Los apellidos Rojas y Videla resuenan en el imaginario popular asociados a dos de los más grandes verdugos que tuvo el pueblo argentino: por un lado, Isaac, el almirante antidemocrático que carga en su haber con bombardeos y fusilamientos; por el otro, Jorge Rafael, el general genocida que se puso al frente de la primera Junta Militar tras el golpe de 1976, extendiendo el terror, los secuestros y la tortura a todos los rincones del país. Los entrerrianos, sin embargo, podemos reaccionar a esos apellidos contraponiendo la historia de dos militares populares y democráticos que perdieron sus vidas tras el fallido alzamiento de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Ambos buscaban desalojar a la dictadura que había llegado al poder un año antes, llamar a elecciones y posibilitar el regreso de una mayoría proscripta, pero en su gesta se encontraron con el brazo de hierro de un régimen dictatorial que no escatimó recursos para sofocar la rebelión.
Luciano Isaía Rojas y Néstor Marcelo Videla, oriundos de Gualeguaychú y Concepción del Uruguay, respectivamente, iniciaron sus carreras castrenses unidos no solo por la tierra que los vio crecer, sino también por un profundo sentimiento nacional y un amor a la música que marcó sus divergentes trayectorias profesionales. Posiblemente no se conocieron. Durante mucho tiempo sus historias quedaron sepultadas o diluidas en el recuerdo general de la fallida revolución que desató la represión y los fusilamientos, hasta que algunos investigadores, periodistas y sus propias familias decidieron rescatar del olvido la gesta de ambos.
Una investigación sobre los hechos ocurridos durante la revolución del 9 de junio de 1956 desde la perspectiva entrerriana nos abrió las puertas a las historias de estos dos mártires.
Rojas nació y creció en el departamento Gualeguaychú, hasta que ingresó al Ejército y le tocó cumplir funciones en distintos regimientos del país. La noche del alzamiento lo encontró en la zona norte del Gran Buenos Aires, donde vivía con su familia. Su hijo Eduardo y su nieta Mariel, que residen en Baradero, mantienen vivo su recuerdo. El 10 de marzo de este año se apagó en esa ciudad la luz de María Teresa Leiva, la viuda del sargento entrerriano y madre de sus dos hijos.
Videla nació en Curuzú Cuatiá, provincia de Corrientes, pero desde muy chico vivió junto a su familia en Entre Ríos, primero en Villaguay y luego en Concepción del Uruguay, donde aún tiene familiares. Antes de iniciar su carrera militar formó con sus hermanos una banda de música, pasión que no abandonaría en el ámbito castrense.
Ambos fueron fusilados tras el fallido alzamiento.
A 66 años de los fusilamientos del gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora, recordamos la historia de estos dos entrerrianos.
La proclama que no se escuchó
Luciano Isaía Rojas se encontraba de franco la noche del 9 de junio de 1956, cuando el levantamiento estalló en distintas ciudades del país. El militar oriundo de Gualeguaychú, que en ese entonces cumplía funciones en Buenos Aires, había ingresado de muy joven al Ejército y se desempeñaba como sargento músico en el Regimiento Número 2 de Palermo. Ese frío sábado descansó en su casa, ubicada en una zona tranquila y alejada del bullicio diario de la gran ciudad.
La familia de Rojas era oriunda de Perdices, en la zona rural del sur entrerriano, y luego se instaló en Gualeguaychú, localidad donde el futuro militar hizo la escuela primaria. Su madre murió muy joven, y esa circunstancia, sumada a la difícil situación económica, hizo que Luciano y dos de sus hermanos se criaran en la casa de una tía.
Cuando tuvo que definir su profesión, en un mundo convulsionado que se encaminaba nuevamente hacia la guerra, el joven eligió prestar servicio en el Ejército. En la fuerza, Luciano Isaía cumplió funciones en el Cuerpo de Zapadores Pontoneros de Gualeguaychú, hasta que fue trasladado a Buenos Aires en 1945, año intenso que marcó la irrupción de la clase trabajadora como un actor protagónico en la política nacional. Allí, primero estuvo en Campo de Mayo, y luego fue destinado al Regimiento Número 2 de Palermo.
Por su origen humilde, sentimiento nacionalista y afinidades ideológicas, simpatizaba con el peronismo, pero no asumió ningún rol operativo de importancia en la insurrección que se preparaba para el 9 de junio de 1956. Como muchos peronistas, esa noche se acercó a la radio y mantuvo una actitud expectante. Esperaba escuchar cerca de la medianoche la proclama revolucionaria que había preparado el Movimiento de Recuperación Nacional a cargo del general Valle, para así tener algún indicio del éxito o fracaso del grupo que actuaba de manera coordinada en todo el país.
