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Por: FEDERICO MALVASIO

Expediente Kennedy

Las primeras reuniones comenzaron en Concordia, donde Mario, Eduardo y Roberto hacían correr la idea de un levantamiento en su ciudad, La Paz, que debía propagarse simultáneamente en varias localidades del país. Un episodio, aunque fallido, había operado en clave de antecedente: el intento de toma del Regimiento 9 de Infantería de Corrientes encabezado por el teniente coronel Gregorio Pomar, un antecedente imprescindible en toda esta historia. El golpista José Félix Uriburu había quedado en alerta luego de ese hecho ocurrido en 1931.

Los hermanos Kennedy se sumaron a un movimiento revolucionario que pretendía restablecer la democracia tras el derrocamiento del radical Hipólito Yrigoyen, figura a la que adherían estos paceños de tradición gauchesca que eran estancieros en un campo de 6 mil hectáreas en el paraje El Quebrachal y cuyo casco atesoraba una enorme biblioteca que los diez hermanos devoraron con entusiasmo.

Desde el 6 de septiembre de 1930 el país vivía un período que los historiadores luego calificarían como Década Infame, con el principal partido de masas, el radicalismo, proscripto y sin elecciones limpias. Sin embargo, Entre Ríos aparecía como una isla, y no solo por su insularidad. Gobernada por el radicalismo antipersonalista a las órdenes de Luis Lorenzo Etchevehere, los entrerrianos no podían distinguir entre una realidad y otra. Entre infamia y democracia. En esos meses iniciales del régimen, Eduardo Kennedy viajó a Europa para presentar una denuncia contra los golpistas en la Sociedad de Naciones. Cuenta la leyenda que en París conoció a Carlos Gardel.

Luego sobrevino la fallida sublevación correntina y Pomar se exilió en la República Oriental del Uruguay, desde donde comenzó nuevamente a planificar una revuelta contra Uriburu. Fue en ese marco que se constituyó el Comando del Litoral, con el objetivo de aglutinar una red de radicales dispuestos a levantarse contra el gobierno militar. Según distintos testimonios, la idea en un principio consistió en organizar sublevaciones que coincidieran con las elecciones del 8 de noviembre de 1931, calificadas como fraudulentas por los radicales personalistas que adherían a la figura del caudillo depuesto.

Pomar había sido edecán de Yrigoyen y su historia tiene un apartado inquietante en el capítulo entrerriano. El 20 de julio de 1931, cuando ingresa al Regimiento 9 de Infantería de Corrientes para anunciar la sublevación, quien lo recibe es el teniente coronel Lino H. Montiel, que no duda en cruzarlo verbalmente y con una trompada. Uno en el suelo y el otro de pie, necesitaron fracciones de un segundo para desenfundar sus armas y resolver sus destinos en menos de un suspiro. La bala de Pomar se disparó antes y acabó con la vida del padre de quien fuera dos veces gobernador por el radicalismo entrerriano en la última etapa democrática, Sergio Montiel.

Asalto

El reloj marca las 3.50 de la madrugada. Es el 3 de enero de 1932 y el calor húmedo del norte entrerriano persiste en la noche. En ese preciso momento, un comando revolucionario toma la Jefatura de Policía de La Paz.

Un telegrama con la consigna “se vende hacienda” era la contraseña para que en simultáneo se lleve adelante el plan, por lo menos, en una veintena de pueblos, la mayoría del Litoral. La orden debía llegar desde Concordia, pero el mensaje era confuso, tanto que la historiografía lo ha encuadrado en un mito. El telégrafista –aparentemente de mala relación con uno de los Kennedy– habría recibido un recado que decía “no se vende hacienda”, que implicaba detener el plan. Entonces se dio marcha atrás en todas las ciudades, menos en La Paz.

Mario y Roberto Kennedy ingresaron como una tromba al edificio de la Jefatura de Policía al grito de “ha estallado la revolución”. Enseguida se toparon con el agente Anastasio Saavedra, quien comenzó a disparar al aire, hasta que cayó, a los pocos segundos, abatido por los insurrectos, que arrastraban una fama de ser tener el don de la fina puntería. La tropa de asalto la integraban los tres hermanos Kennedy –Mario, Eduardo y Roberto–, Luis Franco, Omar Molinari y Héctor Papaleo. Otro grupo rodeaba el edificio en el que había 25 policías. Con los primeros disparos todo se alteró. A medida que los Kennedy ganaban terreno en el interior de la jefatura, los enfrentamientos a balazos se multiplicaban. Uno de ellos encontró frente a frente al comisario Carlos Reynoso Calvento y a Mario Kennedy, quien esquivó un disparo y dio el suyo en el pecho enemigo. El saldo entre las filas policiales fue de cuatro bajas (Reynoso Calvento, Saavedra, Ramón Arellano y Martín Ruiz) y varios heridos.

