Ir al principal

▪ Misterio ▪

La historia muda de un comunista

Un accidente de tránsito a metros del túnel subfluvial. Un muerto con identidad falsa. Voluntades de Santa Fe, Paraná, Rosario intentan conseguir un certificado de defunción trucho y una inhumación rápida y anónima de los restos. Se esconde detrás una historia política contundente que aún no se ha terminado de armar. 

Por: LUZ ALCAIN

La historia muda de un comunista

Lunes 22 de febrero de 1988. Se acerca la noche en el litoral. Un accidente de tránsito será tapa de El Diario al día siguiente. Cinco heridos leves. Un muerto. Un muerto que agoniza tres horas, desangrándose entre los hierros retorcidos de una camioneta.

La ruta 168 es un caos, cortada al tránsito, a metros del túnel subfluvial. La gente se desespera ante una agonía sin intimidad que la arrope. Hay quienes dejan sus autos, se acercan al hombre con gatos hidráulicos, agua y herramientas de todo tipo intentando en vano liberar ese cuerpo al que la vida abandona, lenta, ante la ineficacia de bomberos y personal policial.

El hombre que mira a la cámara del fotógrafo de El Diario ya sabe que se muere. Repudia morirse así, de manera tan nimia. Tenía otros planes. Está preparado para otras muertes. Atesora un pañuelo que es posta de luchas y resistencias. Dónde irá a parar su pañuelo.

A las 23, El Ciego se muere.

Es un oficial del ejército revolucionario de Cuba.

Un cuerpo sin nombre

-Cristina, estoy tras la historia de El Ciego. Un oficial del ejército de Cuba, argentino, que preparó a los combatientes del Partido Comunista que viajaron a El Salvador. 

-El Ciego–piensa.

-Sí, así le decían. Circulaba por la Argentina con una identidad falsa, según publica Isidoro Gilbert en La Fede. También estuvo en la selección de los integrantes de la Brigada del Café que fueron a Nicaragua.

-Yo fui a Nicaragua pero ni idea de quién es El Ciego.

-Se mató en un accidente de tránsito a la salida del túnel. Iba con su mujer y sus hijos. En el PC se deben haber enterado de algo.

-¡El accidente! Sí, recuerdo. Fue un gravísimo problema que había que resolver. Pero no sabíamos nada acá. Yo por lo menos no sabía nada. Toda la información en el partido estaba muy guardada. Es la primera vez que escucho ese nombre.

Cristina Ponce ofrece un par de pistas para seguir. El Ciego es en su memoria un problema, trámites que hacer, contactos a tocar un lunes del verano de 1988. Poco más.

Amílcar Reali y Federico Bidart tampoco saben quién es El Ciego. Solo pueden anclar en la memoria cuando se les menciona el accidente. Recuerdan, sí, ¿cómo no? Solo saben que llegó al PC (que entonces tenía sede en calle 25 de Junio, a metros de Córdoba) el pedido de auxilio, de intervención. Solo sabíamos que el tipo que se había muerto era un tipo importante. Nada más. Tampoco estaba previsto que preguntáramos demasiado –explica Reali.

-El accidente fue en Paraná, llegando al túnel, por lo que sé.

-Mmm… no che… me parece que fue del lado de Santa Fe. Viajamos a Santa Fe con Bidart, buscamos a alguien en tribunales, después estuvimos intentando un trámite en el Registro Civil de allá. Sabíamos que era un tipo importante y que era un tremendo quilombo. Pero nada más.

Reali hace memoria. Contextualiza el momento político, gobierno de Jorge Busti en Entre Ríos.

-Pero en 1986 gobernaba Sergio Montiel.

-Sí, pero hay algún problema entonces porque gobernaba Busti.

En efecto, Gilbert menciona erróneamente la fecha del trágico accidente. Los comunistas tienen reproches al trabajo del periodista y corresponsal de la Agencia Tass de la Unión Soviética.

Definitivamente, cada consulta citando como fuente el libro La Fede deriva en una crítica.

