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La universidad mirando al futuro

La UNER ha comenzado a transitar la que puede ser la primera estación en el tren de la ciencia, al conformar, junto con otras cinco universidades nacionales, una sociedad anónima inédita en sus características con el objetivo de generar un marco a través del cual conectar la investigación básica con la industria y la producción. Esa es la génesis de Bioempresa SA, una idea que busca darle continuidad al desarrollo científico-tecnológico en formato de proyectos productivos.

Por: JUAN CRUZ VARELA

La universidad mirando al futuro

En la Argentina se estima que una de cada diez personas padece diabetes, una enfermedad crónica que afecta la producción de insulina y, por lo tanto, provoca un exceso de azúcar en la sangre de las personas.

Valentina es insulinodependiente; se aplica periódicamente inyecciones que deben mantener la cadena de frío y conservarse a una determinada temperatura una vez que las ampollas han sido abiertas, y le pasaba lo que a muchos en su condición: no había nada que indicara si el medicamento estaba apto una vez que estaba en uso. Desechar la ampolla suele ser el camino. Pero no para ella; Valentina piensa en grande.

Valentina es Valentina Avetta, estudiante de Bioingeniería en la Universidad de Entre Ríos (UNER), e hizo de un problema personal una búsqueda que la llevó a desarrollar una solución general: creó un sensor termocrómico –que cambia de color con la modificación de la temperatura– para detectar la pérdida de la cadena de frío de la insulina cuando se encuentra en manos de las personas que deben inyectársela.

El invento nació de esa fantástica usina de conocimiento llamada universidad pública. “La educación superior es un motor de desarrollo”, sostiene Andrés Sabella, rector de la UNER, en una frase que resume también la capacidad de reinvención que ha tenido la universidad pública ante cada crisis del país –políticas, económicas, ideológicas–, anteponiendo la creatividad al servicio de la ciencia, porque cuando no hay dinero hay que tener creatividad, para hacer más con menos.

La universidad pública argentina se ha caracterizado a los largo de su historia por ser una vía para la movilidad social. En un brevísimo recorrido podría decirse que primero contribuyó a la conformación de una clase media; luego la gratuidad promovió la incorporación de los hijos de los trabajadores; y, más recientemente, la creación de nuevas universidades en regiones donde no las había favoreció a una mayor inclusión social.

Más aún, si la Argentina sostiene el sueño de dejar de ser un país incorporado al mundo como mero exportador de materias primas es por la potencia de una educación superior que dado tres premios Nobel y que mantiene, acaso como una isla en medio de tantos vaivenes, una política de ciencia, tecnología e innovación.

“Creemos que la universidad pública es reactiva o receptiva de necesidades que manda la agenda de los gobiernos. Pero nosotros tenemos una mirada que va más allá: queremos dejar de ser reactivos o receptivos a esas demandas y, en vez de eso, ser propositivos con determinadas líneas de trabajo a través nuestros investigadores”, dice Sabella.

La ciencia y la tecnología no son asuntos solo de científicos y tecnólogos, sino un programa político relacionado con un proyecto de país. Construir un sendero para una economía en vías de desarrollo, como la nuestra, es algo complejo, que requiere capacidades múltiples para diseñar y aplicar políticas públicas con eficacia; políticas públicas que, inevitablemente, deben articular la ciencia y la tecnología con el sistema productivo, de tal manera de dotar de orientación estratégica a la investigación; y la universidad es un actor clave en esa sinergia.

Y la nave va

La Universidad Nacional de Entre Ríos nació en mayo de 1973; su fundación fue el resultado de una demanda histórica de la población y consistió en la aglutinación de una serie de unidades académicas preexistentes que dependían de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y de la Universidad Católica Argentina (UCA), a las que se sumaron otras que se crearon conjuntamente con la flamante casa de estudios.

Cincuenta años después, la UNER ha comenzado a transitar la que podríamos denominar como una primera estación en el tren de la ciencia, al conformar, junto con otras cinco universidades nacionales, una sociedad anónima inédita en sus características con el objetivo de generar un marco a través del cual conectar la investigación básica con la industria y la producción.