Los rebeldes pasaron a controlar los edificios más importantes de la ciudad: la Municipalidad, el Correo y Telégrafos y la sala de armas del Tiro Federal. El plan implicaba no tomar bancos ni oficinas recaudadoras. El mensaje, un punto esencial en el que habían trabajado con anterioridad, debía dejar en claro que el objetivo era político. Se tomó también una imprenta para dar a conocer de qué venía la cosa. En una primera proclama, bajo la firma de “El Comando”, se difundió un número de prohibiciones, todas vinculadas a la portación de armas, y la advertencia de que quienes “se negaren a prestar cooperación inmediata o por cualquier causa trataran de perjudicar los propósitos de la causa de la libertad, obstruyéndola o pretendiendo obstruirla”, serían recluidos por los insurrectos.

En un segundo texto se plasmaron los acontecimientos que se estaban desarrollando, pero ya en una línea histórica: “Otra vez, como en los días precursores de la gloriosa jornada de Caseros, las huestes entrerrianas marchan hacia la Capital Federal a voltear la tiranía, y si hoy no llevamos un jefe como el ilustre jefe de esta tierra, teniente general Justo José de Urquiza, su recuerdo dignísimo nos guía a empuñar las armas y a luchar con valor y sacrificio, entregando nuestra vida, si fuera preciso, en homenaje a la libertad, la joya más preciada para nuestra más honrosa tradición de país libre. ¡Entrerrianos! ¡Hijos predilectos del honor nacional! ¡Viva la Patria! ¡Viva Entre Ríos! ¡Viva la memoria viva del general Urquiza!”. La figura del presidente de la Confederación Argentina es reivindicativa en la tradición del radicalismo.

Las autoridades reaccionaron enseguida. El gobernador Etchevehere envió desde Paraná tropas policiales para reprimir, pero antes se contactó telegráficamente con Mario Kennedy, al que intimó a la rendición, haciéndole saber que el plan no había tenido éxito en las demás ciudades. Para los gobiernos nacional y provincial todo debe haber sido confuso, porque el intendente de La Paz era Carlos Kennedy, otro hermano de los insurrectos.

La atmósfera de la ciudad se tornaba cada vez más densa y convulsionada. Los medios nacionales comenzaron a abordar el tema en sus portadas, mientras la ciudadanía se dividía entre quienes estaban a favor y quienes estaban en contra.

Desde el Ejército enviaron un avión que sembró de volantes las calles céntricas de la ciudad prometiendo que “sería restablecido el orden y sometidos los autores del atentado a la justicia competente”. Lo firmaba el general Luis Bruce, el mismo que había frenado el levantamiento en el Regimiento 9 de Infantería de Corrientes el año anterior.

Con el correr de las horas, los hermanos debieron abandonar la Jefatura de Policía. Un islero del bosque del Quebrachal, que no se relacionaba con nadie pero conocía a los Kennedy desde niños, los vio venir y les hizo escuchar por primera vez su voz: fue para advertirles que la zona se estaba minando de soldados.

La persecución ya era un asunto nacional. Cinco aviones Breguet, de la Fuerza Aérea, sobrevolaron las cálidas barrancas entrerrianas buscando sofocar la rebelión. Desde Buenos Aires también habían partido los buques Rastreador M1 y Mirador M6. La escena que ilustran los diarios de la época parece desproporcionada. Los revolucionarios paceños iban a pintar el primer cuadro de un bombardeo a civiles desde aviones de guerra, una imagen que se repetiría en la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955.

El bombardeo comenzó el 7 de enero sobre las inmediaciones de la estancia Los Algarrobos, donde estaban recluidos, y duró más de tres horas. Se contabilizaron 12 bombas y centenares de disparos de ametralladoras. Otra vez el don de la puntería les garantizó a los hermanos Kennedy salir ilesos de los enfrentamientos en tierra firme. Ese mismo día, Uriburu firmó en Buenos Aires la aprobación de los resultados de las elecciones fraudulentas de noviembre del año anterior.