A Bidart le parece recordar que El Ciego –recién ahora sabe algo de él– venía de la costa del Uruguay. Iba con su familia y con otra pareja en la camioneta Ford. “Venía de Colón me parece. Viajaba a Santa Fe y a la salida del túnel se mata”, pesca en el recuerdo de aquel día.

Perla Strada es contundente en marcar las dificultades para rehacer la historia: “Los que se ocuparon de todo se murieron. Fueron el Moco (Oscar) González y Eduardo Broguet”. Como dirigente del PC, Perla se ocupó de cuestiones más humanitarias: “Pasé a ver a Mechi, su señora, que iba en el auto, por el Hospital San Martín. Estaba en shock. Preocupada por los chicos. Me dijo que llevaban su apellido. Fui a verlos. No tenían lesiones graves. Estaban en el Hospital San Roque. Obviamente no me conocían. Fue apenas estar un ratito, que no se sintieran tan solitos. Nada más”, repasa Perla su intervención por esas horas.

Secretos a resguardo

Los laberintos de la memoria ofrecen Santa Fe como alternativa para saber de El Ciego, que tiene una vida relevante, más allá del accidente.

Los problemas que surgían eran varios, ciertamente, más allá del contexto de tragedia. El hombre muere atrapado entre los hierros de una camioneta. Pero no protagoniza un policial más. Circula con una identidad falsa, vaya a saber quién tiene su verdadero nombre. Tiene cuentas pendientes con la Justicia desde 1975. Se refugió en Cuba a lo largo de once años. En la camioneta iban su mujer, Mechi, Mercedes, santafesina; y dos niños, sus hijos, con pasaporte cubano.

La dirigencia del PC se mueve para despejar la muerte, para dejar que sea, con sentido humanitario. Sus restos fueron inhumados como NN. En el cementerio municipal de Paraná, dice Gilbert en su libro. En un camposanto de Santa Fe, lo desmienten los que saben, los que se ocuparon de quitarle el peso de los expedientes al dolor.

Treinta y tres años después cuesta encontrar las puntas del ovillo para rescatar una historia de vida. Cuesta, aun cuando no exista presunto delito que no haya prescripto. Cuesta, circula entre murmullos, pervive en una red de datos contradictorios, respira en la memoria de veteranos dirigentes comunistas que hablan al ritmo de la cautela y el resguardo propio y ajeno. Han transitado, desde 1988 a la fecha, trayectorias políticas distintas, tienen perspectivas disímiles respecto de sus propios recorridos, de los de su partido y de los de referentes como El Ciego.

El PC santafesino será una punta, la más firme. Lindolfo Leonidas Lide Bertinat, 90 años, rosarino, residente hoy en Funes. Hiperinformado, actualizado, con opinión, usa redes sociales activamente. El rosarino que ha dado entrevistas a medios porteños por su encuentro con Ernesto Che Guevara cuenta lo que recuerda. “Viví muy de cerca tan tremendo accidente sufrido por El Ciego. El día del accidente, fue a la tarde, desde el Comité Central del partido se comunicó José Schulman, hoy presidente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Nos encontramos, me impuso de lo que estaba pasando, me dijo que debía acompañarlo con mi auto”, recordó. Llegaron a Paraná, se pusieron en contacto con un dirigente del PC de Santa Fe, Luis Canalis, ya fallecido, y con González.

El Moco se había contactado con viejos amigos radicales. Recuerdo al doctor Parente (Rodolfo, en ese momento diputado nacional por la UCR), que puso a disposición su estudio para todo lo que debíamos hacer. Incluso creo que descansamos un momento ahí”, recuerda Bertinat. Algunos “se ocuparon del cadáver” (certificado de defunción de un NN, inhumación de los restos); otros, de “poner a salvo a la familia”, Mercedes, Mechi, la esposa; los chicos, que luego de su breve internación en nosocomios de Paraná fueron derivados al sanatorio de un amigo en Santa Fe. También se ocuparon de la pareja que viajaba con ellos en la camioneta “y que tratamos de evitar siempre que trascendiera”.