El proyecto, audaz en su constitución e inédito en el país, lleva el nombre de Bioempresa SA, algo en apariencia secundario –la denominación– pero que se revela como clave para su propia identidad, ya que expresa la vocación por trabajar en el desarrollo biotecnológico. En ella confluyen las universidades nacionales de Entre Ríos, Quilmes, San Martín, Arturo Jauretche, Hurlingham y Moreno, cada una con un aporte de 20 mil pesos para un capital total de 120 mil pesos, y bajo un formato jurídico que supone evitar que la responsabilidad del accionar de esta sociedad anónima se traslade a las universidades socias.

En el estatuto se plasmó como objeto de la sociedad la prestación de servicios de transferencia tecnológica con entidades públicas –otras universidades, el Conicet, el Senasa, el sistema hospitalario, etcétera– y privadas, nacionales y extranjeras; y la promoción del desarrollo de la ciencia y la tecnología necesarias para la producción de productos e insumos biotecnológicos, basado en conocimientos, investigaciones y know how. También podrá actuar como unidad de vinculación tecnológica en los términos de la Ley de Promoción y Fomento de la Innovación Tecnológica para apoyar la labor de las universidades nacionales en su articulación con el sector público y privado. Esta amplitud permite, por ejemplo, que todas las disciplinas que se llevan a cabo en la UNER puedan de alguna manera interactuar con Bioempresa. “El objetivo es avanzar en el desarrollo de biotecnología para intentar, de alguna manera, generar un marco a través del cual conectar la investigación básica con la industria, a nivel de la bioingeniería o la biotecnología”, sintetiza Sabella.

En cuanto a lo estrictamente burocrático, o legal, Bioempresa SA fue gestándose durante más de dos años hasta la conformación de un directorio integrado por un representante de cada una de las universidades asociadas y un presidente rotativo (todos ad-honorem), que en una primera etapa quedó en cabeza de Mario Lozano, docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes; además, la sociedad anónima ya fue inscripta ante la Inspección General de Justicia (IGJ), su constitución se publicó en el Boletín Oficial y se iniciaron los trámites de generación del CUIT para que pueda comenzar a operar.

En el aspecto funcional, Bioempresa SA “surgió de la confluencia de seis universidades jóvenes, con distintas trayectorias, pero con una idea común: la de una universidad que no se encierra, que no se encapsula, sino que trata de abrirse a la sociedad”, sostiene Gabriel Gentiletti, secretario de Ciencia y Tecnología de la UNER e integrante del directorio de la sociedad anónima. “Desde esa óptica, la creación de esta empresa le abre a la UNER una unidad de articulación a niveles que no son fáciles de llegar desde el aspecto de las unidades de vinculación tecnológica de la universidad”, agrega.

Gentiletti es bioingeniero –ingresó como estudiante a la Facultad de Ingeniería hace casi dos décadas y no se fue más: es docente, investigador y fue decano durante dos períodos–; flaco, de aspecto jovial y con una sonrisa permanente. Habla con fruición y entusiasmo para explicar que “en un mundo como el actual, donde el conocimiento lidera un montón de procesos, contar con esta herramienta, al menos desde la funcionalidad que se articula con el I+D+i de la universidad, abre posibilidades de interaccionar con nuestra sociedad e impactar en ella de formas que hasta ahora no teníamos”. I+D+i corresponde a tres conceptos: Investigación (I), Desarrollo (D) e innovación tecnológica (i). En ellos se resume la idea sobre la que se gestó Bioempresa SA.

La ciencia también es política

La generación de Bioempresa SA representa tal vez un camino que conduce hacia una resignificación del rol social y político de la universidad pública argentina.
“El principal objetivo es convertir a esta empresa en un referente en la producción de productos biotecnológicos, apalancados en los grupos de investigación y el conocimiento que se genera dentro de las universidades”, resaltó el rector de la Universidad Nacional de Quilmes, Alejandro Villar.

