Las primeras reuniones comenzaron en Concordia, donde Mario, Eduardo y Roberto hacían correr la idea de un levantamiento en su ciudad, La Paz, que debía propagarse simultáneamente en varias localidades del país. Un episodio, aunque fallido, había operado en clave de antecedente: el intento de toma del Regimiento 9 de Infantería de Corrientes encabezado por el teniente coronel Gregorio Pomar, un antecedente imprescindible en toda esta historia. El golpista José Félix Uriburu había quedado en alerta luego de ese hecho ocurrido en 1931.
Los hermanos Kennedy se sumaron a un movimiento revolucionario que pretendía restablecer la democracia tras el derrocamiento del radical Hipólito Yrigoyen, figura a la que adherían estos paceños de tradición gauchesca que eran estancieros en un campo de 6 mil hectáreas en el paraje El Quebrachal y cuyo casco atesoraba una enorme biblioteca que los diez hermanos devoraron con entusiasmo.
Desde el 6 de septiembre de 1930 el país vivía un período que los historiadores luego calificarían como Década Infame, con el principal partido de masas, el radicalismo, proscripto y sin elecciones limpias. Sin embargo, Entre Ríos aparecía como una isla, y no solo por su insularidad. Gobernada por el radicalismo antipersonalista a las órdenes de Luis Lorenzo Etchevehere, los entrerrianos no podían distinguir entre una realidad y otra. Entre infamia y democracia. En esos meses iniciales del régimen, Eduardo Kennedy viajó a Europa para presentar una denuncia contra los golpistas en la Sociedad de Naciones. Cuenta la leyenda que en París conoció a Carlos Gardel.
Luego sobrevino la fallida sublevación correntina y Pomar se exilió en la República Oriental del Uruguay, desde donde comenzó nuevamente a planificar una revuelta contra Uriburu. Fue en ese marco que se constituyó el Comando del Litoral, con el objetivo de aglutinar una red de radicales dispuestos a levantarse contra el gobierno militar. Según distintos testimonios, la idea en un principio consistió en organizar sublevaciones que coincidieran con las elecciones del 8 de noviembre de 1931, calificadas como fraudulentas por los radicales personalistas que adherían a la figura del caudillo depuesto.
Pomar había sido edecán de Yrigoyen y su historia tiene un apartado inquietante en el capítulo entrerriano. El 20 de julio de 1931, cuando ingresa al Regimiento 9 de Infantería de Corrientes para anunciar la sublevación, quien lo recibe es el teniente coronel Lino H. Montiel, que no duda en cruzarlo verbalmente y con una trompada. Uno en el suelo y el otro de pie, necesitaron fracciones de un segundo para desenfundar sus armas y resolver sus destinos en menos de un suspiro. La bala de Pomar se disparó antes y acabó con la vida del padre de quien fuera dos veces gobernador por el radicalismo entrerriano en la última etapa democrática, Sergio Montiel.
Asalto
El reloj marca las 3.50 de la madrugada. Es el 3 de enero de 1932 y el calor húmedo del norte entrerriano persiste en la noche. En ese preciso momento, un comando revolucionario toma la Jefatura de Policía de La Paz.
Un telegrama con la consigna “se vende hacienda” era la contraseña para que en simultáneo se lleve adelante el plan, por lo menos, en una veintena de pueblos, la mayoría del Litoral. La orden debía llegar desde Concordia, pero el mensaje era confuso, tanto que la historiografía lo ha encuadrado en un mito. El telégrafista –aparentemente de mala relación con uno de los Kennedy– habría recibido un recado que decía “no se vende hacienda”, que implicaba detener el plan. Entonces se dio marcha atrás en todas las ciudades, menos en La Paz.
Mario y Roberto Kennedy ingresaron como una tromba al edificio de la Jefatura de Policía al grito de “ha estallado la revolución”. Enseguida se toparon con el agente Anastasio Saavedra, quien comenzó a disparar al aire, hasta que cayó, a los pocos segundos, abatido por los insurrectos, que arrastraban una fama de ser tener el don de la fina puntería. La tropa de asalto la integraban los tres hermanos Kennedy –Mario, Eduardo y Roberto–, Luis Franco, Omar Molinari y Héctor Papaleo. Otro grupo rodeaba el edificio en el que había 25 policías. Con los primeros disparos todo se alteró. A medida que los Kennedy ganaban terreno en el interior de la jefatura, los enfrentamientos a balazos se multiplicaban. Uno de ellos encontró frente a frente al comisario Carlos Reynoso Calvento y a Mario Kennedy, quien esquivó un disparo y dio el suyo en el pecho enemigo. El saldo entre las filas policiales fue de cuatro bajas (Reynoso Calvento, Saavedra, Ramón Arellano y Martín Ruiz) y varios heridos.