Bertinat cuenta que el entierro fue en Santa Fe. Cree recordar que nadie supo nada, más que la madre de El Ciego, a quien el periodista de la Tass le atribuye el nombre de fantasía de Luis García.

Aporta algunos otros recuerdos el titular del PC santafesino, Sergio Canalis, hijo mayor de Luis. En 1988 era un joven militante y se acuerda bien de todo lo ocurrido en ese trágico atardecer de febrero. Se explaya en la historia de la Mechi, que “con el tiempo se convirtió en una especie de embajadora de Cuba en Santa Fe”.

Bertinat concluye que “salió todo bien” porque “fue un operativo bien coordinado y solamente conocido por quienes lo realizamos”. Aconseja leer un libro de Schulman que aportará las pistas que faltan.

El libro se titula Diecisiete instantes de una primavera. Un acercamiento a la vida de El Ciego y la Mechi. Amor y política en escenarios de Cuba, Rosario, Santa Fe. Si se le piden precisiones a su autor, si se avanza en más preguntas que lleven a certezas, Schulman se encarga de marcar que conoce bien de cerca a los protagonistas de esta historia pero que su texto “es literario”.

Si es literatura no tiene por qué poder tomarse con rigor de verdad, quiere advertir. Y si se recurre al texto periodístico de la crónica de El Diario, con presunciones de certeza, se comprueba rápidamente que está sembrado de errores, de nombres que faltan o que se mal atribuyen. Complejo. Solo pistas, despistes y una cultura política bien arraigada entre sus viejos hacedores que a veces prefieren “tabicar” algunos datos. En lograr ese resguardo se mezclan, según los tiempos, la solidaridad, la protección, un poco de orgullo. “Nunca supieron dónde está”, resume Schulman.

Una nota de rutina

“Volvía de Santa Fe ese día. En la ruta, a la derecha, veo uno o dos patrulleros. Las únicas luces que había eran las de los autos”, recuerda el fotógrafo de El Diario, Sergio Ruiz. Estacionó cerca de la camioneta. “Este hombre estaba atrapado, tenía apretada la pierna. Pedía ayuda. Atiné a tirar dos fotos y fui rápido a la Redacción para revelar”, dice el reportero gráfico, que no tenía periodista asignado en el lugar. El hombre apretado entre los hierros mira a cámara, usa bigotes, pide auxilio, nadie lo salva.

Moncho (Ramón) Ibáquez estaba al cierre. Ya era tarde. Pidió algunos datos por teléfono. Quién sabe. A la Policía de Santa Fe o a El Litoral”, supone. La crónica de El Diario, en tapa y en página interior, con las fotos de Ruiz, menciona a un muerto y cinco heridos que iban en la camioneta Ford. Que el vehículo colisiona con un camión que venía de frente, conducido por un vecino de Santo Tomé que resulta ileso. La nota da cinco nombres aunque habla de seis personas. Dice que son “todos de Lomas de Zamora”. Atribuye uno de esos nombres al fallecido que en distintos textos figura con diferentes nombres, todos falsos: Fabián en un caso; Luis en otro. En la crónica, el muerto se llama Juan Carlos.

El hombre de la foto

En 1975, El Ciego protagonizó otro policial. Fue el que lo forzó a sobrevivir prófugo en Cuba, país en el que perfeccionó su formación militar para convertirse en oficial del ejército de la isla.
Era un joven militante de la Federación Juvenil Comunista (FJC) en Rosario. Allí conoció a Mercedes, que había llegado desde la capital provincial para estudiar Medicina. Ella traía una historia de dolor: su primera pareja es uno de los fusilados de Trelew, el santafesino Alejandro Ulla.

El hecho que marcó el destino de El Ciego sucedió en una Marcha de las Juventudes Políticas. Tras una serie de encontronazos con una patota de la delegación rosarina de la Triple A, detecta que un hombre, (el Pollo, lo menciona Schulman, Germán Giménez lo identifica Gilbert) le apunta a la Mechi. El Ciego no duda, apunta y dispara cargando desde entonces con la muerte que lo llevó a refugiarse en Cuba hasta 1986.