En ese entonces ya tenía dos hijos: Luciano, de 2 años, y Eduardo, el menor, de tan solo dos meses. Por el testimonio de su esposa, María Teresa Leiva, se sabe que Luciano Isaía pasó esa madrugada en su casa, ubicada en el barrio bonaerense de Florida, Vicente López, cerca del domicilio donde fueron detenidos los militantes que luego serían fusilados en el basural de José León Suárez.
El periodista Ignacio Journé, que investigó aspectos de la vida del militar entrerriano, aventura a partir de indicios y testimonios familiares que el sargento pudo estar esa noche en la mítica casa de la calle Hipólito Yrigoyen que fue escenario de las detenciones reseñadas en Operación Masacre. Lo que se sabe con seguridad es que esa noche Luciano Isaía Rojas, sargento del Regimiento Número 2 de Palermo, se encontraba a salvo y no fue detenido por su presunta implicación en los hechos.
Un hombre digno
El jefe del Regimiento, Adalberto Arturo Clifton Goldney, reunió un día a todos sus subordinados y les lanzó una advertencia: “Yo sé que algunos de ustedes están vinculados en una conspiración contra el gobierno. Les quiero advertir del serio peligro al que se exponen”, deslizó.
Por una extraña coincidencia, o ironía del destino, Clifton Goldney compartía con Luciano Isaía Rojas su lugar de procedencia: el sur entrerriano. Este singular hecho fue reseñado por el periodista de Gualeguaychú Osvaldo Delmonte, quien muchos años después, junto a Journé, se propuso rescatar la figura del joven sargento músico.
Más que un consejo, el mensaje de Clifton Goldney era una verdadera advertencia; como se sabe, sin embargo, a pesar de ese aviso los revolucionarios siguieron adelante con el plan.
Desde las últimas horas de la tarde del 9 de junio de 1956 comenzaron los movimientos en la Plaza Italia, cercana al regimiento. El plan era que los suboficiales neutralizaran el lugar para permitir el ingreso de los militares de mayor rango con la situación controlada. Los conjurados se dividieron en dos grupos, y cerca de las 22.30 horas se dirigieron a los regimientos 1 y 2 para esperar las señales y comenzar las acciones. Sin embargo, al ingresar, fueron recibidos a tiros y detenidos. A partir de las primeras declaraciones de quienes llevaban adelante la insurrección, las autoridades lograron dar con los nombres de otros revolucionarios. Una veintena de detenidos pasó la fría madrugada de ese 10 de junio en los calabozos del Regimiento Número 1, hasta que algunas horas después, cerca del amanecer, fueron trasladados a la Penitenciaría Nacional. Los civiles que se preparaban para sumarse a la acción se quedaron deambulando algunos minutos más, hasta que se hizo evidente que el plan había fracasado y comenzaron a retirarse de manera sigilosa.
Lejos de allí, a pesar de encontrarse a salvo de la represión, Luciano Isaía no podía dormir. El gobierno había anunciado el inicio de las acciones represivas y pasada la medianoche comenzó a leerse por la radio el decreto que habilitaba la ley marcial. Ahora no solo estaba en juego la libertad de los revolucionarios: también estaban en juego sus vidas.
Al enterarse que algunos de sus compañeros habían sido detenidos y corrían el riesgo de ser fusilados, el sargento músico de 33 años se presentó espontáneamente en el Regimiento Número 2 de Palermo horas después del levantamiento. No lo hizo por ingenuidad, como se dijo algunas veces, sino por compromiso con la causa y con sus camaradas detenidos.
Por la reconstrucción que realizó el historiador Roberto Baschetti conocemos algunos detalles más de las circunstancias en las que el sargento entrerriano se entregó de manera voluntaria: “Rojas hizo su presentación voluntaria ante el jefe del regimiento, teniente coronel Adalberto Arturo Clifton Goldney, pues habiéndose detenido a Pugnetti y Costa –y próximos a ser fusilados– no quería que estos pensaran al morir, que él, que también había participado de la intentona liberadora, los había delatado. Clifton Goldney, en lugar de preservar su vida (ya que nadie lo había mencionado como integrante del Movimiento Revolucionario), ordenó de inmediato que se lo pusiera junto a los otros dos para que también fuera fusilado”.