Tras eludir la persecución de la Policía, el Ejército y la Armada por más de 40 días, a mediados de febrero los hermanos Kennedy pudieron escapar. Llegaron a la ciudad uruguaya de Salto, donde los recibieron centenares de exiliados radicales. En ese grupo estaban, además de Pomar, Amadeo Sabattini, que luego se convertiría en gobernador de Córdoba; y Fermín J. Garay, legendario dirigente yrigoyenista, preso político, vicegobernador entrerriano que resistió el golpe de los militares fascistas en 1943 y padre de su homónimo, el ministro que le puso rostro a la última gestión de Sergio Montiel.

Desde el bando oriental se iba a planear un levantamiento similar al de La Paz, pero en Paso de los Libres, Corrientes, el 29 de diciembre de 1933. El fracaso de esa nueva incursión, esta vez con bajas entre los insurrectos, quedó plasmado en El paso de los libres, un relato gauchesco que escribió Arturo Jauretche mientras purgaba una condena de cuatro meses de cárcel por haber sido parte, precisamente, de esa rebelión. En uno de uno de sus versos decía:

En total cincuenta y tres
cayeron de aquellos criollos.
Dos o tres días después
los echaron en un hoyo
sin rezarles un rosario
y allí enterrados están
mezclados en ese osario
de la estancia de Bonpland.
Cincuenta y tres cayeron
sirviendo a una causa noble
y una consigna cumplieron:
que se rompa y no se doble.

 

Su Señoría

La insurrección de los hermanos Kennedy sobrevive también en un expediente que tramitó en la Justicia Federal de Paraná, que se caratuló “Kennedy, Eduardo, Mario y otros – Rebelión”. En la Cámara Federal de Apelación del Paraná sobresalió, en soledad, el voto del vocal Manuel Ruiz Moreno, quien realizó una encendida defensa de la Constitución al advertir que “todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la Patria” y sobre “el derecho/deber de los ciudadanos de alzarse contra los usurpadores de las instituciones”.

Por esos años todavía era objeto de debate la legitimidad de una acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación del 10 de septiembre de 1930 que saludaba el golpe militar de cuatro días antes señalando que “el gobierno provisional que acaba de constituirse en el país, es pues un gobierno de facto cuyo título no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas, en cuanto ejerce la función administrativa y política derivada de su posesión de la fuerza como resorte de orden y de seguridad social”. Esa acordada, además, amenazaba la continuidad en sus cargos de los integrantes del Poder Judicial. Ruiz Moreno firmó en el expediente que juzgaba la conducta de los hermanos Kennedy su última sentencia. Pocos días después fue reemplazado y la condena por sedición quedó confirmada con los votos de los camaristas Aureliano Roigt y Julio Benítez.

La historia de esta revuelta lleva en su sombra el olvido. Se sobrepone la reconstrucción periodística por sobre el trabajo académico. Los movimientos revolucionarios armados surgidos en los primeros años de la década de 1930 han sido, en efecto, escasamente explorados.

El periodista y escritor Rogelio Alaniz contó, a propósito de un aniversario de la revuelta, que se había enterado de ello a instancias de un amigo de Atahualpa Yupanqui. Fue en Rosario Tala, de donde es oriundo Alaniz, que un personaje amigo de Cipriano Vila y Climaco Acosta –mentados por don Atahualpa en su poema Sin caballo y en Montiel– le contó que a fines 1931 un joven Héctor Roberto Chavero –como se llamaba Atahualpa Yupanqui– se marchó hacia La Paz para sumarse a lo que calificó como la revolución radical de los hermanos Kennedy.

El periodista Jorge Repiso, que también escribió sobre el levantamiento, contó que llegó al tema luego de un encontronazo con Raúl Alfonsín en los estudios de un canal de televisión. Mientras el ex Presidente esperaba, se cruzó con el entonces productor que le recriminó algunas cuestiones de su gobierno. El ida y vuelta derivó en la Historia y en los episodios ocurridos en La Paz, de los que Repiso no tenía ni la más remota idea, pero los devoró la inquietud. Fruto de ese encuentro surgió el libro Los Kennedy. Tres hermanos que casi cambiaron la historia, que ha sido consultado para este informe.