Volvió al país con una misión y en un contexto especial para el Partido Comunista Argentino. En noviembre de 1986 sesiona el XVI Congreso partidario, una instancia clave en la autocrítica del PC respecto de su posición sobre la dictadura. La fuerza política reivindica por primera vez la figura del Che Guevara y a las organizaciones revolucionarias de América Latina que fueron víctima de las dictaduras del sur del continente.

El PC, un poco tarde

El XVI Congreso expresa la solidaridad y el apoyo a los procesos revolucionarios que en ese momento agitan la realidad política y social de países de Centroamérica, justo cuando la Argentina daba sus primeros pasos en el intento de consolidar la incipiente democracia.

Hay dos escenarios de estos procesos revolucionarios a mediados de los ochenta: Nicaragua y El Salvador. El PC conforma las Brigadas del Café, que viajan en solidaridad con el pueblo de Nicaragua, delegaciones que en ningún caso tienen intervención militar; en 1987 tiene a representantes de la FJC entre los combatientes en El Salvador. El Ciego es clave en ese contexto. Vuelve al país con identidad falsa. Participa de las deliberaciones del XVI Congreso; le encargan el entrenamiento militar de los combatientes que irán a El Salvador; y según Gilbert también se ocupa de la selección de los brigadistas que previamente habían sido parte de las Brigadas del Café.

Mientras Nicaragua supone un desafío meramente político, de expresión de solidaridad, de promoción del proceso revolucionario; El Salvador, en cambio, implica el combate cuerpo a cuerpo en una guerra civil sin treguas.

Un argentino se constituye en el símbolo del compromiso que asumió la FJC en ese proceso. Se llamaba Marcelo Feito, obrero metalúrgico de la provincia de Buenos Aires. Murió en combate en 1987, a los 22 años. Se lo recuerda como Teniente Rodolfo, nombre que eligió en su condición de guerrillero, algunos afirman que en homenaje al periodista y militante montonero Rodolfo Walsh, desaparecido el 25 de marzo de 1977.

Feito cayó muerto, con un disparo en la frente, el 16 de septiembre de 1987, a las diez de la mañana. El Ciego agoniza cinco meses después, a metros del túnel subfluvial, y repudia la muerte que le toca en suerte. Es portador de una posta, de un símbolo que une historias de lucha y de resistencia en la mitología comunista.

Si caigo en el camino

El Ciego es dueño de un pañuelo que tiene su historia. Se inicia con Iris, la madre de Floreal Avellaneda, el Negrito, el militante político de La Fede que era un niño cuando la dictadura se ensañó con su cuerpo a los 14 años. Iris –sobreviviente de la tortura y testigo en los juicios de lesa humanidad– atesora un pañuelo que le obsequia a Marcelo Feito cuando hace su primera acción como brigadista en Nicaragua.

Luego de esa experiencia, Feito vuelve a la Argentina. El Salvador es ahora su destino. Se entrena arduamente con El Ciego. Dicen algunas fuentes que en territorio de la provincia de San Luis, donde un grupo de militantes recibe entrenamiento físico y militar. Aparentan ser cazadores de vizcachas. Antes de embarcarse a El Salvador, Feito pone al resguardo el pañuelo de Iris en manos de El Ciego que muere, así, como mero protagonista de una crónica policial. Será Mechi quien le asignará al “trapo rojo” el destino merecido.

Por consejo de Schulman, ya de vuelta en Cuba luego del trágico accidente, Mechi lo puso a resguardo en Santa Clara, junto a la tumba de Ernesto Che Guevara y a la llama eterna encendida por Fidel Castro en la inauguración del mausoleo, en 1997.

Mechi falleció hace diez años en Cuba. Sus hijos residen en ese país y tienen contacto con Schulman y con Bertinat, quien tuvo oportunidad de visitarlos hace tres años en La Habana. Treinta y tres años después de muerto, El Ciego sobrevive en la memoria fragmentada que con pasión militante tejen, destejen, enredan un puñado de veteranos dirigentes comunistas. Quién sabe si alguno de ellos supo alguna vez su verdadero nombre.