Todos los detenidos de los regimientos 1 y 2 de Palermo fueron trasladados a la Penitenciaría Nacional, ubicada en el viejo edificio de calle Las Heras donde también pasaría sus últimas horas el general Valle. Entre ellos estaba Rojas, que se había sumado después. A pesar de que no había disparado ni un solo tiro, no hubo clemencia para el sargento músico, que por una actitud digna y valiente pasó a engrosar la lista de fusilados en la Penitenciaría Nacional junto a sus compañeros, el sargento carpintero Luis Pugnetti y el sargento Isauro Costa.
Más de seis décadas después de los fusilamientos, la familia Rojas, que debió atravesar momentos muy difíciles tras el asesinato del sargento músico, sigue trabajando para reconstruir su historia y mantener viva su memoria. En 2019, a 63 años de la revolución, ambos participaron en el merecido y oportuno homenaje que el Museo Popular de la Memoria de Gualeguaychú le brindó a Luciano Isaía Rojas. De trato cálido y cercano, estuvieron siempre a disposición y en varias oportunidades dialogaron con el autor de esta nota, brindando detalles importantes para la reconstrucción de los hechos.
La más maravillosa música
Néstor Marcelo Videla nació el 7 de octubre de 1918 en Curuzú Cuatiá, provincia de Corrientes, una ciudad con fuerte presencia e historia militar que luego sería protagonista del golpe que derrocó a Perón (1). Aunque era correntino de nacimiento, el teniente primero, al igual que sus hermanos, se consideraba entrerriano por adopción. Las actividades profesionales de su padre, Medardo Videla, llevaron a la familia a cruzar el límite entre ambas provincias litoraleñas.
Durante su infancia y juventud, los Videla siguieron las inclinaciones que heredaron de su padre y se abocaron primero a la música y luego a la carrera militar. Antes de trasladarse a Concepción del Uruguay, donde se afianzó y echó raíces, la familia Videla vivió en Villaguay. Fue allí donde los jóvenes Víctor Hugo, Eduardo y Néstor formaron un conjunto orquestal llamado “Los Hermanitos Videla”, que solía ensayar en la Plaza Francisco Ramírez. Cuando debieron optar por su futuro profesional, los Videla siguieron el llamado de su vocación musical sin perder de vista los pasos de su padre. Así fue que Néstor ingresó al Ejército, se recibió y comenzó a prestar funciones en distintas localidades, sin abandonar la carrera ni sus convicciones hasta el último día de su vida.
La noche del alzamiento lo encontró en Campo de Mayo, comprometido con el operativo que estaba a cargo de los coroneles Eduardo Alcibíades Cortines, Ricardo Salomón Ibazeta y Rubén Berazay. Los militares, que contaban con el respaldo operativo de varios civiles, tenían pensado tomar y movilizar la Escuela de Suboficiales, dejar sin luz a la guarnición y cortar las comunicaciones con el exterior, mientras esperaban noticias alentadoras de lo que ocurriera en otras localidades.
Adentro los esperaban unos 40 suboficiales comprometidos, encabezados por dos oficiales que tenían a su cargo las acciones preliminares en la toma de Campo de Mayo. Ellos eran los tenientes Jorge Leopoldo Noriega y el propio Videla, quienes poco antes se precipitaron, tomaron la Agrupación de Infantería y comenzaron a arrestar preventivamente a algunos militares que no se plegaron a la revolución.
Habían pasado algunos minutos de las 23 cuando Ibazeta y un grupo de revolucionarios ingresaron a Campo de Mayo. El tiempo transcurría y nada salía según lo planificado, pero lo peor vino después: una luz de bengala llamó la atención de todos los presentes, que alzaron su vista casi al unísono al percibir ese inesperado fenómeno en la cerrada noche de invierno. Lo que pudieron ver después fue una “impresionante concentración de tropas” que comenzaba a arribar al lugar. Las noticias del resto del país no llegaban, y las novedades que empezaron a producirse esa madrugada en Campo de Mayo no eran para nada buenas.
Poco después, los militares revolucionarios fueron detenidos (2).
Noticias de ayer
Tres días después del levantamiento, el diario El Pueblo de Villaguay se hizo eco de la noticia que involucraba a Videla. Al tiempo que brindaba detalles de la “conspiración”, informaba sobre las detenciones y publicaba solicitadas de los partidos y ciudadanos que respaldaban a las autoridades, el periódico consignó en tapa la noticia del fusilamiento del militar que una década atrás había vivido en esa ciudad y era recordado por sus actividades musicales.