Mario Raspini es sobrino nieto de los revolucionarios y, recordando el relato de su madre Azucena, sostiene que aquellos episodios fueron ocultados por la violencia en que se sucedieron. Que hubiera muertos hizo cuesta arriba analizar los hechos desde una mirada estrictamente política y ponerlos en contexto.

Sin embargo, el interés por rescatar ese pedazo de historia surgió durante el último gobierno municipal del peronista José Nogueira, a instancias de María Elena Franchini Kennedy, otra sobrina de los insurrectos, que se contactó con Raspini para juntar información. En 2007 hubo en La Paz unas jornadas a las que llegaron historiadores. A partir de allí el tema se trasladó a los colegios secundarios, generando curiosidad entre los alumnos paceños.

El actual intendente, Bruno Sarubi, enrolado en la UCR, continuó con la política reivindicativa y el año pasado, al cumplirse 90 años de la revuelta, las garitas de colectivos se pintaron con imágenes de los hermanos Kennedy, cerrando una grieta que se mantuvo abierta durante casi un siglo. La avenida de entrada a la ciudad, desde el arco hasta el centro, lleva el hombre de Hermanos Kennedy.

Con el correr de los años, la epopeya se convirtió en novelas, obras de teatro y ensayos. Lo cierto es que los Kennedy pudieron haber leído la Constitución y acaso se convencieran de que la letra magna les daba la razón. Los hechos y la historia tienen, casi siempre, la voluntad infinita de reinterpretarse.

 

 

 

Fuentes

Giménez, Sebastián. El Comando del Litoral y la acción armada contra el régimen de la restauración conservadora en la primera mitad de los años treinta. Editado por la Universidad Nacional del Nordeste, en 2015.
Pereira, Enrique. Mil nombres del radicalismo entrerriano, vivencias de un partido centenario. Editado por la Universidad Nacional del Litoral (UNL), en 1992.
Repiso, Jorge. Los Kennedy. Tres hermanos que casi cambiaron la historia. Buenos Aires, 2015.
Integración de la Justicia Federal. Creación de las cuatro cámaras pioneras. Editado por la Cámara Federal de Apelaciones de Paraná, en 2012.
Entrevista con Mario Raspini, familiar de los Kennedy.
Archivo histórico de El Litoral, de Santa Fe, y El Diario, de Paraná.

Por: MARTÍN GERLO

Diario de la guerra radical

Ilustración: Santiago Moreyra

Hubo un tiempo en que el radicalismo, investido ya de una historia y arraigo popular envidiables, ocupó todo el ancho espectro de representatividad de una conflictiva y pujante Argentina siendo a la vez oficialismo y oposición con una intensidad inusitada. Y hubo un tiempo en que el periodismo, menos susceptible y desorientado que en la actualidad, defendía ideas políticas a viva voz, sin perder de vista cuál era su rol. Ese fue el contexto en el cual surgió el diario El Tiempo, trinchera del movilizado e incómodo yrigoyenismo entrerriano, que se había cansado de leer críticas a su líder en el periódico que, tan solo una década atrás, había fundado un grupo de correligionarios para difundir y defender las ideas del movimiento radical. Estamos hablando de El Diario, que con los años reescribió su relato hasta sepultar la que fue su posición editorial de aquellos años, pero que hacia fines de la década de 1920 se había convertido en la tribuna de doctrina del antiyrigoyenismo.

Corría 1928 y Don Hipólito volvía a ganar la elección para ocupar la Presidencia, ante la mirada atónita de los antipersonalistas que lo daban por muerto. La unidad del partido se había resquebrajado durante el mandato de Marcelo T. de Alvear, pero nadie en el sistema político argentino gozaba de la popularidad que tenía Yrigoyen, cuya base de adhesión, a pesar de errores propios y de la oposición de un grupo cada vez mayor de correligionarios, seguía intacta.

Por ese entonces El Diario, la hoja fundada en 1914 por un grupo de radicales entrerrianos, había resuelto apartarse paulatinamente del yrigoyenismo hasta adoptar un rol de decidida oposición al gobierno y a su figura. “La verdad es que el radicalismo entrerriano, mayoritariamente, combatió a quien fue dos veces Presidente de la Nación. Lo hizo con una saña que quizás solo le dedicaron a Juan Domingo Perón en las décadas siguientes”, resume Jorge Riani en su libro El imperio del Quijote, donde reconstruye la historia política y periodística del centenario matutino. A Perón, en plena campaña, llegaron a apodarlo “el candidato nazi”. Hay que remarcar que las oprobiosas menciones a Yrigoyen, sepultadas por una indulgente mirada retrospectiva, no se quedaron muy atrás.