Carlos Greco, rector de Universidad Nacional de San Martín (Unsam), completa el concepto: “Concebir una idea de universidad que dialoga con su entorno y se compromete con la realidad; trabajar de manera no encapsulada, abiertos, generando un conocimiento aplicado para que los individuos y las empresas tengan un mejor desempeño” y agrega: “Los desarrollos de última generación de las universidades tienen que ver con generar un conocimiento aplicado, es decir, un conocimiento que se transforme en desarrollo tecnológico y desarrollo social. En el último tiempo nuestras universidades han demostrado una gran capacidad para generar ese desarrollo”.

El sensor termocromático que inventó una estudiante entrerriana para detectar si la insulina que debe inyectarse una persona diabética ha perdido la cadena de frío es tal vez un botón de muestra sobre ese nuevo rol que se propone este conglomerado de universidades nacionales: “Hay un montón de avances innovadores que no pasan de una fase de prototipo porque los laboratorios de las facultades no tienen un área de producción, como puede tener una empresa. Esa es una de nuestras grandes limitaciones: casi ninguna universidad tiene capacidad para producir en serie o reparar un equipo cuando falla. La idea entonces es que esos dispositivos lleguen a una fase de producción y sean traspasados de la universidad a la Bioempresa para que se haga cargo del desarrollo de producción. A partir de ahí, la empresa podría ser la vía de amplificación para que un servicio que antes se daba a un solo cliente ahora pueda ser ofrecido a más demandantes, después hacerlo en una escala nacional e intentar hacer escalamientos internacionales”, sostiene Gentiletti desde el campus universitario de la Facultad de Ingeniería en Oro Verde, donde recibió a Cicatriz.

Mientras la Bioempresa completa los trámites burocráticos para su constitución y poder comenzar a operar formalmente, integrantes de las nueve facultades de la UNER iniciaron un proceso de identificación de la oferta potencial de productos y servicios para analizar oportunidades, antecedentes y capacidades.

Para esta fase, las universidades asociadas contrataron a un equipo de consultores a fin de elaborar un perfil y trazar el plan de negocios para la Bioempresa SA. En función de las capacidades de cada una se analizaron cuáles podrían ser aprovechadas en el modelo de la empresa para su proceso de transferencia.

En la UNER, específicamente, se identificaron tres servicios posibles que encuadran en el perfil de la empresa. Si bien los detalles están protegidos por convenios de confidencialidad, en líneas generales, uno de ellos está relacionado con la validación de alimentos completos utilizados en la nutrición animal; otro aborda los procesos de fabricación de alimentos balanceados; y el tercero es un trabajo en conjunto entre la Universidad, el Ministerio de Producción y la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la provincia para producir aceite de cannabis medicinal de calidad. Es todo lo que se puede decir por ahora.

Si el sueño de un científico es algún día inventar algo, Gentiletti asegura que “Bioempresa pretende ser la escalera para volver eso posible” y se explaya en esa idea que le sale en forma de metáfora: “El mandato de las universidades es trabajar complementándose mutualmente; no se trata de competir con profesionales ni es la idea que la empresa vaya a montar servicios que ya están en el mercado, sino correr un poco la frontera y poner en marcha cosas que no existan en el sector privado a partir de algo que está potencialmente en un laboratorio. Si logramos eso, podremos transferir esos conocimientos al medio y volverlos un servicio, un bienestar, un bien que la sociedad pueda disponer. Para eso debemos pasar por la fase productiva: primero brindar soluciones desde el punto de vista del conocimiento y después, a través de la empresa, fabricar tantos aparatos como necesidades haya para cerrar ese círculo”.
La propuesta es innovadora y el desafío es enorme.

En la Argentina hay universidades nacionales que se han incorporado en unidades de negocios con el sector público y el sector privado; pero nunca una de estas características. Bioempresa SA ya está registrada y en vías de completar los trámites administrativos para quedar operativa; y ha identificado una oferta potencial de productos y servicios para ingresar en el mercado. Solo resta comenzar a producir: el futuro está ahí.