, a realizarse en Buenos Aires, en el Fondo Nacional de las Artes, donde dialogarán obras de seis artistas de dos generaciones. Se expondrán obras de Carlos Asiaín, Mildred Burton, Gloria Montoya, Lucas Mercado, Julia Acosta y Federico Lanzi. Para esta muestra la artista y gran amiga de Asiaín, Gloria Daneri, se encuentra trabajando en reunir un cuerpo de obra que no es tan conocido y que abarca las décadas de 1960 y 1970. Me gusta pensar que también esta nota es una pequeña y modesta cuenta más de ese collar, que suma a las incontables permanencias de Carlos entre nosotros.
Carlos Asiaín no ha legado solo cuadros o textos, se dedicó a pensar formas de hacer llegar su arte a toda la gente, y es así como sus cerámicas, láminas, almohadones con sus dibujos impresos o los dos libros que publicó (Diario de ángeles y de gatos, editado por Editorial La Hendija; y La invitada / La venganza de la amapola, editado por La Periférica) y otros muchos tipos de simplificar sus creaciones, atravesaron más allá de los museos y de las casas de familias pudientes, y llegaron a todo tipo de personas. Hoy, mucho de su creación se encuentra en casas de gente común, como debe ser y como él lo deseó. Se siguen sumando las cuentas al collar infinito de Carlos Asiaín cada vez que alguien se conmueve con una obra suya, cada vez que recordamos su arte, sus manos, sus palabras certeras, emocionadas, su manera de vivir siempre en el alma de la creación, asombrado.
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Entrevista con Marilú Vera, 2021.
Asiaín, documental de Alejandro Marín, 2008.
Entrevista a Carlos Asiaín realizada por el Museo Provincial de Bellas Artes “Pedro E. Martínez”, en el marco de la muestra Libertad, esa extraña palabra, marzo de 2018.
Recuerdo de Carlos Asiaín El arte es una manera de vivir, es algo cotidiano. Entrevista de Canal Once, publicada en noviembre de 2018.
Carlos Asiaín y su legado artístico. Archivo Audiovisual de la UNER. Entrevista realizada en 2009 con motivo de una muestra en la galería de arte La Folie de Concepción del Uruguay. Edición publicada en noviembre de 2018.
Datos sobre la muestra Proyecto Puente facilitados por Gloria Daneri y Valentina Bolcatto.