Los antipersonalistas gobernaban Entre Ríos por intermedio de Eduardo Laurencena, quien no sin polémica se hizo cargo de la provincia en 1926, y dos años después respaldaron como candidato a Presidente al diamantino Leopoldo Melo. Con la victoria de Don Hipólito, los yrigoyenistas entrerrianos, cuyas desavenencias con Laurencena ya eran irreconciliables, creyeron necesario contar con un medio propio, y fue así que nació El Tiempo.

Calma, radicales

Promediando 1926, pocas semanas después de la conformación de la Legislatura provincial y antes de la asunción de Laurencena, ingresó a la Cámara de Diputados de la Nación el primer pedido de intervención de Entre Ríos, aún bajo la Presidencia de Alvear. La Concentración Popular, denominación del conservadurismo en aquellos días, presentó el 23 de agosto un proyecto de ley que fue sucedido tan solo un día después por una iniciativa que surgió en este caso de la pluma de dos diputados radicales: el uruguayense Ambrosio Agustín Artusi y el nogoyaense Carmelo Inocencio Astesiano. El texto de los conservadores detallaba presuntos fraudes e irregularidades ocurridos durante los comicios, que habrían derivado en una conformación irregular del cuerpo legislativo provincial. Como veremos, el pedido de intervención y las denuncias contra Laurencena se replicarán en los años siguientes, convirtiéndose en uno de los principales argumentos que se esgrimían desde las páginas de El Tiempo para pedir el fin del Gobierno provincial y cuestionar a quienes formaban parte de El Diario.

Desde el Gobierno entrerriano se defendían ante el Congreso y las autoridades nacionales y ratificaban la legitimidad de sus actos, en un ida y vuelta de declaraciones, documentación y argumentos que merecerían un estudio detallado, a partir de los expedientes que pueden encontrarse en el Archivo de la Cámara de Diputados de la Nación. Lo cierto es que en agosto de 1926 se selló el antagonismo irreconciliable que no habría de extinguirse, emparentando a partir de entonces la acción política de conservadores e yrigoyenistas y abriendo una grieta cada vez más profunda con los antipersonalistas. La Concentración insistió al año siguiente con el pedido de intervención de Entre Ríos, que sería ratificado en 1928 por el bloque de diputados provinciales de la Unión Cívica Radical.

Ese año, al tiempo que Yrigoyen era nuevamente elegido como Presidente de la Nación, se renovaron bancas entrerrianas en la Cámara baja. Uno de los primeros proyectos del diputado Enrique Fermín Mihura consistió en solicitar nuevamente, en este caso junto a Víctor Etcheverry, el pedido de intervención en base a la iniciativa de Artusi y Astesiano. A pesar del cambio de escenario político, la situación provincial seguía sin resolverse.

Pronto Mihura comprendió, junto a un grupo de correligionarios, que la batalla debía darse no solamente en el ámbito legislativo y político: también debía librarse en el plano de las ideas. Fue en ese contexto que nació en Paraná un nuevo periódico radical, uno más de la extensa saga de diarios que el centenario partido dio a luz en la provincia.

Prensa y política

El radicalismo entrerriano fue uno de los movimientos más activos a nivel nacional a la hora de plasmar sus ideas en proyectos periodísticos y editoriales. Cada momento histórico del centenario partido puede ser identificado con la vida, muchas veces efímera, de un periódico nacido al calor de la lucha política de aquellos años. En un interesante libro llamado Prensa política. Historia del radicalismo a través de sus publicaciones periódicas 1890-1990, de Edit Rosalía Gallo, se puede observar la prolífica tarea intelectual del radicalismo entrerriano, solo superada a nivel nacional por sus correligionarios porteños y bonaerenses, por cierto mucho más numerosos.

La primera etapa de El Tiempo coincidió con el segundo mandato de Yrigoyen y su vida se identificó con la suerte del caudillo radical: fue clausurado tras su caída y volvió a salir a la calle a partir de 1933 bajo la dirección de Silvano Santander. En el medio aparecieron Libertad, clausurado en 1931, y Democracia, luego dirigido por Raúl Záccaro, en momentos en que el radicalismo afrontaba una fuerte disidencia interna que aún no había sido saldada.