Los rebeldes pasaron a controlar los edificios más importantes de la ciudad: la Municipalidad, el Correo y Telégrafos y la sala de armas del Tiro Federal. El plan implicaba no tomar bancos ni oficinas recaudadoras. El mensaje, un punto esencial en el que habían trabajado con anterioridad, debía dejar en claro que el objetivo era político. Se tomó también una imprenta para dar a conocer de qué venía la cosa. En una primera proclama, bajo la firma de “El Comando”, se difundió un número de prohibiciones, todas vinculadas a la portación de armas, y la advertencia de que quienes “se negaren a prestar cooperación inmediata o por cualquier causa trataran de perjudicar los propósitos de la causa de la libertad, obstruyéndola o pretendiendo obstruirla”, serían recluidos por los insurrectos.
En un segundo texto se plasmaron los acontecimientos que se estaban desarrollando, pero ya en una línea histórica: “Otra vez, como en los días precursores de la gloriosa jornada de Caseros, las huestes entrerrianas marchan hacia la Capital Federal a voltear la tiranía, y si hoy no llevamos un jefe como el ilustre jefe de esta tierra, teniente general Justo José de Urquiza, su recuerdo dignísimo nos guía a empuñar las armas y a luchar con valor y sacrificio, entregando nuestra vida, si fuera preciso, en homenaje a la libertad, la joya más preciada para nuestra más honrosa tradición de país libre. ¡Entrerrianos! ¡Hijos predilectos del honor nacional! ¡Viva la Patria! ¡Viva Entre Ríos! ¡Viva la memoria viva del general Urquiza!”. La figura del presidente de la Confederación Argentina es reivindicativa en la tradición del radicalismo.
Las autoridades reaccionaron enseguida. El gobernador Etchevehere envió desde Paraná tropas policiales para reprimir, pero antes se contactó telegráficamente con Mario Kennedy, al que intimó a la rendición, haciéndole saber que el plan no había tenido éxito en las demás ciudades. Para los gobiernos nacional y provincial todo debe haber sido confuso, porque el intendente de La Paz era Carlos Kennedy, otro hermano de los insurrectos.
La atmósfera de la ciudad se tornaba cada vez más densa y convulsionada. Los medios nacionales comenzaron a abordar el tema en sus portadas, mientras la ciudadanía se dividía entre quienes estaban a favor y quienes estaban en contra.
Desde el Ejército enviaron un avión que sembró de volantes las calles céntricas de la ciudad prometiendo que “sería restablecido el orden y sometidos los autores del atentado a la justicia competente”. Lo firmaba el general Luis Bruce, el mismo que había frenado el levantamiento en el Regimiento 9 de Infantería de Corrientes el año anterior.
Con el correr de las horas, los hermanos debieron abandonar la Jefatura de Policía. Un islero del bosque del Quebrachal, que no se relacionaba con nadie pero conocía a los Kennedy desde niños, los vio venir y les hizo escuchar por primera vez su voz: fue para advertirles que la zona se estaba minando de soldados.
La persecución ya era un asunto nacional. Cinco aviones Breguet, de la Fuerza Aérea, sobrevolaron las cálidas barrancas entrerrianas buscando sofocar la rebelión. Desde Buenos Aires también habían partido los buques Rastreador M1 y Mirador M6. La escena que ilustran los diarios de la época parece desproporcionada. Los revolucionarios paceños iban a pintar el primer cuadro de un bombardeo a civiles desde aviones de guerra, una imagen que se repetiría en la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955.
El bombardeo comenzó el 7 de enero sobre las inmediaciones de la estancia Los Algarrobos, donde estaban recluidos, y duró más de tres horas. Se contabilizaron 12 bombas y centenares de disparos de ametralladoras. Otra vez el don de la puntería les garantizó a los hermanos Kennedy salir ilesos de los enfrentamientos en tierra firme. Ese mismo día, Uriburu firmó en Buenos Aires la aprobación de los resultados de las elecciones fraudulentas de noviembre del año anterior.
Tras eludir la persecución de la Policía, el Ejército y la Armada por más de 40 días, a mediados de febrero los hermanos Kennedy pudieron escapar. Llegaron a la ciudad uruguaya de Salto, donde los recibieron centenares de exiliados radicales. En ese grupo estaban, además de Pomar, Amadeo Sabattini, que luego se convertiría en gobernador de Córdoba; y Fermín J. Garay, legendario dirigente yrigoyenista, preso político, vicegobernador entrerriano que resistió el golpe de los militares fascistas en 1943 y padre de su homónimo, el ministro que le puso rostro a la última gestión de Sergio Montiel.
Desde el bando oriental se iba a planear un levantamiento similar al de La Paz, pero en Paso de los Libres, Corrientes, el 29 de diciembre de 1933. El fracaso de esa nueva incursión, esta vez con bajas entre los insurrectos, quedó plasmado en El paso de los libres, un relato gauchesco que escribió Arturo Jauretche mientras purgaba una condena de cuatro meses de cárcel por haber sido parte, precisamente, de esa rebelión. En uno de uno de sus versos decía:
En total cincuenta y tres
cayeron de aquellos criollos.
Dos o tres días después
los echaron en un hoyo
sin rezarles un rosario
y allí enterrados están
mezclados en ese osario
de la estancia de Bonpland.