“Uno de aquellos ‘hermanitos Videla’ –lo recordamos perfectamente– realizó estudios y se recibió de subteniente músico”, consignó el periódico villaguayense en su primera página, en un suelto titulado Vivió en Villaguay. Aún sin demasiada información, el medio brindaba un breve repaso de la estadía de Néstor en aquella localidad y recordaba el traslado de la familia a Concepción del Uruguay, confundiendo el lugar y fecha de su fallecimiento: “El mencionado sería, según referencias últimas que poseemos, el teniente músico Néstor Marcelo Videla, que en la mañana del 10 del corriente fue fusilado en La Plata, por hallarse complicado en los hechos subversivos ocurridos ese día en el Regimiento 7 de Infantería”.
Según consignaba El Pueblo, la ciudad había sido “un foco de la conspiración totalitaria”, aunque las actividades que allí se registraron no prosperaron y la conjura se desvaneció a las pocas horas. Junto a la noticia del fusilamiento de Videla, se informaba también del pedido de captura de Alberto Ottalagano, “conocido en Villaguay, donde su presencia ha sido frecuente en los últimos tiempos”. El abogado había actuado junto al historiador José María Rosa en Paraná y alcanzó a escapar antes de ser detenido. Si bien en aquella oportunidad logró evitar su captura y disipó el riesgo de ser fusilado como uno de los jefes de la conspiración, la muerte volvió a tocar su puerta 18 años después, precisamente en aquella localidad, donde fue blanco de un atentado en el cual salvó su vida de milagro.
Dictadura y democracia proscriptiva
Durante las tristes y convulsionadas horas que sucedieron al fallido alzamiento, en Concepción del Uruguay, la familia Videla se enteraba por medio de un telegrama que Néstor estaba entre los militares detenidos por participar de la insurrección. En un valioso artículo periodístico, el historiador uruguayense Gustavo Sirota, a partir de testimonios familiares, reconstruyó las penosas horas que vivieron los Videla y cómo transitaron los difíciles años de la Revolución Libertadora.
El coronel Eduardo Alcibíades Cortines, el capitán Néstor Dardo Cano, el coronel Ricardo Salomón Ibazeta, el capitán Eloy Luis Caro, el teniente primero Jorge Leopoldo Noriega y el teniente primero Néstor Marcelo Videla fueron fusilados en Campo de Mayo por sus camaradas, luego de participar en la fallida insurrección encabezada por Valle y Tanco. Otros militares y civiles, al mismo tiempo, eran asesinados o se aprestaban a correr la misma suerte que ellos, en algunos casos sin siquiera haber participado del movimiento revolucionario. Mientras tanto, algunos implicados en la revuelta que estalló en decenas de ciudades de todo el país huían o se escondían hasta que se disipara la amenaza real de ser asesinados.
En la Entre Ríos gobernada por el general Manuel Calderón no hubo fusilamientos, pero sí innumerables detenciones que agravaron la ya difícil situación que vivían por entonces los militantes, dirigentes y militares peronistas, en muchos casos presos de manera preventiva desde hacía varios meses.
Todavía no había transcurrido siquiera un año de la proscripción del movimiento justicialista, vedado entonces de toda participación política. El sueño de los revolucionarios que actuaron esa noche, y el de los miles que los apoyaron sin encarar acciones concretas, era dar vuelta esa página y posibilitar el llamado a elecciones sin condicionamientos. Debieron pasar casi 17 años, con dos elecciones presidenciales semidemocráticas (que impidieron la participación del peronismo), nuevos golpes, represiones y masivas movilizaciones para que esa prohibición fuera finalmente dejada de lado.
Marcelo Videla
Schvartzman, Américo y Chauvín, Clara. Historias casi desconocidas de Concepción del Uruguay. Editorial El Miércoles. Concepción del Uruguay, 2019.
Luciano Rojas
Gentileza Familia Rojas.
(1) Gracias a la colaboración de la investigadora entrerriana María Marta Quinodoz pudimos consultar el acta de nacimiento digitalizada del militar, estableciendo con precisión su lugar y fecha de nacimiento, como así también el nombre de su padre.
(2) Los detalles de estos acontecimientos que involucraron a Videla fueron tomados del clásico trabajo Mártires y Verdugos, de Salvador Ferla.