El Tiempo, durante su primera etapa, tuvo dos pilares discursivos que fueron una constante: la defensa cerrada del gobierno de Yrigoyen, por un lado; y la crítica feroz contra Laurencena y sus seguidores, por el otro. En la colección que puede consultarse en el Archivo General de la Provincia –lamentablemente incompleta, pero muy valiosa– se percibe el interés por lanzar a la calle un periódico con intereses más amplios, con una página de deportes y múltiples avisos, seguramente motivado por la necesidad de competir de igual a igual con El Diario, su vecino de la calle Urquiza, los “zarpacistas” o los “cagatintas asalariados del pasquincito de la Plaza de Mayo”, como fueron llamados en muchas oportunidades a partir de la escalada verbal que solo fue interrumpida por el golpe de Estado.

Para el diario que orientaba políticamente el diputado nacional Enrique Mihura, el Gobierno entrerriano era ilegítimo, y así lo hacía saber al reseñar sus actividades de gestión. “Los hombres del gobierno actual, desde que usufructúan posiciones públicas que el pueblo les ha negado, han hecho su plataforma gubernativa realizando jiras (sic) por los distintos departamentos, sin escatimar gastos que, desde luego, deben ser pagados con recursos de las precarias finanzas de la provincia”, señalaba un suelto publicado en uno de los primeros ejemplares. En un artículo de opinión firmado por Juan Carrero tildaban a Entre Ríos como una “monarquía autocrática” y alertaban: “No hay prácticamente en la provincia, desde el advenimiento de este gobierno, ni Legislatura, ni Presupuesto, ni Constitución”.

Otros títulos no disimulaban en absoluto su posicionamiento: “Mientras la prensa ataca furiosamente al gobierno nacional, éste silenciosamente trabaja por el progreso de nuestro país”, decía una noticia a página completa que repasaba obras ejecutadas por la Nación. Pero sin dudas uno de los cruces más interesantes, que ilustra el grado de delirio que alcanzó en un momento la disputa, gira en torno al posible posicionamiento que habría adoptado Justo José de Urquiza en aquel momento. “A los asalariados del diario zarpacista se les ha ocurrido ahora hacerse propaganda con el nombre del héroe de Caseros, pretendiendo con su recuerdo despertar los entusiasmos dormidos de sus raleadas huestes correligionarias. Y estos pobres escribas ignoran que Urquiza nunca fue autonomista, sino nacionalista (…) De suerte que si Urquiza viviera en estos días, frente de los ultrajes a las instituciones de la provincia de sus cariños y desvelos, estaría contra los zarpacistas y sería, por ende, intervencionista”, decía El Tiempo.

Durante 1930 habrían de ocurrir tres hechos que intensificaron la disputa entre los antipersonalistas e yrigoyenistas entrerrianos: la elección legislativa nacional, la elección provincial y el pedido de intervención de la provincia, que el Presidente estuvo entonces muy cerca de concretar. Este escenario dio lugar a las últimas y enardecidas batallas que libró El Tiempo antes del golpe.

Que se quiebre

La beligerancia fue en ascenso con el recrudecimiento de la crisis política que envolvió al Presidente y el pedido de intervención de Entre Ríos, que como reseñamos más arriba unió a yrigoyenistas y conservadores. “Hacia fines de agosto, cuando se supo que Yrigoyen proyectaba intervenir la provincia de Entre Ríos, la atmósfera llegó a ser explosiva. Los dirigentes de todos los partidos pidieron al Presidente que modificase su actitud”, señala el historiador Robert Potash en el primer tomo de El Ejército y la política en la Argentina, donde reconstruye en parte la trama de recelos y conspiraciones que derivó en la caída del caudillo radical.

El mismo ejemplar, de agosto de 1930, daba cuenta del respaldo editorial al pedido de intervención: “Solo el Gobierno de la Nación puede remediar los males de este desquicio”, titulaba el periódico, que en su parte superior, en letras aún más grandes, hacía alusión a la situación provincial: “En plena dictadura del gobierno zarpacista”.

En marzo de ese año, los yrigoyenistas se habían impuesto ajustadamente en las elecciones legislativas nacionales, reforzando sus expectativas para la renovación de autoridades en el plano provincial. Los comicios de junio, sin embargo, en un escenario profundamente polarizado, fueron favorables al oficialismo radical en Entre Ríos y Herminio Quirós, en representación de la UCR antipersonalista, fue elegido como gobernador frente a Enrique Mihura. Fue un duro golpe para los yrigoyenistas, a quienes desde entonces no les quedó otro camino que respetar a las autoridades electas o volver a reclamar la intervención de la provincia. La primera opción, como hemos visto, era improbable: los enfrentamientos habían llegado a un punto de no retorno y la convivencia ya era casi imposible.