Cincuenta y tres cayeron
sirviendo a una causa noble
y una consigna cumplieron:
que se rompa y no se doble.
Su Señoría
La insurrección de los hermanos Kennedy sobrevive también en un expediente que tramitó en la Justicia Federal de Paraná, que se caratuló “Kennedy, Eduardo, Mario y otros – Rebelión”. En la Cámara Federal de Apelación del Paraná sobresalió, en soledad, el voto del vocal Manuel Ruiz Moreno, quien realizó una encendida defensa de la Constitución al advertir que “todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la Patria” y sobre “el derecho/deber de los ciudadanos de alzarse contra los usurpadores de las instituciones”.
Por esos años todavía era objeto de debate la legitimidad de una acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación del 10 de septiembre de 1930 que saludaba el golpe militar de cuatro días antes señalando que “el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país, es pues un gobierno de facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas, en cuanto ejerce la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social”. Esa acordada, además, amenazaba la continuidad en sus cargos de los integrantes del Poder Judicial. Ruiz Moreno firmó en el expediente que juzgaba la conducta de los hermanos Kennedy su última sentencia. Pocos días después fue reemplazado y la condena por sedición quedó confirmada con los votos de los camaristas Aureliano Roigt y Julio Benítez.
La historia de esta revuelta lleva en su sombra el olvido. Se sobrepone la reconstrucción periodística por sobre el trabajo académico. Los movimientos revolucionarios armados surgidos en los primeros años de la década de 1930 han sido, en efecto, escasamente explorados.
El periodista y escritor Rogelio Alaniz contó, a propósito de un aniversario de la revuelta, que se había enterado de ello a instancias de un amigo de Atahualpa Yupanqui. Fue en Rosario Tala, de donde es oriundo Alaniz, que un personaje amigo de Cipriano Vila y Climaco Acosta –mentados por don Atahualpa en su poema Sin caballo y en Montiel– le contó que a fines 1931 un joven Héctor Roberto Chavero –como se llamaba Atahualpa Yupanqui– se marchó hacia La Paz para sumarse a lo que calificó como la revolución radical de los hermanos Kennedy.
El periodista Jorge Repiso, que también escribió sobre el levantamiento, contó que llegó al tema luego de un encontronazo con Raúl Alfonsín en los estudios de un canal de televisión. Mientras el ex Presidente esperaba, se cruzó con el entonces productor que le recriminó algunas cuestiones de su gobierno. El ida y vuelta derivó en la Historia y en los episodios ocurridos en La Paz, de los que Repiso no tenía ni la más remota idea, pero los devoró la inquietud. Fruto de ese encuentro surgió el libro Los Kennedy. Tres hermanos que casi cambiaron la historia, que ha sido consultado para este informe.
Mario Raspini es sobrino nieto de los revolucionarios y, recordando el relato de su madre Azucena, sostiene que aquellos episodios fueron ocultados por la violencia en que se sucedieron. Que hubiera muertos hizo cuesta arriba analizar los hechos desde una mirada estrictamente política y ponerlos en contexto.
Sin embargo, el interés por rescatar ese pedazo de historia surgió durante el último gobierno municipal del peronista José Nogueira, a instancias de María Elena Franchini Kennedy, otra sobrina de los insurrectos, que se contactó con Raspini para juntar información. En 2007 hubo en La Paz unas jornadas a las que llegaron historiadores. A partir de allí el tema se trasladó a los colegios secundarios, generando curiosidad entre los alumnos paceños.
El actual intendente, Bruno Sarubi, enrolado en la UCR, continuó con la política reivindicativa y el año pasado, al cumplirse 90 años de la revuelta, las garitas de colectivos se pintaron con imágenes de los hermanos Kennedy, cerrando una grieta que se mantuvo abierta durante casi un siglo. La avenida de entrada a la ciudad, desde el arco hasta el centro, lleva el hombre de Hermanos Kennedy.
Con el correr de los años, la epopeya se convirtió en novelas, obras de teatro y ensayos. Lo cierto es que los Kennedy pudieron haber leído la Constitución y acaso se convencieran de que la letra magna les daba la razón. Los hechos y la historia tienen, casi siempre, la voluntad infinita de reinterpretarse.
Fuentes
Giménez, Sebastián. El Comando del Litoral y la acción armada contra el régimen de la restauración conservadora en la primera mitad de los años treinta. Editado por la Universidad Nacional del Nordeste, en 2015.
Pereira, Enrique. Mil nombres del radicalismo entrerriano, vivencias de un partido centenario. Editado por la Universidad Nacional del Litoral (UNL), en 1992.
Repiso, Jorge. Los Kennedy. Tres hermanos que casi cambiaron la historia. Buenos Aires, 2015.
Integración de la Justicia Federal. Creación de las cuatro cámaras pioneras. Editado por la Cámara Federal de Apelaciones de Paraná, en 2012.
Entrevista con Mario Raspini, familiar de los Kennedy.
Archivo histórico de El Litoral, de Santa Fe, y El Diario, de Paraná.