“Llegamos así a las elecciones de gobernador de junio de 1930, en las que se han documentado los más flagrantes atropellos y las presiones y fraudes más escandalosos que registra la historia electoral de Entre Ríos”, remarcaba El Tiempo ya en una de sus últimas ediciones antes del golpe, donde volvía a denunciar que el oficialismo “clausuró nuevamente las puertas de recinto legislativo”, en algo que fue catalogado como un “atropello inaudito”.

Las manifestaciones de comienzos de septiembre profundizaron el declive de Yrigoyen y lo debilitaron irreversiblemente. Desde las tribunas radicales suele recordarse –con razón– el apoyo que prestó entonces Juan Domingo Perón al golpe, pero menos se menciona el decidido y entusiasta respaldo de un amplio sector radical a la conspiración contra el presidente Yrigoyen. El Diario alentó el golpe desde su portada y llamó a que Entre Ríos se incorpore “activamente al movimiento general de agitación”. Cuando se consumó la destitución de Yrigoyen, tituló que reinaba “absoluta tranquilidad” en todo el país. Desde El Tiempo apenas pudieron alertar sobre el intento de golpe de Estado, bajo un suelto impreso en letras mayúsculas. Fue la última edición de esta primera etapa del periódico yrigoyenista entrerriano, que a partir de ese día no salió más a la calle.

Producto de este complejo cuadro político, Entre Ríos sorteó la intervención nacional que se dispuso en la mayoría de las provincias tras el golpe. Herminio Quirós asumió entonces la Gobernación, hasta su muerte al año siguiente.

La República perdida

Existe un relato radical de la historia argentina que se resquebraja cuando se atienden episodios como el que reseñamos en esta crónica, particularmente aquel que engloba el período 1930-1983 como el ciclo de los golpes y la violencia militar que acechaban a los indefensos y condicionados partidos políticos. Hay algo de cierto en esa lectura, pero también, como hemos intentado mostrar, hay omisiones relevantes.

Las críticas del ex presidente Mauricio Macri a Hipólito Yrigoyen, a quien llamó despectivamente populista y le atribuyó las causas de una presunta decadencia argentina, generaron la reacción casi unánime de los dirigentes del centenario partido, que destacaron los logros del caudillo, su popularidad y su dignidad frente al golpe de Estado. Esta justa reivindicación olvida, sin embargo, que lamentablemente hubo en 1930 radicales que no pensaron de ese modo y actuaron en consecuencia. Hubo también dirigentes que se jugaron en defensa del Presidente y que cayeron en desgracia junto a él, hasta la reunificación del partido, que tuvo lugar promediando la década, o hasta la creación de la disidente Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (Forja), que surgió en la misma época.

Todos estos militantes y dirigentes radicales, distribuidos en un mapa político que cambió sucesivas veces al calor de los acontecimientos, cumplieron un papel fundamental en la historia de nuestro país. En todos estos períodos, Entre Ríos jugó un rol relevante que merece ser revisitado.

 

 

 

Fuentes:
Archivo Digital de la Cámara de Diputados de la Nación.
Archivo General de la Provincia, Diario El Tiempo (1928-1930).
Gallo, Edit Rosalía: Prensa política. Historia del radicalismo a través de sus publicaciones periódicas 1890-1990. Buenos Aires, Editorial Dunken, 2016.
Pereira, Enrique: Mil nombres del radicalismo entrerriano. Vivencias de un partido centenario. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1992.
Potash, Robert: El Ejército y la política en la Argentina. 1928-1945. De Yrigoyen a Perón. Buenos Aires, Sudamericana, 1971.
Riani, Jorge: El imperio del Quijote. La historia de El Diario que ocultaron los Etchevehere. Nacimiento, crecimiento y ocaso de un medio que influyó en la política argentina. Paraná, Editorial Fundación La Hendija, 2020.
Villanova, Jorge: A 90 años del Golpe que inició la decadencia argentina: los radicales entrerrianos contra Yrigoyen, en El Miércoles Digital, 13 de septiembre de 2020.

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